AS (Levante)

Los mitos no tienen edad

- ENRIQUE OJEDA

Las leyendas del deporte no cumplen años. Cuando se retiran, salvo que estén a diario en los medios, cada uno las recuerda con la misma imagen que tenían aquel día que tanto nos impresionó. Pero a mi con Larisa Latynina me ocurre algo distinto: me creé una imagen de ella leyendo sus hazañas, sus éxitos, sus triunfos, su vida que ya sería de cine si en vez de soviética, ucraniana de origen y rusa de adopción ahora, hubiese sido estadounid­ense. Porque Hollywood no habría desaprovec­hado la ocasión de exprimir su niñez sacudida por la Guerra Mundial hasta convertirs­e en una heroína del deporte. Sí, yo me la imaginé a partir de aquella figura con traje de chaqueta de falda de tubo hasta la rodilla, siempre bien peinada y muy rígida, con aquellos ademanes sobrios con los que se paseaba ya madura por las competicio­nes más importante­s de la FIG.

Fue en la Gala de As cuando reparé en que Larisa ya no es una gimnasta, ni una juez, ni una entrenador­a. Javier Mariscal, artista y diseñador del deporte, me comentó que firma estar como Larisa a esa edad, que ya está en los ochenta y tres y mantiene el porte que siempre tuvo como comprobé en las grabacione­s de sus hazañas olímpicas. Sí, ella, que inauguró con su nombre el Salón de la Fama de los ucranianos en Kiev, no tiene edad. Transciend­e. Ha superado la barrera del tiempo y cuando vengan otras generacion­es de gimnastas la estudiarán como lo que fue, la pionera de la modernidad.

Anoche en el Palace, Larisa, que vino a Madrid con su única hija, Tatyana, y con su yerno, Rostislav, oriundo de Asturias y venezolano de nacimiento, estaba emocionada e impresiona porque aún se recuerden sus éxitos, por el detalle de As, por lo bien que lo ha pasado en su visita a España, donde viene algunos inviernos a un balneario de Alicante. Sabe que su gimnasia está muy lejos de las acrobacias que ahora ejecutan las mejores, pero también es consciente de que sin ella y su rivalidad, primero con húngaras y con las checoslova­cas después (Vera Caslavska), no se hubiese llegado tan lejos.

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