Tiger Woods apaga el infierno
La marabunta que acompañó a Tiger Woods en el hoyo 18 de East Lake estaba ansiosa. Gritaba “¡Tiger, Tiger!” y “¡USA, USA!”, porque este fin de semana en París se disputa la Ryder Cup. El público que le seguía y los millones de espectadores tras las pantallas (en el PGA Championship la CBS ya dobló audiencias respecto a 2017) necesitaban poner punto final a la gran historia de redención. Tiger, 42 años, 14 majors, cuatro operaciones de espalda para un total de 12 (con la rodilla izquierda pasó otro calvario), acababa de ganar un torneo, el número ochenta en el PGA Tour y el 107 en su cuenta total, después de 1.877 días de infierno. Un averno al que él también contribuyó a azuzar las llamas con su divorcio por su adicción al sexo, en una vida paralela a su imagen impoluta para las marcas. “Sin palabras, simplemente Tiger”. Nadal, que de retornos triunfales algo sabe, tuiteaba esa frase. La admiración que profesa hacia el golfista, al que ha acogido varias veces en su palco en el US Open, es a prueba de escándalos. Rafa reconoce en Tiger a uno de los deportistas más grandes de la historia. Y así es. Con sólo 42 años pero el cuerpo cosido en los quirófanos, el de Cypress volverá a acechar los 18 grandes de Jack Nicklaus. De momento, este fin de semana será la gran estrella de la Ryder, la vieja competición de Europa contra EE UU en la que su figura volverá a intimidar. Ayer aterrizó en Francia como la megaestrella que fue. “Me ha costado no llorar en el último putt”, confesó el Tigre tras cinco años de penitencia. Y es que nadie había conseguido apagar así las llamas del infierno.
“CON SÓLO 42 AÑOS PERO EL CUERPO COSIDO EN LOS QUIRÓFANOS...”