AS (Las Palmas)

Juega Argentina

ALBERTO DEL CAMPO

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Empiezan los octavos de final en el Mundial y mi hija Maya, a punto de cumplir 15 años, está feliz porque juega Argentina. El día en que la Albicelest­e debutó, vino a casa con un parte disciplina­rio del colegio. Junto a otros seis alumnos, les habían pillado siguiendo el partido a través del móvil de uno de ellos, mientras la maestra explicaba inglés. Por supuesto que en casa se ganó la correspond­iente regañina: los padres debemos reforzar las decisiones de los profesores.

C Luando le pregunté qué había pasado, se justificó con un escueto alegato: “Jugaba Argentina”. En su presencia me mostré contrariad­o y participé activament­e del rapapolvo que lideraba su madre. Pero reconozco que me marché a mi despacho con una media sonrisa.

os ingleses inventaron el fútbol, pero los argentinos le aportaron la chispa de irracional emoción y contagioso apasionami­ento. Además, de la misma manera que Irlanda contribuyó al mundo con James Joyce y Austria con Mozart, Argentina nos regaló el más genial jugador de todos los tiempos. Durante el Mundial del 82, Claudio Gentile cosió a patadas a Maradona. Yo tenía 10 años y creo que aún recelo de los italianos por aquel marcaje asesino. 40 años más tarde, mi hija no quiere perderse un partido de Messi porque dice que merece retirarse con una Copa del Mundo..

Gentile cosió a patadas a Maradona. Yo tenía 10 años y creo que aún recelo de los italianos...

esulta sorprenden­te qué cuestiones nos afectan, qué recordamos y qué consideram­os que vale la pena en la vida. La escuela es la principal institució­n de Occidente para enseñar disciplina, esfuerzo y orden. Se supone que son las claves del éxito en el discurrir vital. Pero cuando pienso en aquellos que me han dejado una huella imborrable, y que me han resultado inspirador­es, no puedo más que reconocer que también atesoraban una pizca de rebeldía y cierto inconformi­smo para no aceptar la realidad tal como la autoridad de turno la impone a diario.

VRemos la infancia como una etapa transitori­a en la que hay que trabajar duro para alcanzar la plenitud de la madurez. Pero cuando somos mayores, no hacemos más que añorar aquella espontanei­dad, la priorizaci­ón del juego por encima de todas las cosas y la convicción de que las normas de los adultos atentan contra la razón de la alegría y el goce, aquí y ahora.

N o impuse a mi hija otro castigo supletorio, como otras veces que han venido quejas del colegio. Que me perdone su maestra de inglés. Pero es que jugaba Argentina.

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