Javier Fernández ya es mito: bronce olímpico
El madrileño logró la única medalla que todavía no había ganado
Las horas de frío en Toronto, los infinitos saltos en los entrenamientos, los casi diez años lejos de su familia… Todo ha merecido la pena para Javier Fernández. A los 26 años, ha cumplido su sueño: tiene la medalla de bronce olímpica. Un podio especial, se fabricó desde donde no había nada, sólo el coraje de un adolescente que decidió hacer las maletas, primero a
EE UU, luego a Canadá, para llegar a la excelencia en un deporte desconocido en su país y que Javi puso en el mapa hasta escribir esta página legendaria. Es la cuarta medalla olímpica para España, la primera en el hielo.
Con los patines de cuchillas afiladas por Antonio, el paciente padre del artista, Superjavi terminó su programa largo con una sonrisa plena. Lo había dado todo hasta la extenuación, pese a que se le había escapado uno de sus tres cuádruples (el salchow), lo único que le privó de acercarse al oro que se llevó el japonés Hanyu y de que la plata del japonés Uno no fuera suya por centésimas. El resto del repertorio de El Hombre de La Mancha fue perfecto, clavado. Un cuádruple toe perfecto, el cuádruple salchow lo combinó con doble toe y luego hasta siete triples que compensaron ese tercer cuádruple cautivo, que se fue en uno de esos lapsus que también hacen a Javi una persona especial, un chico con carisma. El mismo que entra en el cuerpo de los personajes que interpreta, esta vez era Quijote, un rol ideal para él que firmó 197.66 y 305.24 en total, añadiendo su programa corto de Chaplin, otra interpretación magistral.
Dificultad. Hanyu dominó, con un programa largo muy complejo, con 317.85 y 306.90 marcó Shoma Uno, el prometedor nipón de 20 años con un patinaje menos espectacular, pero más robótico y automatizado. Por eso arrebató la plata a Javi Fernández, que tenía esa pizca de amargura que se queda cuando sabes que la medalla podría haber sido mejor. “Ese cuádruple”, pensaría. Pero una vez olvidado, queda la gloria del bronce, su sonrisa permanente y una medalla trabajadísima, que es el reflejo de un Javi más maduro, que conserva la frescura de ese chico despistado, pero con un bagaje de experiencias en su mochila. “Me he entrenado muchas veces hasta la extenuación, hasta no poder mantenerme en pie.
Tengo todos los sentimientos, lo bueno, lo malo. A veces en competición me digo: ‘No quiero estar ahí’. Pero luego me vuelvo un robot”, contaba Javi, sobre cómo ha conseguido dominar la tensión. “El patinaje le salía sólo”, cuenta Enriqueta, la madre sufridora del campeón. Lo que ha pasado y sufrido lo saben Brian Orser y Tracy Wilson, entrenadores que reflotaron al genio de Cuatro Vientos hasta adentrarlo en la élite y que le abrazaron en la pista de Gangneung como si fuera su hijo.
Mirando con perspectiva su carrera, Javi ha vivido ocho años vertiginosos. De conformarse con clasificarse para los Vancouver 2010 a la decepción de Sochi 2014, y esta redención en Corea. Ese chasco revitalizó su espíritu luchador e hizo prometer que trabajaría al máximo en el Cricket Club para alcanzar un podio olímpico. En el camino, dos Mundiales y seis oros europeos, y remata su leyenda con este bronce.
Plata Se le escapó un cuádruple que le privó de ser segundo
Hanyu El japonés dominó la competición con un programa complejo