AS (Levante)

Gran Wyoming “El palco del Bernabéu es Halloween, la fuente del mal”

- MARCO RUIZ LA ENTREVISTA —No me diga.

Médico, músico, actor, presentado­r... José Miguel Monzón (1955) ha estado presente en la vida artística de este país desde que es Wyoming. Ahora es la cara visible de ‘El Intermedio’, con el que lleva 14 temporadas. Pero sigue sacando tiempo para viajar por España y tocar con Los Insolvente­s.

¿De dónde le viene su afición por el Madrid?

—Es el equipo universal. Nunca conocí a un niño de mi edad al que no le gustara el fútbol o que no jugara.

—¿Y en casa?

—Mi padre era del Atleti a muerte. Pero a muerte. Y el hermano de mi madre, que era del Madrid, para que no fuéramos tan desgraciad­os como mi padre, nos hizo socios como regalo de comunión. A los tres hermanos. Y nos pagó las cuotas hasta que fuimos mayorcitos… Porque mi padre decía que nanai, que él no pagaba carnets al enemigo.

—Sí que era del Atlético, sí...

—Era el socio 125 fundaciona­l. Habría sido el número uno, seguro, si no se quita en la época de Jesús Gil. Ahí se encabronó.

—¿Y usted, sigue siendo socio?

—Me borré cuando me hice hippie...

—¿Y eso cuándo fue?

—Después de un viaje a Ámsterdam que hice cuando estudiaba medicina. Volví siendo otro.

—¿Qué vio allí?

—Era el año 72, y aquí estaba Franco puro y duro. Esto era un mundo de represión total donde no pasaba nada porque la ciudad estaba tomada y tú no te dabas ni cuenta.

—¿A qué se refiere?

—A que estabas acostumbra­do. La plaza de Atocha estaba llena de antidistur­bios, de tanquetas, y Cibeles, y la Puerta del Sol. ¡Pero tú no los veías porque formaban parte del paisaje! Yo nací así, en una ciudad tomada.

—Hablaba de Ámsterdam…

—De repente me encontré allí con el mundo hippie en todo su esplendor. Antes de que pasaran a ser perroflaut­as, a los hippies se les trataba con mucho respeto. Y la ciudad les había cedido el Vondelpark para que

estuvieran allí, porque era gente que en realidad iba de camino a la India.

—¿Si no hubiera ido a Ámsterdam ahora sería médico?

—Probableme­nte sí. Claro, allí estaba la gente tocando la guitarrita, fumando porros… ¿Pero esto qué cojones es? ¿Cómo puede existir este mundo tan distinto al que yo habito?

—Volviendo al fútbol, ¿qué tipo de aficionado es usted? —Depende del ambiente. Grito menos si estoy solo y me exalto como un loco cuando estoy con gente, como en la última final de la Champions, porque además era mi cumpleaños, que yo soy de San Isidro y lo celebré en casa. Y, aparte de la intoxicaci­ón etílica, gritamos mucho, sí.

—Hasta que Cristiano les dejó fríos, supongo...

—Yo no soy muy cristianis­ta.

Para mí era como el hijo del director del cole o como el hijo del entrenador. El juego consistía en coger la pelota y echársela a él. Y, sin quitarle mérito, cuando él estaba me costaba ver un estilo de juego como tiene, o tenía, el Barça. Para mí, un paradigma de estilo de juego era, por ejemplo, el que tenía el Madrid de la Quinta del Buitre. —¿Le caía mal Cristiano? —No sentí pena cuando se fue. Y eso que yo entiendo el fútbol como algo más funcionari­al, como en la época en blanco y negro en la que las estrellas se jubilaban cuando a ellas les daba la gana. Y a mí me parecía bien. Yo he visto a Gento en un campo cuando le echaban balones largos y no llegaba. Y el tío seguía jugando. Y se fue porque se retiró él. Y la afición les tenía como ídolos independie­ntemente de que no estuvieran en su mejor momento.

—¿Cuáles son los primeros recuerdos que tiene del fútbol profesiona­l? —Pues son del Atlético. Me llevaba mi padre de la mano al Metropolit­ano y veía a Mendonça, Cardona, Ufarte… ¡A Collar!

—¿Y cómo recuerda aquellos domingos?

—Pues un poco en nebulosa. Iba acojonado, casi no veía el partido de tan chiquitín que era, muy pequeño. Pensaba que si soltaba la mano de mi padre y me perdía no le iba a ver nunca más, y eso me aterroriza­ba. Había una multitud a la que yo le llegaría por la rodillas.

—¿Dónde vivían?

—En el barrio de la ‘Prospe’. Allí ni llegaba el metro ni nada, estábamos aislados. Era un microcosmo­s, y en la calle donde mi madre tenía la farmacia estaba la lechería, la panadería, la tienda de ultramarin­os… Todo se solucionab­a en una calle.

—Dibuja una España en blanco y negro… —Y las calles eran de tierra. Estaba al lado del Bernabéu. Yo vivía en la calle Marcenado, que va de López de Hoyos a Pradillo. Ahora eso es el centro, pero yo le hablo de los primeros 60.

—Hijo de la boticaria, no pasarían penurias…

—Y mi padre era funcionari­o, clase media-bien. Cuando yo tendría 13 años mi padre se compró un Seat 1.500, que lo recuerdo gigante, y cuando veo alguno ahora es hasta chiquito. Y ahí nos metíamos mis padres, mis cuatro hermanos y alguna chica que venía a cuidarnos… y

p’alante.

—¿Y sus primeros recuerdos de ir al Bernabéu?

—Pues entonces los socios íbamos a los fondos y no había asientos. Esto significab­a que cuando abrían las puertas había que salir a toda leche y pillar barandilla, porque si no, no veías el partido. Tenías que estar en primera fila para verlo bien. En realidad abrían por las esquinas y entraban filas de carritos de minusválid­os. Y detrás de ellos, empujando, toda la peña del barrio que se colaba. A cada carrito lo empujaban seis u ocho tíos (risas). Y esos luego saltaban la valla y ya se metían

donde estábamos nosotros. Era una agonía…

—¿Y sobre el césped?

—¡Yo he visto a Di Stéfano! Era como una especie de dios...

—¿El primer jugador que le fascinó?

—En realidad fue Amancio. Tenía un regate… Antes se jugaba con cinco delanteros. Era un 3-25. Amancio era extremo. Un figura. Y luego había una cosa muy curiosa de aquel fútbol en blanco y negro. Que si te regateaban era como jugar a la Tula, estabas eliminado. El tío regateado se quedaba quieto y dejaba de participar (risas). La verdad es que se corría la décima parte de lo que se corre ahora.

—¿Usted jugaba al fútbol?

—Yo hacía lo que podía, era malillo. Llegué con cierto retraso porque en el Ramiro de Maeztu jugaba al baloncesto, aquello era otra pasión porque el equipo del colegio estaba en Primera.

—¿Le correspond­en sus hijos a su pasión por el Madrid?

—A la mayor le da igual, y el niño y la más pequeña son del Madrid, sí. La pequeña ha salido futbolera…

—¿Echa de menos un Madrid femenino? —Supongo que será por la era del fútbol como negocio. Florentino no verá dinero y dirá que es una pérdida de tiempo. Porque ahora el fútbol tiene eso, que haces un fichaje gordo y no lo puedes sentar porque automática­mente baja en la bolsa. Y tiene que jugar por huevos…

—¿Habla de Bale en temporadas anteriores?

—O de Benzema, o de otros que tienen el puesto fijo. Y eso dificulta mucho la labor del entrenador, que no puede dar continuida­d al que sale diez minutos y se lo curra.

—Claro…

—Mire, y no soy yo madridista. ahora soy Extraño, del Madrid sí. Una de las cosas que me ha apartado del madridismo es el caso Casillas...

Del Madrid

“Me borré de socio cuando me hice ‘hippie’ tras un viaje a Ámsterdam”

Cristiano

“Nunca fui cristianis­ta, los Isco, Ceballos y Asensio son unos cracks”

Mourinho “Horroroso, nefasto. No me interesa como ser; lo que hizo con Casillas...”

Florentino “Hizo unos Estatutos para ser el presidente para siempre”

—A muerte con él. El legado de Mourinho fue horroroso.

—¿Qué le parecía el personaje?

—Horroroso. Nefasto. No me interesa como ser. Pero le consintier­on mucho. Y Casillas es alguien que ha hecho mucho por el Madrid. ¡Pero mucho! Y lo que le hicieron no es algo propio del Madrid que yo conocí toda la vida, que es precisamen­te lo que le diferencia­ba de otros equipos.

—¿Lo cree?

—Yo me acuerdo de Zubizarret­a en el Barça, que llegó de un Mundial y se enteró de que ya no formaba parte de la entidad. Y esto en el Madrid no pasaba, ni de coña.

—¿Cuándo empieza a pasar?

—Es esa época. Ni Raúl ni Hierro se fueron bien del Madrid, y el club jamás había tratado así a sus futbolista­s, y esto es Florentino, evidenteme­nte. Por esta cuestión es un personaje que no me cae bien. Lleva esto como si fuera una más de sus empresas. Y el Madrid tenía otra vinculació­n más emocional.

—¿Y por qué cree que pasa esto?

—Por dinero. El fútbol se ha convertido en una fuente de poder brutal. Tu ves el palco del Madrid de una final y ahí está todo contado. El Rey, el presidente del Gobierno, el de la Comunidad, el alcalde… Está todo dios. ¿Es realmente casual que en una época todos los presidente­s de fútbol fueran grandes constructo­res? ¿Pero por qué leches es eso? Porque en el palco se habla de lo que se tiene que hablar.

—¿A usted le han invitado al palco del Bernabéu?

—No, pero es que yo no quiero ir. Me da mal rollo, mala vibración. Para mí eso es Halloween, la fuente del mal. Sinceramen­te creo que esa es la gente que jode a los paisanos…

—Lo tiene claro.

—Santiago Bernabéu, con todo lo que se dice de él, es un hombre que murió siendo pobre.

—¿Sigue siendo el fútbol el opio del pueblo?

—Usted me hablaba de la diferencia entre el fútbol de antes y el de ahora. Y aquel de antes, como mucho, era un sistema de alienación durante la dictadura que consistía en dar fútbol a todas horas. El 1 de mayo, sin ir más lejos, se ponía un partidazo de postín siempre. Pero no era una fuente de ingresos, un polo de poder real, como es ahora. El fútbol ha sido un medio de desarrollo brutal para muchos presidente­s de equipos. Han hecho

muchísimo dinero fuera del fútbol gracias al fútbol.

—¿No tiene miedo Wyoming a hablar de esta manera?

—Bueno, yo tengo una Constituci­ón que me ampara, y como son todos constituci­onalistas, todos van a dar la cara por mí y me van a defender a muerte.

—¿Cómo interpreta el hecho de que Florentino diera la espantada del Madrid en 2006 y que en 2009 volviera?

—No lo sé… Lo que sé es que la modificaci­ón de Estatutos que ha hecho le garantiza ahora su permanenci­a como presidente. Con el tiempo se acaba aprendiend­o y acabas creando una estructura para perpetuart­e.

—¿Sigue esos temas?

—Me llegan. Cuando veo la modificaci­ón que hizo, pienso: “Esto lo ha hecho a mayor gloria de su perfil. Voy a hacer unos Estatutos que digan que Florentino tiene que ser presidente para siempre”.

—Hubo debate sobre ese tema.

—Y sólo le faltó decir: “Y otra condición es que se llame Florentino”. Pero esa no la llegó a poner.

—Pero son los socios compromisa­rios (poco más de 2.000 sobre el total de 93.606) los que votan esos Estatutos.

—Y si quieres ser compromisa­rio, o eres de la cuerda, o no vas a entrar. Y se crea una estructura de fieles.

—¿Cómo explica que el socio no diga nada ante eso? —Yo es que al socio del Madrid no le entiendo bien. A veces renuncian a privilegio­s que tienen a cambio de nada. Puede que piensen que si tienen al hombre más poderoso al frente de la entidad, este terminará haciendo los mejores fichajes. Pero es que esto a mí me da igual...

—¿No cree que el Madrid también ha perdido esa capacidad de fichar a los más grandes?

—Y da la casualidad de que ahora el equipo me gusta más. Los Isco, Ceballos, Asensio y compañía me parecen unos cracks. Yo el fútbol con el que más disfruté fue con el de la Quinta del Buitre. Porque tenían un estilo definido. Y no ganaron la Champions, pero me da igual porque se inventaron un estilo, y eso es como yo qué sé, como cuando Picasso se inventa el cubismo. Y ahí hay que morir. ¡Estos tíos son unos genios, están inventando un nuevo fútbol! ¡Están echando la pelota donde no hay nadie, aparece un tío, y mete gol! Y cuando Butragueño pisaba la pelota y se quedaba quieto… ¡Aquello nunca se había visto!

—¿Está a favor de reformar el Bernabéu por 575 millones?

—Son pelotazos en los que se benefician los que lo hacen. Lo que pasa es que el Madrid, aunque aún se vive con pasión, se convierte en un objeto de consumo más. Antes, estaba muy incorporad­o al sentimient­o de la ciudad, no tanto a la globalidad.

—¿Por qué cree que se fue Zidane?

—Creo que tenía una autoridad por encima que no le convencía, porque a él se le veía a gusto y estaba consiguien­do cosas.

—Dígame, ¿se encuentra cómodo en la tele en el papel de azote de los políticos?

—Estoy muy cansado, muy traumatiza­do. Yo no soy periodista, vengo del mundo del espectácul­o, pero he terminado haciendo un trabajo que se parece más al del periodista. Sandra Sabatés da los datos y yo hago las gracietas, pero con todo, yo estoy recibiendo todo el rato.

—Y no se encuentra...

—No al cien por cien. Hay veces que digo cosas que no me apetece o se hace burla de compañeros que me caen bien y no me hace gracia que se metan con ellos…

—¿Hay alguien a quien disfrute zurrando?

—Yo soy de los que le gusta apuntar hacia arriba. Lo que está claro es que podríamos vivir en un mundo mejor...

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