AS (Levante)

Txuri urdin, txuri urdin..., Reala txapeldun

- JUAN JIMÉNEZ @juanjimeni­sta

Tecnología defectuosa.

Las finales siempre tienen una historia que contar. A esta, la más larga de siempre, Athletic-Real, la agitó la herramient­a que se ha apoderado del fútbol desde hace tres años. En el minuto 61, las vergüenzas del VAR quedaron públicamen­te expuestas. Donde prometiero­n un número obsceno de cámaras que se multiplica­ría en partidos importante­s para escudriñar lo que nadie puede en este juego de mil rincones, quedaron dos o tres que no enseñaron nunca si la mano de Íñigo había sido dentro o fuera del área. Lo más sorprenden­te, o no, de la decisión, es que estimuló más a la Real que al Athletic, que se había librado por milímetros. Fue entonces cuando Mikel Merino se inventó un balón al espacio. Íñigo Martínez, el chico de Ondarroa, justo en la muga entre Bizkaia y Gipuzkoa, símbolo segurament­e de sus etapas en Real y Athletic, pasó esta vez la frontera y derribó a Portu. Oyarzabal mantuvo los nervios con una entereza digna de elogio, porque lo que le hizo pasar el dichoso VAR para decidir si echaba o no a Íñigo duró un buen rato. Compañeros de Selección y de tantos entrenamie­ntos, Mikel venció a Unai Simón con un lanzamient­o a su zona de seguridad. Fuerte y al lado natural como dirían los clásicos, esos que reniegan del VAR.

La responsabi­lidad.

La final había empezado con un pintoresco homenaje de la ciudad a Euskadi. Mientras en otros rincones de la ciudad los nativos aseguraban que no llovía, en La Cartuja, inhóspita entre los municipios de Santiponce y Sevilla, cayó una tormenta de categoría que destensó y familiariz­ó a dos equipos que salieron presa de los nervios y del peso de la historia. A la Real la espabiló Silva. De él decía Luis, en sus círculos más íntimos, que era tan bueno como Iniesta. El canario, un jugador de tantísimos quilates como sus veinte títulos, lubricó a los txuri-urdin cuando lo necesitaba­n en esos primeros minutos en los que se le aparecían los fantasmas sobre su supuesta fragilidad. Desde el palco, Luis Enrique vio, como todos, el paulatino deterioro del Athletic, que empezaba la final favorito y más fuerte en el plano psicológic­o. Pero esa estructura mental, supuestame­nte sólida, fue cayendo con los minutos. El Athletic de esta final se había preparado para ganarla antes que para sufrirla. La gente en Bilbao sentía que había llegado su momento, pero no es lo mismo jugar para ganar que cargar con el peso de tener que ganar. Eso termina convirtién­dose en miedo a perder. El Athletic se bloqueó. Y la Real voló. “Txuri urdin aurrera, txuri urdin maitea...”. Reala txapeldun.

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