AS (Levante)

Daniel Entrialgo “El siglo XX se puede contar a través de Puskas”

- MARCO RUIZ

Infancia “Nació en 1927 en Kispest, una barriada obrera de Budapest”

La Guerra “Debutó y a los dos meses la liga se paró por los bombardeos”

Este verano se cumplen 60 años de la llegada de Puskas al Madrid. Al legendario jugador húngaro aún le quedaba fútbol para marcar una época en la entidad. Daniel Entrialgo (Vitoria, 1971) ha articulado una novela en torno a su vida, salpicada siempre de importante­s acontecimi­entos históricos.

➥ ¿Qué significad­o tiene para usted Puskas?

—Al escribir el libro encontré que se puede contar el siglo XX a través de él. Vivió la Segunda Gran Guerra, el ascenso de los nazis en Hungría así como el de los comunistas… En el 56 entraron los tanques en Budapest. Él vivió los años 60 de España. Como entrenador trabajó en los cinco continente­s... Y es complicado encontrar a alguien que hable mal de él. Tenía un carisma tremendo.

—¿Cómo fue su infancia?

—Nace en el 27 en una barriada de Budapest, Kispest, una zona muy obrera. Vivía a 30 metros del campo del Kispest, que luego se convertirá en el Honved. Su padre tuvo muchos trabajos, pero fue también futbolista amateur y entrenó a ese equipo de barrio. Puskas fue uno de los jugadores más jóvenes que debutó en la primera húngara. Lo hizo con 16 años en medio de la Segunda Guerra Mundial, porque la nación no había comenzado aún a participar activament­e. Pero ya con 17 años está viviendo los bombardeos de los aliados a la Hungría nazi. Su juventud atraviesa esa segunda Gran Guerra, y luego, según va creciendo, el gobierno comunista de Hungría se convierte en una dictadura y todo le afecta de lleno…

—¿Lo tuvo fácil Puskas para triunfar?

—Tenía un talento innato, pero era un obseso del entrenamie­nto. Llevaba siempre una pelotita, desde los siete años, para dar toques con ella. Con todo, con 14 años era pequeñito y delgado y como debutó tan joven, los defensas que le cubrían eran tíos de 22 o 25 años y lo notó. Nosotros, en Madrid, conocimos a otro jugador, a uno que estaba pasado de peso y que se tuvo que reinventar.

—¿Cómo lo hizo? —Él estaba acostumbra­do a ser el capitán del barco, a que todo el mundo le mirase a él cuando había problemas. Pero llega al Madrid de Di Stéfano, a un equipo que estaba ya hecho y que ha ganado tres Copas de Europa. Y de una manera muy inteligent­e en vez de imponerse ocupa una especie de segundo plano y se entiende con Di Stéfano. Puskas siempre salía primero al campo cuando jugaba en Hungría. Con el Madrid cambia y sale el último, porque comprende, después de pasarlo muy mal tras dos años sin jugar, que era la segunda y última oportunida­d de su vida. Y se reinventa. No puede correr mucho, pero se inventa una suerte de disparo en el que la esconde un poquito y la chuta y mete cientos de goles así. —¿Cómo afectó a su carrera la Segunda Guerra Mundial? —Él debuta en diciembre del 43 con el Kispest y Europa está en llamas, pero Hungría aún no está en guerra. Es a los dos o tres meses cuando se suspende la liga porque empiezan los bombardeos. Es una época muy dura en Budapest porque en tres o cuatro meses asesinan allí a los judíos que no habían asesinado en cuatro años. Y el asedio a Budapest está considerad­o como uno de los más bestias de la guerra.

—¿Y cuando acaba el conflicto?

—-Los rusos ocupan militarmen­te Hungría. El jefe del gobierno era un general ruso que había puesto Stalin. Y hay unas elecciones cada dos años, pero el país se convierte poco a poco en una dictadura. Y deja de haber propiedad privada, todo el mundo trabaja para el estado y los futbolista­s también. Y el estado convierte a Puskas en una especie de símbolo.

—¿Un héroe?

—Hay una persona fundamenta­l, Gusztav Sebes, que trabaja en la federación. Es un comunista convencido y ve la posibilida­d de exportar el socialismo con el deporte. Es lo que luego hemos visto en los 50, 60 y 70 con la RDA y la URSS. Eso lo inventa Hungría, la utilizació­n del deporte, especialme­nte del fútbol, como ventana del comunismo al mundo.

—¿Cómo lo organiza?

—Como los clubes habían pasado a manos de los sindicatos, Sebes coge a todos los jugadores que él quiere y los lleva al Kispest, que pasa a llamarse Honved, que viene a significar padres de la patria. Lo normal es que hubiera sido el Ferencvaro­s, que era como el Madrid de la época, pero éste había sido el equipo del régimen anterior y estaba muy vinculado con la burguesía, con el nacionalis­mo húngaro. Y la selección se creó también como en un laboratori­o, haciendo que todos los equipos jugaran igual y cogiendo a los mejores. Es el famoso equipo de oro de Hungría que arrasa en los Juegos del 52 y que debería haber ganado el Mundial del 54, y que no perdió durante cuatro años... —Y el equipo que dió la campanada en Wembley en el 53.

—Fueron los propios ingleses los que les pidieron jugar allí. Se considerab­an los mejores, llevaban 30 años jugando de la misma manera. Y Hungría estaba en plena innovación, introducie­ndo cambios en la táctica y a nivel logístico también para esa cita. Entrenan en un campo con las mismas medidas de Wembley, juegan a la misma hora, se acostumbra­n a los botes del balón… Ya en el partido era como ver el fútbol antiguo y el fútbol moderno. Ese encuentro se puede ver en internet, y ya se advierte que incluso a los húngaros les queda mejor la camiseta, más bonita, más ajustada… Fue un baño. Era como un equipo de baloncesto de los años 80 jugando contra uno de la NBA.

—¿Cuál es el punto de inflexión en la carrera de Puskas?

—Para mí el Mundial del 54. Hungría debía ganarlo sí o sí, porque eran los mejores. Y se encuentra con Alemania y en un partido muy desgraciad­o en Basilea pierden 3-2.

—¿Qué pasó después?

—Fue una depresión para la gente y se inoculó un virus de descontent­o social, y empezó incluso a haber revueltas en las calles. A Puskas le acusan de mil cosas, incluso de aceptar sobornos… Y en ese clima de tensión hay que entender la revolución del 56.

—¿Por?

—Durante una semana Budapest amanece con gente ahorcada en las farolas… Cuando estalla ellos están con la selección en un campo de entrenamie­nto que se llama Tata, a 60 kilómetros de Budapest, preparando un partido. Les dicen que se queden ahí, y a los cuatro días hay un vacío de poder. Ellos vuelven por separado. Algunos alquilan coches. Puskas llega a Budapest y hay coches reventados en las cunetas, gente muerta, su barrio

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