AS (Pais Vasco)

Drama de Shakespear­e

- desde la grada JOSÉ A. ESPINA

El portero danés tiró de estirpe y acabó con las esperanzas de otra remontada. Shakespear­e, el nuevo héroe que derrocó a Ranieri, lo abrazaba al final mientras en Sevilla evocaban la figura... ► Afición. “Sevilla, Sevilla, Sevilla, aquí estamos contigo, Sevilla...”. Era una final y el sevillismo respondió como tal aunque se haya hartado de viajar y de vaciarse los bolsillos en los últimos tiempos por toda Europa. Más de 2.000 sevillista­s silenciaro­n durante muchos minutos a los 30.000 ingleses en la grada de Leicester, furia blanquirro­ja que convirtió el estadio inglés en una sucursal de Nervión como había hecho en Basilea, Varsovia, Turín, Glasgow o Eindhoven.

► Intensidad. También sonó Underdog (Desvalido), el grupo local Kasabian, minutos antes del himno de Champions. “Parece que estoy perdido de momento, pero siempre pierdo para ganar .... ” La leyenda “Let slip the dogs of war (suelta a los perros de la guerra)”, presidía uno de los goles. Los ojos del Zorro (the fox) cayeron desde el otro. Caldera inglesa, preludio del infierno que para el Sevilla vendría después. Y ritmo premonitor­io, también: el Leicester había perdido en Sevilla... para ganar.

► Bicho. El gol de Vardy en la ida pesó demasiado. Aquel accidente, agravado por el fallo de ¡dos penaltis! durante una eliminator­ia de Champions, condenaron al Sevilla. Esta vez, el incansable delantero inglés no marcó a pesar de su obsesión por hacerle la vida imposible a los centrales, su partidazo de crack para un equipo grande que esta temporada no brillaba como lo hizo la anterior. Vardy se coronó para desgracia del equipo nervionens­e.

► Desgracias. Fue la antinoche. Nada salió bien para el Sevilla de la épica, aunque on justicia haya que convenir en que tampoco se rindió haciendo honor a su himno. Una expulsión, un penalti fallado, un gol casi de rebote de Morgan, una ocasión (de Nasri) en el primer minuto que no entró de milagro y el villano particular de la noche en ese disparo y la pena máxima de Nzonzi: Peter Schmeichel.

► Banquillo. La delgada línea del banquillo. En 90 minutos, Jorge Sampaoli podía agrandar o casi tirar por la borda la leyenda aún incipiente, pero que con tanta fuerza había empezado a construir no sólo en Sevilla, sino en España, en Argentina su país, en el Mundo del fútbol conocido. En 90 minutos quizás se haya ido por la borda buena parte de su loca epopeya de soñador, de David que se opone con firmeza a los Goliath de España y Europa. Tiene la Liga, pero los críticos afilan sus estilográf­icas con su caída de octavos, que le deja a la altura (ahora mismo) de Manolo Jiménez. Y no es poca, no.

► Expulsión. Y la línea de la genialidad. Otro genio, Nasri, se puso el traje de Míster Hyde con un partido nefasto que coronó con una absurda expulsión para dejar en la estacada al Sevilla. Puede que los días del francés, tan laureado al comienzo, se hayan terminado en Leicester. Su segunda parte de la temporada no se parece en nada a la versión brillante que mostró en el inicio. En esta eliminator­ia, su equipo lo necesitaba más que nunca y se excluyó él mismo con un error de los que protagoniz­aba hace años.

► Tragedia. Vitolo, casi imparable. Cuando todo parecía perdido, el superatlet­a canario volvió a sacarse de la chistera una jugada mágica de tantas y tantas noches sevillista­s en Europa. Schmeichel le atropelló tras una maravillos­a pared y Nzonzi tuvo en sus botas el 2-1 para volver a la épica del Nunca se rinde. El portero danés tiró de estirpe y acabó con las esperanzas de otra remontada. Shakespear­e, el nuevo héroe que derrocó a Ranieri, lo abrazaba al final mientras en Sevilla evocaban la figura del escritor con tan insigne apellido: vaya drama.

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