¡¡¡La Décima!!!
Un millar de vikingos valientes vibraron en Belgrado con la nueva gesta de la tropa de Laso. El todopoderoso Fenerbahçe se rindió ante la leyenda hecha equipo: el Madrid.
La leyenda. Cayó la Décima.
También en baloncesto. Belgrado, la cuna de varios de los mejores jugadores de la historia, y un ejército de hinchas turcos que se dejaron la garganta, fueron testigos de la hazaña de un equipo que no tiene límites. El Madrid
regresó a su trono. Con un añadido maravilloso: desde Berlín’80 (en una final donde Rullán, Meister, Walter y Brabender se salieron) no habíamos levantado el trofeo lejos de España. Pero con estos jabatos eso de cruzar los Pirineos y regresar a casa con el tesoro de
Alejandro Magno es algo perfectamente factible. Diez Copas de Europa. Nadie tiene más (el
CSKA le sigue ya algo rezagado, con siete). Es la cultura que inculcan a estos jugadores desde que los fichan y se ponen la sagrada camiseta blanca por primera vez. Aquí no hay excusas. Los infortunios se remontan ganando. Una y otra vez. Sin desmayo. Hasta alcanzar el objetivo. La cumbre. La gloria, como rezaba el hashtag diseñado por la organización de esta modernizada Euroliga. El Madrid, una vez más, está en lo más alto en el deporte de los gigantes. Qué gozada de partido, qué gozada de final. La Décima...
Defensaaaaaaa. Y les aseguro que no fue nada sencillo. El Madrid de Pablo Laso sentó cátedra con una defensa que desarmó a los turcos, para desesperación de ese genio de los banquillos llamado Zeljko Obradovic. Fue el triunfo de la ilusión, del compromiso, de la unidad. El colectivo venció en un partido donde las individualidades quedaron en segundo plano. La defensa de jugadores como Causeur, Rudy, Reyes o Tavares resultó determinante. Sólo el italiano Nicolo Melli nos hacía daño con sus tiros exteriores, pero el Madrid jugaba con una serenidad que te da la experiencia de saberse un equipo campeón. No olvidemos que en los últimos seis años este grupo forjado con el acero del orgullo ha jugado cuatro finales de la Euroliga. Y ha sido en el año más difícil, con Llull lesionado casi todo el curso,
Kuzmic KO desde el principio, con lo que costaba asumir que
Doncic se iba este verano a la
NBA y muchos cambios sobre la marcha que hicieron a muchos dudar sobre su clasificación siquiera para la Final Four. Incluso, tras la paliza recibida en el primer partido del cruce de cuartos en Atenas ante el Panathinaikos, les dieron por muertos. Error. Al Madrid no hay que darle por sentenciado jamás.
El capitán. El arreón final apretó el marcador, pero desde el último cuarto se vio claro que la corona no se escapaba. Enorme ver a Felipe Reyes levantando la Décima (con el Increíble Llull al lado). Con 38 años, el cordobés personifica lo que este equipazo. Un capitán con mayúsculas. Y Laso armonizando tanto talento en beneficio de la colectividad. Se merece un monumento en el Palacio de Goya. Un Madrid unido como una roca en torno al liderazgo de este vitoriano corajudo y ejemplar. Don Pablo. El Ferrándiz del Siglo XXI.
Historia viva. En la grada estaban dos leyendas vivas de esta sección. Clifford Luyk (6) y Emiliano (4). Entre ambos suman 10 Copas de Europa. Premonitorio del final feliz que esperaba en el Stark Arena de Belgrado. Gloria eterna a este equipo. Gloria eterna al Madrid. Como también se gane en Kiev la Champions, será el primer club en la historia que consigue las dos Copas de Europa de fútbol y baloncesto en un mismo año. Lo dice la canción: ¡Reyes de Europa, somos los Reyes de Europa! La vida sigue siendo blanca y bella. Y que dure.