Awaziem, el amigo de Iker que quiere ir al Madrid
El defensa del Leganés no esconde sus anhelos
Es el fútbol moderno un imaginario de frases repensadas y deseos reprimidos. La sinceridad está penada como si de un estigma se tratase. A Chidozie Awaziem le importa poco. Él va a su bola. Forma parte de una personalidad fresca y sin aditivos. El defensa central del Leganés se comporta como lo que es: un chaval de 23 años feliz por jugar al fútbol. Pureza de espíritu que esconde un reto complejo. Awaziem quiere fichar por el Real Madrid.
Hoy, por tanto, se medirá al equipo de sus sueños. Él mismo admite que sus anhelos visten de merengue y los persigue con devoción divina. Literal. “Rezo por jugar algún día en el Real Madrid”, confesó hace no mucho tiempo en una entrevista que concedió a LaLiga y en la que lució madridismo inoculado por admiración a su ídolo, a Sergio Ramos. “Me gusta Sergio Ramos. Me gusta mucho. Me encanta su estilo de juego, su actitud en el campo, su espíritu de lucha y su liderazgo. Por eso siempre soñé con jugar en LaLiga y también sueño con jugar en el Real Madrid”, insistió sin aclarar qué parte de su obsesión es culpa de un ilustre blanco: Iker Casillas.
Ambos coincidieron en el Oporto durante dos temporadas. De hecho, Awaziem subió al primer equipo el mismo curso que el arquero debutó en Do Dragao, tras dejar el Bernabéu. Aquella campaña,
Iker lo jugó todo y Awaziem, buena parte del final del campeonato. Coincidieron en ocho alineaciones de un equipo que dirigía José Peseiro, principal valedor del internacional nigeriano. Con la llegada de Nuno, Chido (como le conocen en el vestuario) se estancó en el filial, aunque con presencia recurrente en los entrenamientos del primer equipo portugués.
Tras aquello hizo las maletas y emigró dos cursos lejos del Oporto, pero no deshizo su nexo con Casillas. Maestro del tutelaje, el español lo tuvo bajo cuidado de sus consejos y, desde entonces, nació una amistad clave en su llegada a la Avenida de los Once Leones. “Iker me dijo que el Leganés era bueno para mí”, confesó Awaziem en su presentación como pepinero. Aquel fue su primer día. Hoy será el último. Mañana termina contrato y el Lega no tiene opción de compra alguna, ni siquiera en caso de permanencia. Si el Oporto no lo retiene, el Sevilla de Monchi ya ha mostrado interés en él, aunque Awaziem lo que quiere de verdad es jugar algún día en el Real Madrid.
Futuro Termina contrato mañana y el Sevilla está interesado en él
En el tiovivo de irrealidad en el que estamos montados hay algo muy real a lo que agarrarse
La primera columna que escribí en AS a finales del mes de agosto hablaba del abrazo espontáneo que Santi Mina le había dado a su abuela, a la que descubrió abriéndose paso entre un grupo de chavales durante su presentación como jugador del Celta en Balaídos. La COVID-19 nos ha hecho perder muchas cosas estos meses, entre ellas los abrazos, especialmente a las abuelas a las que ahora remitimos achuchones virtuales, la desdicha conceptual de cualquier abrazo. Si nos hubiesen dicho hace diez meses que los aficionados del Real Madrid celebrarían el título de Liga dando vueltas con sus coches en la rotonda de la Cibeles, no nos lo hubiésemos creído. Si me hubiesen dicho hace diez meses que esta noche tendré que chocar codos con mi padre si el Celta consigue la permanencia o si desciende hubiese mandado a esa persona al equipo de guionistas de ‘Black Mirror’.
Otra cosa que hemos perdido por completo es la perspectiva del tiempo; no hace ni tres meses estábamos siguiendo la liga bielorrusa con un sobre de levadura en la mano. Hoy termina la Liga más extraña de toda la historia de la competición. Y lo cierto es que este experimento de laboratorio de las últimas semanas ha terminado por enganchar al aficionado. Yo he sido captada por la secta del fútbol a diario que, al igual que en los mundiales y eurocopas, anestesia todas las preocupaciones durante horas. Como un niño adicto al azúcar, ya no me imagino otra opción que la de las jornadas encadenadas y la de las pausas para hidratarse, aunque estas se produjesen en el mes de diciembre y en el estadio de El Sadar.
De esta temporada se pueden extraer muchas incertidumbres y una certeza: la del valor del fútbol para el aficionado. Porque en el tiovivo de irrealidad en el que estamos montados hay algo muy real a lo que agarrarse: los sentimientos que provoca este deporte. Sentimientos que no atienden a una temporada o a unas circunstancias en concreto, sino a un compromiso permanente. Son como un manantial de agua en medio del desierto postapocalíptico de ‘Mad Max’. Y no hay pandemia que pueda con eso.