Anfield, Basilea, Nervión...
Lo cuenta Emery sobre la final de Europa League 2016: “Les dije a los jugadores en el descanso que pensaran que estábamos en el Sánchez Pizjuán”. El Sevilla alcanzaba el vestuario con el gol de Sturridge en contra y la euforia de más de 25.000 aficionados reds en los oídos, pero miró a los ojos de su gente y le dio la vuelta al marcador durante un segundo tiempo repleto hombría y arrojo, al son indestructible del “dicen que nunca se rinde”: esa frase que forma parte del himno del Centenario y también ya del alma de un club que durante más de una década conquistó por Europa tantos y tantos escenarios como aquel St. Jakob’s Park de Basilea.
Lo de hoy en The Kop es menos trascendente pero parece tanto o más difícil. Se trata de triunfar en Inglaterra, donde ganó oficialmente el Sevilla, y de hacerlo además en una Catedral de la animación que aprieta e intimida, que no para de empujar. No valdrá sólo con goles o con esfuerzo: para conquistar Anfield hay que ponerle al partido sobre todo mucha pasión, la misma que los 1.000 sevillistas que tratarán de silenciar el You’ll Never Walk Alone para no permitir que, como ordenó Unai en la noche de Basilea, su equipo sienta que se encuentra solo.