La epopeya triunfal del ‘Pequeño Maracaná’
Los balcánicos se olvidaron del juego y llevaron el duelo a la agresividad extrema. ● Un gol con la espinilla de Rubén Cano y el botellazo a Juanito convirtieron el partido en heroico
San José “Fue mi debut y anulé a Surjak que no paraba de tirarme de la patilla”
El 30-11-1977, se impuso (0-1) a pasó a la historia como ‘la batalla de Belgrado’.
Saque de centro. Toca en corto Rubén Cano para Juanito. Casi no le ha dado tiempo a controlar el balón cuando ve que le llega un misil en forma de hombre. Pies por delante, como si fuera un saltador del longitud. Busca sus piernas. Le da igual cual. El futbolista salta instintivamente. No le caza de pleno, pero le golpea. No han pasado dos segundos de partido y los yugoslavos quieren marcar territorio.
La frontera que llevan marcando –los aficionados rodearon el hotel la noche anterior para no dejar dormir a los españoles– desde que la Selección había aterrizado en su capital el lunes por la tarde, 48 horas antes de disputar lo que tendría que haber sido simplemente un partido de fútbol que pasó a la historia como la batalla de Belgrado.
Así se conoce popularmente aquel Yugoslavia-España del 30-11-1977. Las imágenes de la contienda están en Youtube para todos los que quieran recordarlas. Se las recomiendo. Podrán comprobar que las crónicas de la época –los periodistas fueron agredidos al salir del estadio– y las manifestaciones de los futbolistas que estuvieron allí se ajustaban a la realidad.
Estaba en juego la clasificación para el Mundial de Argentina 78. A los Kubala-boys les bastaba con perder por un gol. Los yugoslavos se tomaron el partido como si en ello les fuera la vida. Tito, el presidente de la República Federal socialista, alentó a las masas. Consideró un miércoles cualquiera como festivo y dio orden de que se jugara a las 13:30 para llenar las gradas del Pequeño Maracaná de enfervorizados militares que mostraban tanta agresividad o más que los aficionados de a pie.
Nada mejor que rehacer la crónica de aquella batalla con un futbolista que estuvo sobre el campo de combate. Isidoro San José, entonces 22 años, cumplía su segunda temporada en el Real Madrid y debutaba con la Selección en aquel encuentro. “No volví a ver nada igual en el resto de mi carrera. Los primeros minutos eran de caza al hombre. Primero lo de Juanito y después lo de Pirri. Como no le lesionan a la primera, van por él otra vez y se tiene que ir antes de cumplirse el primer cuarto de hora. Cuando calentábamos los pastores alemanes de la Policía estaban dentro del terreno por si saltaban aficionados desde la grada. Nos tiraban de todo. Lo soldados se enfrentaban a los propios policías”.
Para la Selección, ausente de las fases finales de los Mundiales del 70 y 74, y de las Eurocopas del 72 y 76, era una oportunidad única de volver a la élite. Kubala concentró a sus hombres en Madrid el día 22 y el 28 partieron para Belgrado. Se llevó 18 jugadores. Dos más de los 16 oficiales. Quería prevenir cualquier contingencia de última hora. Marañón y López fueron los que no se vistieron.
El técnico estaba convencido de que el enemigo tenía una encerrona preparada. Él, checo-húngaro, los conocía bien. Su obsesión con las comidas y el agua llegó a medio enloquecer a los jugadores. No les dejaba tomar ni un café fuera de las comidas oficiales. No andaba descaminado. San José se acuerda perfectamente
“La noche anterior, con el frío que hacía, se pasaron unas cuantas horas delante del hotel para no dejarnos dormir. Al día siguiente cuando fuimos a entrenarnos por la mañana, el césped estaba cubierto por una lona. Nos decían que nadie les había avisado de que íbamos a ir a entrenarnos. Lo tuvimos que hacer en una franja de terreno en una banda y levantando un poco la lona”.
El madridista estaba confiado en que iba a ser titular. “Aunque era mi primera llamada con la
‘A’, sabía que Kubala tenía mucha confianza en mí, como después me demostró. Venía de jugar con los Sub-21, la olímpica. A Kubala le gustaban los jugadores que hacían lo que él mandaba. Y yo era muy disciplinado. En la Selección siempre jugaba en el centro del campo, nunca de central o lateral como lo hacía en el Real Madrid”.
Pirri Lesionado a los 13 minutos con rotura de la vaina de los peroneos del tobillo
Muy criticado por el bajo rendimiento del equipo en su larga etapa como seleccionador, Kubala se jugaba el puesto y preparó muy bien el partido. Bajo un 1-4-4-2, se parapetó bien en defensa. Confió para la portería en Miguel Ángel, con pantalón largo, en lugar de Arconada. Los laterales, Marcelino y Camacho secaron a Susic y Popivoda; Miguelí se emparejó con Kustudic, el kamikaze de la primera entrada a Juanito y después otra a Pirri. Las dos caricias le rompieron “la vaina de los peroneos del tobillo derecho” y estuvo tres meses de baja. Casi se pierde el Mundial.
Su puesto de líbero lo ocupó Olmo, que además de estar inmenso en su papel de líbero, salvó un gol sacando un balón de la línea al poco de entrar al campo. En el centro, San José se encargaba de la estrella local, Surjak. “Me lo comí, le aburrí. Me tiraba de la oreja, de las patillas, pero no entré en su juego. Fue uno de mis primeros marcajes al hombre. Después lidié con Kempes, Maradona, Cruyff, Zico…”. Leal, Asensi y Cardeñosa, que también debutaba, completaban la línea. Arriba, Juanito y Rubén Cano.
Los hombres de Kubala tuvieron temple para sobrevivir a las agresiones. Eran más que patadas. Verdad es que se defendieron y tiraron de pierna dura en determinadas ocasiones, pero no cabía otra. Según avanzaba el encuentro con el empate, España fue sintiéndose más segura y con el gol de Rubén Cano a 20 minutos del final, se sintió clasificada. Asensi recuperó, Juanito temporizó antes de dar el pase en profundidad a Cardeñosa. El centro del bético, sobre la línea, fue inverosímil. Tanto como el remate con la espinilla de Rubén Cano, que entraba justo al palo más alejado del pase.
Un gol que valía participar en un Campeonato del mundo. A pesar de que tenían que marcar tres goles, los plavis, su nombre de guerra, no frenaron en su ímpetu. Muzinic cazó a Juanito de mala manera y en plena tangana, Migueli, sí Tarzan Migueli, acababa por los suelos agredido por el tal Kustudic, que terminaría jugando después en el Hércules y el Mallorca.
Kubala, viendo el panorama, decidió quitar a Juanito antes de que tuviera que salir con una pierna en la mano. Para evitar tentaciones y que el equipo se encerrara dio entrada a otro delantero, Dani, en perjuicio de Alabanda, que estaba preparado para echar una mano en defensa.
Con ese cambio llegó la traca final. Al futbolista, cuando se acerca hacia el banquillo, no se le ocurre otra idea que levantar su mano derecha y colocar el pulgar hacia abajo. No le dio tiempo a dar muchos pasos más. Una botella impactó en su cabeza, cerca de la oreja, y cayó redondo al suelo. A Ángel Mur, el masajista, que se dio cuenta de la acción, no le dio tiempo a bajarle la mano. Perdió momentáneamente el conocimiento, pero cuando era conducido en camilla hacia los vestuarios lo recuperó.
Juanito siempre mantuvo la teoría de que la botella que le golpeó ya venía de camino hacia él antes de hacer el gesto y lo argumentaba con la distancia de la grada, la pista de atletismo, la dirección del proyectil…
San José no recuerda bien la prima que tuvo el equipo por ganar la batalla. La Prensa de entonces habló de un millón y medio de pesetas a repartir entre todos los jugadores, pero lo que sí guarda todavía son los dos rolex que les regalaron Pablo Porta, presidente de la FEF, y el propio Kubala. “El de la Federación era de oro, el otro no…”
A su regreso a Madrid, toda la expedición se encontró con un recibimiento especial en el aeropuerto de Barajas. El tratamiento era de héroes. Los de la batalla de Belgrado.
Juanito Aseguraba que la botella ya se dirigía hacia él antes de que hiciera su feo gesto