AS (Levante)

“Cuando una madre llama a su hija Larisa por mí, siento un gran orgullo” Larisa Latynina

- JESÚS MÍNGUEZ

La gimnasta rusa se mantiene como la mujer con más medallas olímpicas (18) y sólo Michael Phelps la supera. Recibió a As en su casa antes de viajar a Madrid.

➥ Cumplirá 84 años en diciembre. ¿A cuántos jóvenes habrá servido de inspiració­n?

—Si he conseguido que muchos niños y niñas se hayan enamorado de la gimnasia, habrá sido estupendo. Me hace feliz. Pero sobre todo lo soy, y me siento muy orgullosa, cuando alguna madre pone el nombre de Larisa a su hija recién nacida por mí, porque a ella le serví de inspiració­n.

—Durante 48 años tuvo el récord de medallas olímpicas. Igualó ya en Roma 1960 las 12 que ganó Paavo Nurmi entre 1920 y 1928. Y en Tokio 1964 las superó. Hasta 1979, cuando un reportero checo le mostró un recorte con el ranking, usted no sabía que era la primera. Quince años después...

—Así es. ¡No lo sabía, no tenía ni idea! Y este récord fue mío durante 48 años. Nadie consiguió superarme en casi medio siglo. Aunque yo no hice nada especial para mantenerlo… simplement­e competí en mi época y dejé ahí ese registro. Sin pensar más allá. Luego, en Londres 2012, Michael Phelps por fin consiguió romperlo…

—Y usted estuvo allí aplaudiend­o a Phelps cuando ganó la medalla 19, ¿no?

—Sí, sí que acudí a la piscina cuando nadó el relevo (el 4x200 libre conquistó el oro). Pero, por

cierto, de los cuatro competidor­es de su país fue él el que peor lo hizo (se ríe pícara, como

si lanzara un dulce dardo). Entre sus medallas, hay muchas

(doce exactament­e) que las consiguió en relevos. Pero me gusta que haya podido surgir gente con tanto talento como para ser capaz de batir un récord que duraba tantos años.

—¿Le hubiera gustado entregárse­la?

—El protocolo del Comité Olímpico Internacio­nal dice que sólo sus miembros pueden poner la medalla al cuello. ¡Todos los periodista­s querían esa foto, pero la tradición es la tradición!

—¿Su infancia forjó su carácter ganador?

—Claro, sobreviví a la Gran Guerra. Y los años posteriore­s fueron muy duros. Pero el talento, la capacidad de ser un campeón, se lleva o no se lleva dentro. Recuerdo que, cuando jugaba, hacíamos carreras y si me veía por detrás me tiraba en plancha al suelo, hiriéndome incluso con el asfalto. ¡Pero mis manos cruzaban por delante la meta!

—¿Conoció el hambre?

—-Sí, sí. Mi padre murió durante la guerra. Fue muy duro cuando mi madre y yo recibimos la noticia de que había caído cerca de Stalingrad­o.

—En el cerco de la ciudad por el ejército de Adolf Hitler.

—Eso es. Muchos años después, mi hija Tatyana fue de gira con su grupo de ballet a Volvogrado (Stalingrad­o pasó a llamarse así a partir de 1961).

Visitó un monumento conmemorat­ivo donde figura la lista de asesinados en esa batalla. Repasándol­a, leyó su nombre: Diriy Semyon Andreyevic­h. ¡Casi se cayó inconscien­te! En aquel momento supimos que mi padre murió en la misma ciudad de Stalingrad­o, no cerca, defendiend­o una fábrica de tractores.

—Y su madre, ¿cómo consiguió salir adelante?

—Ella murió mucho más tarde, cuando yo ya estaba en Moscú. Me vio competir y cumplió en mí un sueño. Ella no sabía leer ni escribir, no tenía educación y limpiaba casas. Cuando comencé a practicar gimnasia, también sacaba buenas notas. Y ella le dijo a mi entrenador: ‘Si baja las notas, saldrá de su gimnasio’. Y me gradué con medalla de oro. ¡Fue la primera, con los estudios!

—¿Y esa medalla de oro, la graduación con honores en el Instituto Politécnic­o Lenin, es de las que guarda con más aprecio?

—Sí, de las que más.

—Dicen las crónicas que su gimnasia era “belleza, gracia y coreografí­a”. Hizo de la gimnasia un arte. ¿Lo siente así?

—Yo me inicié en el ballet. Quería ser una gran bailarina. Durante muchos años, sentí envidia de ellas.

—Se ve en vídeos en internet y, ¿qué le parecen ahora?

—Tengo impresione­s muy variables. Ahora, la gimnasia se ha complicado muchísimo. Pero me hace feliz que la Federación Internacio­nal tomara la decisión de puntuar por un lado la dificultad y por otro la ejecución. Eso permite que se valore más la expresión. Siendo entrenador­a del equipo nacional, siempre incidía en este aspecto y muchos me lo echaban en cara.

Embarazada

“Fui campeona del mundo en Moscú de cuatro meses” Récord

“Hasta 15 años después, no supe que lo tenía yo”

Responsabl­e

“Mi primer oro lo gané estudiando, se lo debía a mi madre” Gran Guerra

“Pasé hambre y mi padre murió en Stalingrad­o”

Simone Biles

“También es humana. ¿Superarme? No sé” Boicots

“No fueron justos para los deportista­s”

—Hablando de dificultad, ¿qué me dice de Simone Biles?

—Tiene unas capacidade­s innatas. Sus saltos son impresiona­ntes. Sus acrobacias. Pero… también es humana. Antes del último Mundial de Doha todo el mundo pensaba que nunca fallaría, y se cayó dos veces. Las debilidade­s humanas existen.

—¿Cree que ella le superará en medallas olímpicas?

—(Se pone seria). Bueno, a ver, a ver…

—Cuando volvió a su casa de Jersón tras Melbourne 1956 regaló una de sus medallas a su entrenador en la escuela, Mikhail Sotnichenk­o. ¿Por qué?

—Sin el amor que me transmitió a la gimnasia, yo nunca las habría conseguido. Lo merecía.

—Ya estaba casada y con 21 años logró seis medallas en Melbourne 1956. Ahora es imposible ver a una deportista casada a esa edad...

—¡Bueno! Entonces era normal. Sofia Muratova también lo estaba. ¡Éramos más maduros que los deportista­s actuales!

—En 1958 descubre que está embarazada y compite de cuatro meses en los Mundiales de Moscú. En secreto. Ganó cinco oros y una plata. ¿Le obligaron a salir o fue elección suya?

—¡No me obligaron, nadie lo sabía! Ni el doctor del equipo ni el entrenador. Sólo lo conocía un ginecólogo, que me dio el visto bueno para participar. Cuando gané el campeonato, enseguida salí a llamarle y cuando me cogieron el teléfono en su despacho en Kiev, me dijeron que había muerto una semana antes. Fue muy triste. Mi marido también lo sabía, claro.

—Se retiró en el Mundial de Dortmund 1966 con 32 años. ¿Cómo pudo aguantar tanto?

—También se empezaba más tarde en el alto nivel, casi a la edad en la que algunas se retiran ahora. Me gradué en Educación Física y recibí una oferta para dirigir el equipo nacional ruso. Fui la jefa en México 1968, Múnich 1972 y Montreal 1976 y mis chicas consiguier­on diez medallas de oro.

—¡Hay que sumárselas!

—(Carcajada).

No, no. Yo sólo era su guía. Las que se entrenaban muchísimo eran ellas.

—¿Qué supuso la aparición de la rumana Nadia Comaneci en Montreal 1976 para la Unión Soviética? Rompió su dominio y a usted le costó el puesto. —Sí. ¡Pero la gente con talento puede nacer en cualquier país! Traté de explicárse­lo a los directivos, pero no lo entendiero­n.

—Usted vivió la Guerra Fría en el deporte. ¿Cómo fue aquello?

—-Prácticame­nte no lo sentíamos. Llegamos a competir incluso en Estados Unidos, y no pasó nada. Nunca me impusieron el lema: ‘Sólo vale la victoria’. Sí puede ser que esa presión se trasladara a los entrenador­es.

—¿Cómo ve ahora los boicots de los Estados Unidos a los Juegos de Moscú o de Rusia a Los Ángeles 1984?

—No fue justo. Porque los deportista­s se entrenan y sacrifican la mayor parte de su vida por los Juegos. No fue correcto, ni para un lado ni para otro.

—¿La política ha jugado demasiado con el deporte?

—Desgraciad­amente, sí. Pero pensemos en que eso ya no va a volver…

—¿Y cuando viajaba fuera le daba tiempo a ver otras ciudades, a sentir cómo se vivía en otras sociedades?

—Lamentable­mente, poco. Pero fíjense, en un viaje a Estados Unidos Tamara Manina y yo convencimo­s a todo el equipo para hacer una salida y visitar el Museo de Arte Contemporá­neo de Nueva York. ¡Muchos no lo entendían! Decían que era malo. Estuve viendo con Tamara esos cuadros tan extraños para nosotros… Esos juegos de líneas y colores.

—¿Qué le pareció Nueva York?

—-Subimos al Empire State y, mirando hacia abajo y con tanto rascacielo­s, perdone pero lo que me pareció es que debajo tenía un cementerio

Esa fue mi primera impresión. (se ríe).

—¿Quién ha sido el más grande de la historia?

—(Se lo piensa un

rato). ¡No son pocos! Es muy difícil. Mire, en 2010, el COI organizó una gala en Viena, a la que asistí, para elegir a los mejores deportista­s del Siglo XX. Yo estaba allí con mi familia, seguros de que recibiría ese premio con 18 medallas. Pero la preparació­n de este evento se gestó durante un año. Nuestra jefatura no se tomó en serio el asunto y sí lo hicieron los representa­ntes de Nadia Comaneci. Así que fue anunciada como mejor atleta y gimnasta del siglo… por delante de mí y de Vera Caslavska. Nadia tenía un gran talento. ¿Pero fue la mejor del Siglo XX?

—Por último, ¿qué le parece el Premio Leyenda de As, tantos años después y tan lejos?

—¡Es tan agradable, no se lo imaginan! Se lo agradezco muchísimo a toda la gente que recuerda, aprecia y valora mis logros.

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 ??  ?? Con su imagen preferida, en los Juegos de Melbourne 1956.
Con su imagen preferida, en los Juegos de Melbourne 1956.
 ??  ?? Fotos con Pelé, Putin, Samaranch... o el astronauta Yuri Gagarin.
Fotos con Pelé, Putin, Samaranch... o el astronauta Yuri Gagarin.
 ??  ?? Fotos históricas, y todos sus trofeos conservado­s en una vitrina.
Fotos históricas, y todos sus trofeos conservado­s en una vitrina.
 ??  ?? Vive rodeada por un bosque a dos horas de Moscú.
Vive rodeada por un bosque a dos horas de Moscú.
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