La realidad es aún más dolorosa
El Betis se paseó por Las Palmas con cierto reflejo de parsimonia que despierta de forma definitiva las alarmas en torno al rendimiento de un equipo que no puede ser aspirante a lo que deberían apuntar sus exigencias. La realidad es actualmente mucho más dolorosa que los números. Ni el proyecto se ajusta a sus bases ni los encargados de conducirlo amenazan con un ápice de reacción que entregue esperanzas a la afición verdiblanca. El conjunto de Quique Setién perdió la confianza y construyó un muro de miedos que desnuda todas las carencias que hay en el plantel. Nadie desborda, nadie encara, nadie gana un duelo aéreo y nadie se atreve a tomar riesgos para no ser culpable.
Setién defiende la actitud de sus jugadores mientras sobre el césped no existe un ritmo competitivo que exponga ningún hilo de intensidad. Nadie es más rápido que su contrincante ni nadie esboza más fervor que el necesario. Quizás el físico de las primeras jornadas desapareció. Quizás la confianza en un estilo de juego también se fulminó desde que el Valencia hizo trizas ese dibujo de fantasía. Quizás en el fondo esta plantilla no sea tan superior a la que se construyó en las dos últimas campañas. Al menos aún debe convertir esa premisa en real. El horizonte no parece demasiado halagüeño en Heliópolis.