AS (Sevilla)

Ni magos ni rácanos: la defensa también es hermosa

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Al Manchester City le echó de la Champions un equipo disciplina­do en defensa y con un ataque directo y sencillo. Es decir, un conjunto radicalmen­te opuesto a lo que propone Guardiola. El entrenador catalán seduce al planeta con su planteamie­nto para atacar, repleto de talento, como en la preciosa jugada del gol de De Bruyne. Pero sus problemas surgen cuando hay tanta desproporc­ión respecto al juego defensivo. Duelen los ojos al ver la lamentable (no) reacción de Walker en el primer gol del Lyon, desentendi­éndose del carrilero rival, que es quien acaba marcando. Y, en general, ¿de qué sirve tanta magia ofensiva si el adversario es capaz de golearte simplement­e lanzando balones verticales e imponiéndo­se a toda tu defensa con sólo dos o tres atacantes? Está bien que tus jugadores defensivos y portero sepan sacar el balón con maestría, pero lo primordial es que defiendan y proteja la portería, respectiva­mente. Y, en momentos cruciales, a Laporte, a Ederson y a alguno más se les olvidó la función principal con la que saltaron al campo.

Al Atlético de Madrid quedarse sin la ida y la vuelta le ha restado poder. Le tocó jugar una eliminator­ia de Mundial (a vida o muerte en escenario neutral) contra el peor rival para él en esas circunstan­cias: una legión de entusiasta­s comandada por un moderno entrenador con propuestas muy versátiles según el tipo de partido y el rival. En unos cuartos convencion­ales, los rojiblanco­s habrían masticado al rival con la paciencia que dan 180 minutos, jugar de local la mitad de ellos y calcular siempre la ventaja del gol como visitante. Pero en Lisboa todo era súbito. Tardó muchos minutos, porque era complicado, en descifrar la forma de fijar la presión y poder defender las rápidas combinacio­nes a pocos toques de un juego muy dinámico. No llegaba a tiempo ni para poder hacer una falta táctica. Aun así, no recibió apenas apuros en todo el partido. Oír o leer análisis que tachan de baño la victoria del Leipzig es tener el listón muy bajo. Fue un partido igualado donde el equipo de la bebida energética creaba los problemas y el Atlético buscaba soluciones. Las encontró en la segunda parte, con una presión algo más efectiva primero, y la aparición estelar de João Félix después. Gol del rival mediante. Sin el orden conseguido con el paso de los minutos, no habría aparecido el soberbio talento del portugués. Creo que así contesto a quienes piensan que con el luso de titular todo hubiera sido diferente.

Las críticas a Simeone estos días han recorrido todos los lugares comunes de los últimos años. El estilo del técnico argentino es visto por muchos como rácano, ultradefen­sivo, incompatib­le con la categoría de un equipo que se considere grande. Y tras cada derrota importante se lo hacen saber con contundent­es titulares y opiniones. Pero mi análisis no puede ir más a la contra de esa iracunda tendencia. El Atlético consiguió algo muy difícil, empatar un partido donde se sentía muy incómodo en todo momento. Tras el 1-1, se perdió la conexión con João Félix, el partido entró en una fase indefinida, donde la amenaza de que el Leipzig pudiera volverse peligroso en cualquier transición aparenteme­nte insulsa se hacía cada vez más patente. Yo, en ese momento y todavía, eché de menos la reacción natural del Cholo: volver a proteger el centro del campo, convertido en más ofensivo y, por tanto, en más vulnerable tras el cambio de João Félix por Herrera. El gol definitivo llega por un grosero agujero en la segunda línea que permite un disparo muy cómodo del rival. Al Simeone que ha ganado títulos eso no le hubiera pasado jamás. Así que mi crítica constructi­va va en el sentido contrario al de todo el mundo: por traicionar en lo que siempre ha creído, por intentar ser quien no es, por, en definitiva, no ser más defensivo en el tramo final de un partido que había conseguido empatar y que debía intentar ganar reduciendo al máximo los riesgos ante un equipo totalmente imprevisib­le.

Como bien sabe Simeone, y como dijo vehemente y eufórico Mohamed Ali nada más ganar contra todo pronóstico a George Foreman en Kinshasa en 1974, “cuando estoy contra las cuerdas, todos creen que me está yendo mal. Pero estar contra las cuerdas es algo hermoso con un peso pesado cuando le haces lanzar sus mejores golpes y sabes que no te está pegando”.

Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.

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Ederson lamenta la derrota ante el Lyon.
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