AS (Sevilla)

De paraguas presidenci­al a leyenda viva

- ANTONIO ROMERO

Al final han resultado premonitor­ias las palabras pronunciad­as por Ramos a mitad de febrero cuando, medio en broma medio en serio, soltó que Zizou podía irse después de ganar la Champions. Pleno para el camero. Ahora, con el trofeo en el museo del Bernabéu, todo son palmaditas en el lomo y elevación a los altares, pero en ese momento jugadores y entrenador se habían quedado solos ante el peligro. Mejor dicho, solos ante la Champions. En la zona noble se empezó a dudar de todo y de todos y el aparato propagandí­stico, permitido y aplaudido por los que mandan, sacó el ventilador, cuestionan­do incluso los métodos y la capacidad del entrenador.

Zidane y los jugadores tomaron buena nota. En su despedida el francés, fiel a su estilo, no tuvo ni medio reproche para el club de su vida, pero es evidente que una decisión de tal calado no se toma en 24 horas. El técnico sabía que le iban a hacer afrontar decisiones que tienen mala pinta y con las que no comulga.

Sabía que lo de Cristiano tiene mala solución; que el presidente sigue empeñado en que Keylor es poca cosa; y que se iba a tener que comer el marrón de traicionar a alguno de los jugadores que le han dado la sangre. Y Zidane no tenía la necesidad de pasar por eso. La jugada para él es redonda porque se va en lo más alto y pronto se le echará de menos, pero para la institució­n es un desastre. Tanto en lo deportivo como a nivel de honrar el escudo por cada rincón del planeta. El legado que deja en títulos es irrepetibl­e, pero su labor como representa­nte de los valores y el comportami­ento que identifica­n al madridismo es impagable. Vuelve pronto, Zizou...

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