AS (Valencia)

Nadal se hace inmortal con la Décima en París

Desesperó en tres sets a Stanislas Wawrinka ● Llevaba tres años sin ganar un Grand Slam ● Sólo perdió 37 juegos

- JESÚS MÍNGUEZ

Nunca, en la historia del tenis, un jugador ha dominado tanto una superficie ni ha monopoliza­do tanto un torneo como Rafa Nadal en Roland Garros. Un teatro de los sueños, una alfombra ocre en el corazón del Bois de Boulogne, donde el español se hizo inmortal al levantar la Décima. Su décima Copa de los Mosquetero­s. El Santo Grial o el Dorado de la tierra que llevaba tres años sin morder. Lo consiguió tumbando a Stanislas Wawrinka, el hombre que no había perdido ninguna de las tres finales de grandes que había disputado, por 6-2, 6-3 y 6-1 en 2h:05.

Cuando se ventilan gestas históricas, el aire se espesa. Los 30 grados y el sol de justicia que caían sobre la Philippe Chatrier calentaban el oxígeno que entraba en los pulmones. La tensión se podía tocar. Y en eso, apareció por la bocana de la pista Rafa Nadal y el speaker le presentó como “Monsieur Roland Garros”. Señor Roland Garros. Señor de la tierra. Uno en el deporte se puede hacer inmortal parando el crono en 9.58 como Usain Bolt. Dominando la pintura como Bill Russell o el aire como Michael Jordan. Desalojand­o agua con turbinas de pies y manos al estilo de Michael Phelps hasta colgarse 28 medallas olímpicas. Trazando zigzags y dibujando goles imposibles como Pelé, Maradona o Messi. Danzando ante la muerte en un ring como Muhammad Ali para acabar en pie. O ganando un torneo mágico y legendario como Roland Garros diez veces.

Siete victorias en Wimbledon tienen Roger Federer y Pete Sampras. Nadal se queda, con 15 Grand Slam en total, a tres del suizo (18) y desempata en la segunda plaza con el estadounid­ense (14). Y lo que queda de una historia que comenzó en 2005...

Nadal tuvo claro el guión que le entregaron tío Toni (que se despedía de París), Carlos Moyá y Francis Roig. Había que evitar que el suizo, de 32 años y tercero del mundo, le pegara a la bola con comodidad. Con los pies firmes en la arcilla, tiene un hierro en la derecha y un estilete en el revés a una mano. El mallorquín se procuró un break para 4-2 y desde ahí encadenó seis juegos seguidos para llevarse el primer set por 6-2 e impulsarse hasta el 3-0. Stanimal se llevaba la bola a la boca para morderla desesperad­o. Las grietas comenzaban a hacerse enormes y amenazaban con hundirle...

En la segunda manga, que finalizó 6-3, Nadal lanzó un drive paralelo sin mirar, ajustado a la línea para neutraliza­r un revés cruzado, que puso a la pista en pie. El de Lausana se golpeó la cabeza con la raqueta, la destrozó... se fue al vestuario para aclarar las ideas. Quizá leyó en su antebrazo la frase que lleva tatuada del dramaturgo irlandés Samuel Beckett (“Lo intentaste, fracasaste, no importa. Fracasa otra vez, fracasa mejor”), pero tampoco surtió efecto. La historia no se iba a torcer.

Sin ceder un set. La tercera manga comenzó con otra rotura de Nadal y todo se encaminó hacia la Décima. Una Copa que Nadal conquistó sin ceder ni un set, como en 2008 y 2010. Y sólo entregando 37 juegos (seis menos que en 2008, su récord hasta ahora). Una exhibición en la que sólo se permitió 12 errores no forzados, consiguió un 83% de puntos con primeros, un 65% con segundos y no perdió su servicio. Un tenista rozando la perfección en lucha contra la edad (cumplió 31 hace ocho días), ganando otra vez un Grand Slam tras tres años, algo que se le resistió en 2015 con problemas de ansiedad y en 2016 por una lesión de muñeca. Nadal es de diez. Es inmortal. Roland Garros lo confirmó cuando se echó a llorar, tumbado en el suelo y mirando al cielo de París, sobre su tierra.

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