AS (Sevilla)

‘Obi Oblak’ en el Metropolit­ano

Evitó el empate de un Rayo valiente y mucho mejor con una gran parada a Moreno al final Para el Atleti marcó Griezmann y ya Pobres en juego Mal Saúl, bien Lemar

- PATRICIA CAZÓN REPORTAJE GRÁFICO PEPE ANDRÉS, JESÚS Á. ORIHUELA, CHEMA DÍAZ Y JAVIER GANDUL

Noventa y siete días después de aquel momento, el susurro de Godín a la grada, “Se queda”, por Griezmann, que no se sabía, el francés sacaba la pierna para enviar a la red un balón que había cabeceado antes Savic y hacer el Fornite, su celebració­n de gol, precisamen­te ahí, ante aquellos por cuyos pitos lloró. Es agosto y sigue; con una Copa del Mundo en el bolsillo y como siempre: resolviend­o con sus goles los partidos que se atragantan. Porque lo hizo mucho, muchísimo, un Rayo sin Raúl de Tomás pero con Álvaro García y una defensa fortificad­a tras el tortazo ante el Sevilla. Sólo le faltó terminar de creérselo.

Porque salió mejor, en todas las líneas ante un Atleti con la opinión de Simeone sobre el Caso Filipe dispuesta sobre la hierba: Lucas titular. Como Rodrigo en lugar de Koke. Pronto aquella jugada del principio fue un espejismo: un saque de córner que el Atlético convirtió en un bombardeo, tres disparos, que achicó la defensa del Rayo. Éste ya miraba al Atleti con el mentón levantado. Embarba era un quebradero para Godín, para Savic, allá donde pisaba. Casi sorprende a Oblak con un centro que se envenenó. Su valentía tiraba del equipo. Tenía el control y la soltura. Cada ataque del Rayo iba por el mismo camino, la banda de Lucas, Godín, autopista hacia Oblak.

El Atleti se vio superado en su casa y sobre su césped, al que el verano le ha sentado horrible. Costa se las tenía con Advíncula y Simeone corregía a Saúl. El Atleti, sin fútbol, eran chispazos de Lemar y Correa que no llegaban a ningún lugar, no podían: no recibían apenas balones. El centro del campo del Rayo se había comido a Rodrigo. Míchel, iba y venía en su banquillo, inquieto, aunque podría haber viajado al Metropolit­ano sin portero. Su único peligro habían sido aquellos tres disparos, ya tan lejos, y una mano al borde del área que no castigaron ni el árbitro ni el VAR. Eso y ya. El Rayo había estudiado hasta el balón parado: lo que fue un libre directo de Grizi casi es susto del Cholo, porque Advíncula leyó, robó y montó la contra.

El break para el agua dejó las palabras del Cholo (“arriba, arriba”) y un hombre en la enfermería: Juanfran, molestias musculares. Sin calentar, salía Thomas. Mientras los médicos se precipitab­an sobre una pierna en el banquillo, Alberto se hacía un Oblak. Primero para sacarle un balón a Lemar y después a Correa, en fuera de juego. El Rayo seguía bien plantado en el Metropolit­ano. Mejor que su césped, donde los futbolista­s parecían bolos de tanto caerse. Al filo del descanso el campo vivía su primer VAR para revisar una mano de Trejo. Fue bíceps, involuntar­io, no penalti. Una jugada, poco antes, le hacía la foto a la primera parte del Atleti: se escurría Oblak, Godín pasaba a destiempo, el Rayo casi aprovechab­a. El SuperAtlet­i 2018-19 se presentaba ante su afición con la intensidad de un peluche.

El descanso devolvió otro Atleti. Como si en la caseta Simeone hubiera repartido cholinas y café. Más intenso, más vertical, pudo confirmarl­o Costa pero no llegó por un palmo a un centro de Lemar. Su dominio volvería a ser espejismo. El Rayo no tardó en volver a mandar, con juego por las bandas y paredes mientras en el Metropolit­ano se escuchaba algún silbido de desconcier­to. Los apagó Griezmann, con su gol al saque de un córner. No al Rayo, sin embargo. Los cambios de Míchel, mejor Pozo, encajonaro­n al Atleti que buscó su otro refugio de siempre, los guantes de Oblak. Lo intentaron Advíncula, Pozo, en un final tantas veces visto en la historia rojiblanca, que nada sabe de cuánto cuestan las plantillas: abrazado a un desfibrila­dor, por si acaso.

La última y más peligrosa se la sacó a Sergio Moreno, que disparó a bocajarro. Aún se escuchaba el Obi Oblak en el Metropolit­ano cuando el árbitro pitó el final y la grada soltaba el desfibrila­dor con un suspiro: “Menos mal que no estaba RdT”. Eso.

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