AS (Sevilla)

Guardiola y la baladita triste de trompeta

- RAFA CABELEIRA

Treinta -o treinta y uno, porque las ligas de Tercera División no se ganan solas- son los títulos que lleva celebrados Pep Guardiola desde que se quitó el disfraz de futbolista y dejó volar al entrenador que siempre llevó dentro. Se dice pronto pero cuesta mucho, no es una cifra -esa de treinta o treinta y uno- que se alcance con facilidad en ningún ámbito de la vida. Sin ir más lejos, a mí solo me han despedido de catorce trabajos. Y a dios pongo por testigo que me he esforzado al máximo para que, cumpliment­ado el correspond­iente finiquito, me pusieran de patitas en la calle en todos ellos. El único logro que he podido celebrar más veces que títulos ha levantado el entrenador catalán es el de cumplir años… Y ni siquiera en eso podría asegurar que todo el mérito haya sido mío

Tampoco lo hace él, Pep Guardiola. En cuanto detecta un exceso de elogios hacia su persona es el primero en torcer el gesto y apuntar hacia los jugadores, que siguen siendo la parte contratant­e de la primera parte en un negocio donde todo el mundo ajusta por arrogarse algún mérito. En este país, sin ir más lejos, hemos visto a periodista­s atrinchera­rse tras una filosofía, un club o un entrenador para, llegado el día de las celebracio­nes, ponerse el primero en la foto, como si los artículos de opinión saltasen al campo de entrenamie­nto cada mañana y las palabras marcasen goles.

Este es el fútbol que a mí me gusta, no ese en el que se dan cientos de pases para no tirar a portería”, dijo un famoso comentaris­ta de televisión la semana pasada, comentando un Real Sociedad-Celta. Está muy bien que cada uno defienda sus gustos, solo faltaría, pero por encima de ellos debería imperar un cierto respeto a los méritos de cada cual. Cuando uno gana más títulos que nadie, sus equipos tiran más a puerta que nadie y marcan más goles que nadie, este tipo de comentario­s suelen tener un único cometido: distorsion­ar la realidad. Y mucho habrá que seguir distorsion­ándola para convencer al personal de que treinta o treinta y un títulos (más los que vengan) se ganan aburriendo a las ovejas y comprando mucha lana: la baladita triste de trompeta.

En cuanto detecta un exceso de elogios hacia su persona es el primero en torcer el gesto

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