AS (Las Palmas)

"Pese a los problemas económicos, hizo un proyecto ganador”

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de—lSae Sfuéeproti­nma se cambió la base del equipo y fueron capaces de ganarla de nuevo.

—Sí. Ahí se vio la astucia de Lorenzo con los fichajes. En verano se fueron Suker, Mijatovic y Panucci. Seedorf, en el mercado de invierno, Karembeu ya no contaba… Y aun así hizo un equipo casi nuevo dado que de la base sólo seguíamos Roberto Carlos, Redondo, Raúl, Morientes y yo. Y llegó un grupo nacional muy bueno con Helguera, Iván Campo, Karanka o Míchel Salgado. Y se trajo a Savio y a Anelka. Otro proyecto ganador pese a las dificultad­es económicas que teníamos. Parece un milagro, pero él lo hizo realidad.

—Y usted casi se pierde la final de París...

—Es que dos meses y medio antes me rompí el ligamento de una rodilla en un partido de Liga ante el Betis. Hablé con los médicos y me dijeron que si pasábamos de cuartos y de semifinale­s, podría llegar a final. Me preparé sólo con ese objetivo. Mis compañeros supieron respetar mi sueño, porque eliminaron nada menos que al United y al Bayern Múnich. Vicente (por Del Bosque) manejó muy bien los recursos de la plantilla y sacó dos eliminator­ias de una manera impresiona­nte. El partido de Old Trafford todavía lo tengo en la cabeza. Y recuerdo que cinco días antes de la final de París jugábamos en el Bernabéu ante el Valladolid, en el último encuentro de Liga, y Vicente me sacó veinte minutos para probarme. No me sentí bien. Fui honesto y en la víspera de la final le dije que no estaba para ser titular. Para mí el equipo está por encima de los egos.

—Pero al final jugó un poco…

—Sí. Hicimos un partidazo tremendo ante aquel Valencia de Cúper que daba miedo. Todos les daban favoritos a ellos. Pero con el 3-0 de Raúl, la final ya estaba sentenciad­a y Vicente me sacó los últimos minutos. A mí y a Manolo Sanchís. Fue un detallazo que demuestra cómo es el míster también como persona. Eso lo valorábamo­s mucho los jugadores.

—Regresemos a Lorenzo Sanz. ¿Cómo era el trato con ustedes?

—Era uno de los nuestros. Uno más. Siempre cariñoso… y siempre exigente. Para mí fue un segundo padre. Muy humano, te atendía en todo cada vez que nos veía en los entrenamie­ntos de la vieja Ciudad Deportiva. Era un asiduo. Se preocupaba por todo. Era uno más del grupo pero ojo, si se enfadaba podían temblar las paredes, pero de puertas para adentro. Eso lo respetó siempre. No iba de cara a la galería. Yo lo defino como un gran madridista y así debe recordárse­le.

—H a b l e m o s d e usted. Ganó tres Champions en el campo y casi gana la cuarta como ayudante de Ancelotti...

—Sí, siempre le digo de broma, si me encuentro con Morata, que él lo evitó. En la vuelta de la semifinal con la Juventus, en el descanso del partido del Bernabéu ganábamos 1-0 y estábamos en la final de Berlín contra el Barça. Pero Morata cazó un balón en el segundo tiempo y se acabó.

Futuro “Con Zidane en el banquillo, el Madrid está en buenas manos”

Ya va siendo hora de que se les trate, y disfrute, como a deportista­s adultos e independie­ntes

—¿Y cómo ve a Zidane?

—Mejor de lo que se dice. Le veo perfecto. Lo que pasa es que el final de su primera etapa era complicado hacer una reestructu­ración o un cambio cuando vienes de ganar tres Champions seguidas. Es fácil decirlo, pero dígame cómo lo haces. Pero lo que él logró en el banquillo es irrepetibl­e. Como madridista, considero que con Zidane el Real Madrid está en buenas manos...

Hay comparacio­nes que, aparte de odiosas, son inútiles. La última que está de moda es la de comparar en todo a Vinicius con Rodrygo. Da igual lo que haga cada uno. Cualquiera diría que son siameses. Todo análisis del estado de forma de uno lleva aparejado la crítica del otro. Si uno cotiza al alza, el otro necesariam­ente tiene que estar bajo mínimos. Si Rodrygo marca, Vinicius llora. Si Vinicius triunfa, Rodrygo atraviesa una crisis existencia­l. Son las dos caras de una misma moneda. Y todo porque son jóvenes, atacantes y brasileños.

Nos gustan los reduccioni­smos. Del mismo modo que comparábam­os a Gago con Redondo por su corte de pelo, nacionalid­ad y posición en el campo, sin tener luego nada que ver sobre el verde. Del mismo modo que hemos tardado años en desterrar ese mito de que cualquier centrocamp­ista de ascendenci­a africana tenía que ser forzosamen­te un jugador de corte destructiv­o, “un Makelele”. “Un negrocampi­sta”, que diría el gran Enrique Ballester. Nos agarramos a los clichés como Jack y Rose a la tabla en Titanic. Y si algo nos enseñó la película es que, aunque haya sitio para dos, al final sólo puede salvarse uno: topicazo o dignidad.

s agobiante esa eterna comparació­n entre Vinicius y Rodrygo en todo: minutos, goles, asistencia­s, ocasiones, estado anímico o confianza de Zidane. Seguro que hay alguien cronometra­ndo quién de los dos se acaba el filete antes en Valdebebas o quién da más toques a un rollo de papel higiénico. Es imposible elogiar a uno sin, acto seguido, tener que escuchar una opinión sobre el otro. Tiene que ser demencial para ellos: la competenci­a estimula, la comparació­n desespera. Si algo han demostrado es, precisamen­te, ser dos jugadores diametralm­ente opuestos. Y ahí radica la riqueza del fútbol. En el vértigo y la precipitac­ión de Vinicius; en el poso y la definición de Rodrygo. Uno es el rayo que no cesa, el otro es guadianesc­o.

NEo tengo ni idea de quién de los dos llegará más lejos. Si triunfará uno, ambos o ninguno. De lo que no tengo duda es de que ya va siendo hora de que se les trate, y disfrute, como a deportista­s adultos e independie­ntes. Qué menos.

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Hierro, posando para AS en una imagen de archivo.
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Rodrygo felicita a Vinicius por su gol ante el Brujas.

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