AS (Levante)

Los árbitros no pueden ser robots ni felices empleados

- ITURRALDE GONZÁLEZ

Soy de buena añada. Llegué a tiempo de ver a los árbitros antiguos, me quedé y me fui cuando ya no quedaba ninguno de aquellos y el cambio generacion­al había afianzado ya un nuevo arquetipo. Recuerdo esas reuniones técnicas con la nostalgia propia del que ha vivido algo muy bueno y demasiado lejano, cuando veía a aquellos desde el entusiasmo de un cachorro en plena vocación: Díaz Vega, López Nieto, Esquinas Torres, Ansuategui Roca, Fernández Marín y otros. Parecía una universida­d, o una reunión de genios locos, pero era viva sustancia, puro brote, las ideas venían de arriba y de abajo, se cruzaban, el debate creaba un clima de sinergia que hacía invisible el hecho de que ahí unos mandaban y otros ejecutaban. Un espíritu independie­nte.

Ahora ese debate no existe, ahora se asumen directrice­s. Con buenas maneras y mejor tino, pero así es. Como en la fábrica en que Chaplin apretaba las tuercas en Tiempos Modernos. Y es por lo mismo que todo, poderoso caballero que nos hace libres encadenánd­onos en corto. Lo mejor que le ha pasado al arbitraje es una buena remuneraci­ón (que no fue así siempre) y lo peor que le ha pasado es eso mismo. El miedo a perder el poder adquisitiv­o, el no morder la mano que da de comer, la tiranía de lo jerárquico, del capitalism­o que nos regatea las pasiones. Así, ese ambiente de creativida­d, ese grupo burbujeant­e como en un Club de los Poetas Muertos, es ahora una master class aséptica aunque efectiva, muy preparada pero sin alma, una empresa funcional con su traje y su corbata. Yo no quiero robots ni felices empleados, quiero espíritu independie­nte, crítica, cuestionar por sistema como autoafirma­ción y catarsis, un todo que sea más que la suma de sus partes. Menos presidenci­alismo, en resumen. Cambio estructura­l.

Me dicen que por qué voy con Jorge Pérez cuando siempre me han tachado de villarista y no es una mala cuestión teniendo el mejor arbitraje del mundo (sí, lo tenemos) gracias al trabajo de sus actuales dirigentes. La respuesta es que sueño con un nuevo cambio estructura­l que deje a los cimientos de esta barraca bailando ska. Quiero al árbitro del viaje, al que se sube a un avión y convive tres días con su equipo y se ríen, critican, se quejan y dicen con la verdad que les da pisar el campo, quiero lo que en las reuniones callan, dando su lugar a esas inquietude­s condenadas a interior. “No me quieras tanto y quiéreme mejor...”

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