Froome, el asma y la picaresca
“SUS ACHAQUES,
SIN EMBARGO, NO LE
IMPIDIERON ATACAR
EN ESA JORNADA...”
El asma de Chris Froome no es ningún secreto. Existen hasta unas imágenes televisivas del Dauphiné 2014 en las que aparece inhalando salbutamol en plena etapa. El uso de este broncodilatador está autorizado, porque, claro, hay que dar una oportunidad a los enfermos para ganar el
Tour. Pero sí tiene limitaciones de la AMA: su uso se permite bajo prescripción médica y la frontera se ha establecido en 1.000 nanogramos por mililitro. A partir de esa tasa se considera dopaje por sus efectos anabolizantes. Ahí viene el problema para Froome, que ha doblado esa cantidad en un control en la 18ª etapa de la Vuelta 2017, justo el día después de pasarlas canutas en Los Machucos.
Como el salbutamol es una sustancia específica, el reglamento no aplica la suspensión automática, sino que deja que el deportista se explique. Por esa gatera podría escapar Froome, que ahora debe demostrar su falta de intencionalidad. Según su versión, sufrió un ataque severo de asma y siguió los consejos médicos. Sus achaques, sin embargo, no le impidieron atacar en esa jornada, ya bien cargado de salbutamol. La picaresca del broncodilatador es una de las más empleadas en el deporte, hasta el punto de llenar el pelotón de asmáticos. El precedente más reciente no le ayuda,
Ulissi fue sancionado, aunque otros como Pereiro, no hace tanto, sí pudieron librarse. En la UCI ya no manda un británico (Cookson), sino un francés
(Lappartient): eso tampoco le favorece. El nombre de Froome pesa más que otros, aunque por ahí cayeron ya ilustres como Armstrong y Contador. El ciclismo arrastra el lastre del dopaje, pero también ha demostrado que no le tiembla el pulso.