AS (Levante)

Un arquero en el Wanda Metropolit­ano

- PATRICIA CAZÓN

La mudanza sigue. Mientras el Calderón termina de apagarse, el Wanda Metropolit­ano va completánd­ose, llenando sus huecos. Desde ayer, ya conoce al arquero, uno de los símbolos de aquel que no morían en éste, inspiració­n en las celebracio­nes de Fernando Torres, en los goles del primer Griezmann. Kiko

Narváez en persona se encargó de llevarlo: desde que nació en aquel Atlético-Real

Sociedad del doblete viajará en su maleta. Es suyo, es por siempre.

Wanda Metropolit­ano. Se grabará en el corazón de todos los seguidores atléticos como antes hizo aquella tapia del Retiro, el campo de O’Donell, la Gradona del Metropolit­ano, cada rincón del Calderón. Allí dejamos parte de nuestras vidas, algo que no borrará nada, por mucho que una piqueta trate de arrancarlo. Mucho. Muchas Copas, cinco Ligas, aquella noche en la que fuimos campeones del mundo y muchos nombres, uno, éste,

Francisco Narváez I de Jerez de la Frontera.

Kiko Narváez, el chico que aprendió a jugar al fútbol contra las paredes de la plaza de Ubrique, Jerez, por una Fanta naranja. Eterno Kiko. No jugará en el Wanda Metropolit­ano pero ya sabe qué se siente, cuánto abraza, aunque aún le falte el césped. Y su sensación es Credo: el Calderón puede estar tranquilo, su legado está asegurado. Lo dice Kiko, es palabra de Dios. Qué ganas de ver las flechas de su arquero volar en el barrio de San Blas, aunque no las lance él es como si lo hiciera, en honor a todas aquellas que se quedarán por siempre en el aire de aquel de Arganzuela que abrazó durante casi 51 años al Vicente Calderón. Y a aquel Kiko que hizo para siempre rojiblanco ese gritar GOOOOL, su arquero.

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