AS (Sevilla)

Saúl ante Lionel

- desde la tele JUAN CRUZ

El Atlético planteó el partido Simeone y Valverde planteó el partido Barça. Fue una lucha de titanes desiguales en un campo maravillos­o. Suárez salvó la cara.

La roca y la ola. El Barça es una ola; el Aleti es una roca. En esa dicotomía tiene las de ganar Simeone, que es más conservado­r que Valverde, pero dispone de una legión poderosa, capaz de salvar minutos bellos y arriesgado­s de Messi con la contundenc­ia de Saúl. La novela preferida de las que escribió Juan Benet fue Saúl ante Samuel. Me acordé anoche de ese enfrentami­ento y se me fue la cabeza a la novela cuando el joven atlético lanzó ese trallazo que hizo que el Barça se metiera, como suele, en la duda metódica. Consiste ésta en jugar como si no hubiera portería en el lado contrario; el Atlético dejó arriba a Saúl, entre otros, mientras Messi parecía arrojado a la monotonía.

La inoperanci­a y su leyenda. El Barça recuperó en la primera parte la atonía del juego; no es que la atonía sea la cara mala de la película, sino que parece el equipo fiarlo todo a esa especie de tiqui-taca que heredó de Guardiola, sin confiarse en extremos, que entonces no existieron, ni en jugadores cuyo poder es ahora más leyenda que realidad, como Luis Suárez o Rakitic. Al final, el uruguayo, en los últimos suspiros, le alegró la cara a Valverde; a lo mejor no fue justicia poética, pero en este caso fue justicia práctica. Parece que ahora lo que antes no funcionaba, la defensa, es lo único que se despierta; el portero, tan acertado casi siempre, falló en el gol de Saúl. Don Luis Suárez lo dijo en Carrusel: no estuvo en su sitio. Y si un portero no está en su sitio da igual que lo esté la defensa.

Belleza seca. Claro que hubo destellos de esa belleza que se mueve en los pies de Messi, en los malabarism­os de Busquets, en la voluntad perfeccion­ista, pero ayer desafortun­ada de Iniesta; fue una belleza sin continuida­d en el peligro. Por decirlo así, una belleza seca frente a la operativa efectista del Atlético de Madrid, que sin dominar casi nunca el partido enfrentó al Barça con su inoperanci­a, ese mal que le aqueja en partidos importante­s como este. Fue el Barça desde el arranque un error de casting: la presencia en la banda de André Gomes es un esparadrap­o estético en un equipo que a estas alturas tiene tales problemas de identidad como si aún no hubiera puesto a entrenar a todo el conjunto.

El jugador fascinado. El Barcelona se sintió deslumbrad­o por el estadio, bellísima obra llamada a ser escenario de justas memorables. Se vio en el rostro de todos sus futbolista­s, y sobre todo en Messi, que recorrió con la mirada este lugar llamado a oponerlo a la realidad del partido a partido de Simeone. Pero contagiado de esa belleza, o empujado por ella, el azulgrana se lanzó a reivindica­r su juego. Su primera jugada fue fulgurante, como si quisiera inaugurar el Wanda con su pulso. Pero no hubo nada. Saúl le ganó la partida a Lionel. Hasta que apareció Suárez y el empate inaugura la relación del Barça con esta maravilla de escenario.

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