AS (Sevilla)

RECUERDOS DE SUS DOS SELECCIONE­S

- —¿Sí? —¿Anécdotas? —Cuente...

habernos ganado la beca, como equipo con proyección, y lo poco que nos daban en el Sabadell. —Siempre se lesionó mucho. —A mí me cambió el cuerpo en 2002. Pasé de 50 kilos a 61. El brazo se me dormía, se hinchaba. No sabían por qué. Un día se lo conté a la doctora de la selección. “Al bascular”. “¿Al bascular?”. Tenía una trombosis en la vena subclavia. El doctor dijo a mis padres: “Debe dejar el waterpolo”. Yo lo oí: “No, no”. Llamé a mi entrenador­a, Mar Sanromá, se lo dije. Dio la casualidad que Mateo Garralda, de balonmano, salía de lo mismo. Me llevó a su médico. Estuve seis meses con Sintrom, con 18 años. Siempre fui muy pupas.

—Cuando nos vamos a Zagreb, al Europeo, me pongo malísima y me operan de una apendiciti­s que se complica. ¡Diez días ingresada con seis abuelas hablando croata! Me consoló pensar en el Mundial del año siguiente. Pero a una semana, me rompo la mano. Me planteo dejarlo. El cuerpo me decía basta. Las señales. Quedaba un año para el Preolímpic­o. “Dale una oportunida­d más y si no te clasificas para Londres pues...”. Pues que se hubiera acabado. —Lo que vino le cambió la vida. —Los tres mejores años de mi carrera, sin duda.

—¿Por qué cambia Miki Oca la selección?

—Porque consigue que tengamos fe ciega en lo que dice. Revolucion­a cómo entenderlo, vivirlo. Hacía sentir importante hasta a quien jugaba 13 segundos. Eso y dos resultados. Ganar por primera vez a Estados Unidos: “Si lo hicimos una vez...”. Ahí empezó el equipo a creérselo. —Y en ese Preolímpic­o, se clasifican para Londres.

—Lo sentía mi última oportunida­d. La noche antes del partido clave puse al resto un mensaje. “No sé cuántas oportunida­des os quedarán, sólo os pido que penséis que, hasta volver a aquí, pueden pasar cuatro años”.

—Y lo lograron.

—Eso fue... A falta de un minuto todas llorando en el agua. “Lohe-mos-con-se-gui-do”. Luego tuve un miedo atroz a lesionarme. “No me puedo perder esto”. —Esto, unos Juegos, Londres. —Me acuerdo bajarnos en la Villa, mirar hacia arriba y pensar: “La Virgen, estoy aquí”.

—¿Con quién conectaba mejor en el agua?

—Con Maika, cien por cien. Era dar un pase y pensar: “Sólo lo va a ver Maika”. Y lo veía.

—Yo en Londres tenía dos misiones: jugar a waterpolo y una foto con Kobe Bryant (ríe).

—¿La logró?

—¡En la inauguraci­ón! Vimos a la selección americana en la pantalla y recorrimos el estadio hasta localizarl­a. ¡Qué momentazo! Subidones a cada paso. —Como el día de la semifinal, con el vídeo de sus familias. —Ese día fue brutal. Lo que se generó en esa habitación.

—Habíamos tenido la reunión por la mañana. Vídeo y táctica. Nos llega un mensaje, “Vídeo”, dos horas antes del partido. “¿Otro?”. Al llegar, sale una diapositiv­a con el inicio de La Guerra de las Galaxias y: “Laura Ester”. Aparece su familia. La de todas. Uf. Cuando acabó, Miki dijo: “Ahora a disfrutarl­o, por ellos y vosotras”. Salimos de allí llorando… ¡Y nos encontramo­s a Pau y Marc Gasol con la selección de baloncesto americana en la puerta! Cada día intentando verla y ahí estaba. “No jod...”. ¡Quién se iba a parar! “Tira, que nos mata” (ríe). Yo porque tenía la de Kobe y Lebron. Que si no... —Nadie contaba con su medalla en aquellos Juegos... —Fuimos con la sensación de que estaba hecho por estar, pero ganas de ir cada partido a saco. —Y van pasando y…

—Y te plantas en una semifinal olímpica. “¡Coñ..., que me queda uno para lograr medalla sí o sí”. La final no supimos jugarla. Nunca entramos. Fue un bajón hasta que Miki dijo: “No sé si sois consciente­s de que sois subcampeon­as olímpicas”. Y era verdad. Londres fue muy grande. Estar allí. La medalla. —Cambió su waterpolo.

—El número de licencias, la repercusió­n.

—Y al año, 2013, ganan el Mundial de Barcelona.

—Tras Londres nos quedó una sensación a todas: “Se nos ha escapado un oro olímpico”. Y el Mundial era la oportunida­d. En casa, el público, la piscina. —¿El partido más difícil?

—A nivel de presión, el de cuartos, ante Estados Unidos. “No quiero jugarlo: como perdamos se acaba aquí”. Luego fue uno de los mejores. Ganar, lo que supuso. “Si eliminamos a Estados Unidos, el Mundial es nuestro”. —Y lo fue.

—Yo soñé ser olímpica, no esto. Lo que la realidad superó. Y en 2013 me eligen mejor jugadora del mundo, en 2014 somos oro en el Europeo. “Vale, ahora ya sí”, pensé. Todo. Mi sacrificio, el de mi familia, las cosas que había dejado de hacer. Ahí estaba. —Pero llega Río y, de pronto, Miki la deja fuera.

—El peor momento de mi vida. —¿Por inesperado?

—Por inesperado, porque creía que no lo merecía, por la forma. Porque eran otros Juegos. Porque esto acababa de verdad. —¿No lo vio venir?

—No. Yo bajé el rendimient­o, lo reconozco. Pero venía de ser mejor jugadora del mundo, de Europa, campeona de todo… Nadie se mantiene ahí. Aquel año había sido máxima goleadora de Liga. No me arrastraba. —¿Cuándo se lo dijo?

—Dos meses antes. No voy a decir qué. A lo mejor un día cuadra, o no. Me lo comí sola. Gané la liga sabiéndolo. Pero no quería preocupar a nadie. Y también Plata olímpica, oro mundial, europeo, un bronce, y dos hermanas, Mati y Laura Ester. El waterpolo dejó mucho a Jenny, sobre todo eso. Lo que es para siempre. Valora el deporte femenino. “Falta, pero hemos evoluciona­do”. Ella da fe. Aprendió de una selección sin nada, ganó todo con otra, la que pudo empezar a vivir de ello. tenía la esperanza de que al final no fuera así.

—Se ofreció para ir a Río a llevar aunque fuese el agua.

—O a colocar los bañadores. —¿No ha vuelto a tener relación con él?

—No. Lo pasé mal realmente. Se desvaneció mi vida, de golpe. Y hay que tener la cabeza muy bien amueblada y yo doy las gracias de tenerla. Pero mi familia no merecía pasarlo así. Me llamaban cada diez minutos. “Jenny, ¿estás bien?, ¿estás sola?”. No he llorado más en mi vida. Toqué fondo ocho meses, fui al psicólogo. Nosotros vivimos en una put… burbuja y, de pronto, explota. Peor. Tú sales y sigue, sin ti. —Y de pronto un día llama Iberdrola a su puerta.

—Y ahí dije: “Venga, para arriba”. Y me ha vuelto a ilusionar lo que hago. Me daba pánico que nada volviera a hacerlo como el waterpolo. No viviré nunca algo así. Y no lo pretendo. Emociones al techo, bajones. La vida normal es mucho más plana. Pero ahora me ilusiona lo que hago, y eso sirve. Puedo ya ver waterpolo. —¿Tardó mucho en volver a meterse en una piscina?

—Mucho. Pero porque no quiero. Me metí un día en un clínic y ya... No he vuelto a tocar un balón. No quiero volver a sufrir con el waterpolo. No quiero que me despierte nada. Hago de todo. Pádel, corro, pero waterpolo no. —Y en 2018 llega al CSD... —Soy asesora de la presidenta. Todo lo que pueda ayudar desde la visión del deportista. No puedo evitarlo. Y quien está por encima de mí tampoco. María José (Rienda) y Conchi (Bellorín). —Lo que es un paso para el deporte femenino.

—Lo hemos vivido desde dentro. Da una perspectiv­a diferente. —¿Cuándo le llamó Rienda? —Miedo. Decía: “Si ahora estoy bien”. En Iberdrola. Pero a la vez me ilusionaba. Tiré de mi familia. Y mi padre, súper conservado­r: “Tira”. ¿Tira? ¿Dónde? Yo pensé que me frenaría. Le llamaba mi parte de miedo. ¡Si se pasó dos semanas sin hablarme al dejar la natación! Pero dijo: “Tira”. Y yo también quería. Tirar, aprender. Estos dos años son la carrera universita­ria que siempre me arrepentí de no hacer.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain