Valencia: todo un carácter
El Valencia no engaña. Huele, dice Manuel Vicent (que empezó siendo del Valencia, tuvo un desliz con el Athletic, es también del Villarreal, pero ha vuelto “al ancestro”), a cromo, a tinta de imprenta, a ruidos del fútbol, a bronca en la grada, a equipo popular manejado como un trofeo roto por una afición compacta que se enfada mucho. Es todo pasión, pero sobre todo es memoria. Al maestro de los narradores mediterráneos le apasionan virtudes contradictorias en sí mismas, como la irregularidad.
Nunca se sabe lo que va a hacer el Valencia, aunque venga de rachas imparables. En el Valencia sólo es invencible el rumor de la grada cuando gana o cuando pierde: los espectadores son como romanos de los circos, que levantan el dedo con la misma facilidad con que lo ponen hacia abajo.
Sus jugadores se parecen al Valencia. Que Rodrigo ahora se levante de la nada y sea un héroe cuando dos semanas antes fue un manta (según el graderío) forma parte de la naturaleza del carácter valencianista. Equipo ciclotímico, alcanza momentos estupendos que luego la afición olvida para centrarse, en los tiempos de penuria, en las culpas del entrenador o del presidente. Estuvieron a punto de sacrificar a un héroe, Marcelino, y miren ahora cómo lo llevan en peana. Más dura será la caída (dirá el propio Marcelino, que sabe lo que se cuece).
Muchas veces he escuchado contar a Vicent anécdotas célebres de valencianistas ilustres. Ahora le he pedido que me refresque una célebre atribuida a Puchades, un héroe del cromo y del campo. El enorme medio (luego lo vio Vicent en el Jardín de Viveros (“de paisano, y era esmirriado; debía tener 28 años”). Era una atracción de verano en Sueca: los chicos iban a verlo desayunar a un bar del pueblo. Hubo otros nombres propios de los que dice Vicent (Mundo, Igao, Juan Ramón) que se unen a los Kempes y Albelda. Todos ellos forman la historia y el carácter de un equipo “bronco y copero” que es amenazante hasta cuando se duerme. No es tan solo un equipo, es todo un carácter.