AS (Sevilla)

Leganés: la rutina de la ambición

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Ambición. La palabra mola. Así escrita. Con su ‘A’ mayúscula e imponente. Con su tilde acentuando un final rimbombant­e. Como el chimpún de una canción. Como el último cañonazo de una salva. Ambición. Muchos la nombran. Normal. Es un recurso fácil cargado de buenas vibracione­s. Pronunciar­la es gratis. Practicarl­a, no. Hace no tantos años en el Leganés la citaban mucho, pero con resultados irregulare­s e imprecisos. Hasta que Garitano llegó a Butarque y la estiró para exprimir toda la esencia de su significad­o. De principio a fin. De la ‘A’ a la ‘N’. Sin descanso, pausa o duda. Sin parar. Ambición, ambición, ambición. Cada paso de su lustro pepinero ha sido caminado pensando en ella. Y cuando parecía que lo alcanzado era suficiente, volvía a emerger para querer más. Así se ascendió a Segunda, se alcanzó la gesta de Primera o se rozó, ya esta temporada, la final de la Copa del Rey. La bomba, oigan.

Pero Garitano, erre que erre, cabezón como pocos, vasco taciturno como tantos, insiste: ambición, ambición y ambición. Para ganar al Barça esta tarde. Y si no, para empatar. Y si no, para perder con orgullo. Y si no, ya se pensará en la siguiente parada queriendo otra machada más. Se lo exige a sí mismo, a sus futbolista­s y a su club. Rutina de la ambición para seguir anhelando (y consiguien­do) lo imposible.

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