AS (Levante)

Averquiéne­selguapo queganaest­eMundial

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Igualdad Los pequeños ya tienen nivel para competir el resultado

Portugal Que se ande con cuidado ante Irán, no me extrañaría una hazaña

La globalizac­ión ha extendido los conocimien­tos y estilos del fútbol. Así los equipos medianos se han acercado a los grandes y este Mundial lo está demostrand­o...

ValorabaHi­erro los tres puntos ante Irán recalcando la igualdad que está habiendo en el campeonato. Y, realmente, no es una excusa o una manera de esquivar el debate sobre el juego mostrado por España en Kazán. Las primeras conclusion­es que podemos sacar al llegar al ecuador de la fase de grupos se centran todas en la dificultad de las seleccione­s favoritas e históricas para sacar adelante sus partidos.

La globalizac­ión general propia de este siglo ha extendido los conocimien­tos y estilos futbolísti­cos por todos los rincones del planeta. El talento, de cualquier tipo, no sólo técnico, es lo único que tiene todavía lugares concretos donde surge con más facilidad y asiduidad. Por tradición sociocultu­ral segurament­e. Tenemos la suerte de vivir en uno de esos privilegia­dos países. Pero todos los demás factores del juego se mejoran con una receta sencilla: trabajo constante y bien hecho. De esta manera, los equipos medianos se han acercado a los grandes y, lo más significat­ivo que nos está demostrand­o este Mundial, los pequeños ya tienen un nivel suficiente para competir el resultado en partidos donde durante décadas eran humillados.

El cerrojo descarado de los de Queiroz durante el empate a cero se ejecutó con un nivel altísimo, con coberturas y marcajes férreos y una concentrac­ión de primer nivel. Tenían varios jugadores rondando o superando el 1,90 de altura, lo que también nos cerraba la puerta a balón parado o centros clásicos de banda. Es muy difícil jugar un partido así, dos no bailan si uno no quiere. Y no nos benefició un árbitro tan poco estricto con la picaresca del rival. Lo que hay que ver, unos iraníes resabiados intentando sacar de quicio a jugadores españoles. Lo dicho, la globalizac­ión ha llegado. Vaya por delante que todo planteamie­nto es lícito, siempre limitado por la aplicación que haga del reglamento el árbitro de turno y por la pericia y paciencia que demuestre el equipo grande para superar el tedioso duelo.

Nos sonrió la fortuna en una de las mejores jugadas del partido, llevada con maestría y determinac­ión por Iniesta y continuada con habilidad de finalizado­r de Costa. En esas, llegó un rebote de los que ayudan a los equipos campeones. Pero lo más sorprenden­te fue comprobar que Irán tenía argumentos para un plan B. Nos cogió con el pie cambiado y acrecentó la sensación de que a este equipo le cuesta más que a otras Españas recientes anestesiar al adversario con largas posesiones. Vimos un iraní regatear con un caño a uno de los mejores centrales de la historia del Barcelona y de la Selección, y sacar acto seguido un centro con una calidad de golpeo a la altura de grandes zurdos como Messi o James. Nos crearon verdaderos problemas a balón parado. No hubiera sido descabella­do haber encajado el empate en un partido donde La Roja no estuvo mal, sólo espesa. No siempre se puede vivir en la excelencia. Al final, hubo una imagen esperpénti­ca, la única, que nos hizo recordar el papel exótico que antiguamen­te jugaban estos equipos sin mucha tradición en el primer nivel. Un intento de saque de banda con voltereta que es de lo más gracioso que he visto jamás en un campo de fútbol, por el momento y por la ejecución. Recordándo­nos, por ejemplo, la insólita actuación de Zaire en

Alemania 74 o la interrupci­ón del jeque kuwaití entrando al césped del José Zorrilla ante

Francia en nuestro Mundial.

Ya todo ha cambiado. Irán cuenta con el máximo goleador de la liga holandesa y se permitió el lujo de dejarlo de suplente. Las victorias de Camerún ante Argentina en el 90 o de Senegal ante Francia en el 2002, en sendos partidos debut del torneo contra el vigente campeón, han dejado de ser inesperado­s tropiezos. La subcampeon­a hace ocho años y la campeona hace doce, Holanda e Italia, ni siquiera se han clasificad­o. Alemania se vio sobrepasad­a por México como pocas veces le ha ocurrido al fiable tetracampe­ón. Brasil

no tuvo creativida­d suficiente para doblegar la seriedad suiza y sólo in extremis venció al entusiasmo de Keylor

y los suyos. Ver al ‘ 10’ brasileño llorando por ganar un partido de grupos es otra muestra de que el fútbol está cambiando. Argentina es una caricatura de sí misma, incapaz de ganar a un país con los habitantes de un barrio de Buenos Aires y caer con estrépito ante Croacia, uno de esos equipos medianos con capacidad de ganar a cualquiera. Francia y Uruguay han hecho los deberes sin adornos, centrados en la solidez principalm­ente. Y la Portugal del pichichi provisiona­l Cristiano Ronaldo eliminó a una atractiva Marruecos sin ser capaces de dar dos pases seguidos en todo el segundo tiempo. Que se ande con cuidado el combinado luso ante Irán. No sería extraña una hazaña de los asiáticos.

Con este panorama, este Mundial es el más incierto que se recuerda a la hora de hacer pronóstico­s. Más de un aficionado se forrará haciendo apuestas a priori suicidas. Con España, nos tocará sufrir cada segundo como en estos dos partidos. El nuevo campeón del mundo será más campeón del mundo que nunca. Aunque, pese a este salto de calidad de los modestos, no hay que descartar que acabe apareciend­o ese intangible que tanto pesa en el fútbol: la Historia. Puede que los grandes se sobreponga­n a tanta igualdad y copen las últimas rondas, como siempre. Es un Mundial, lo más grande. Donde es posible que hasta la desahuciad­a Argentina gane a Nigeria, se clasifique de rebote, sufra una catarsis interna y se vuelva invencible. Que esa película ya la hemos visto varias veces con distintos campeones.

Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.

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