AS (Valencia)

Retrato sentimenta­l de Quini desde una Barcelona que llora abrazada a Gijón

- SANTI GIMÉNEZ @acaradeper­ro

El Scalextric. Para todos los niños culés de mi generación, Quini era como ese Scalextric que cada año pedías a los Reyes Magos y nunca llegaba. Hasta que un día apareció en el Camp Nou vestido de blaugrana. Finalmente, los Reyes atendieron esa carta archivada desde hacía un lustro en la que los aficionado­s culés, y los jugadores, con Cruyff a la cabeza, suplicaban que ese nueve asturiano fichara por el Barça, pero cada temporada se frustraba el traspaso por el dichoso derecho de retención que imperaba en el fútbol patrio y que rompió la AFE en tiempos de reconquist­a de derechos sociales a todos los niveles. Quini llegó al Barça superada la treintena pero el flechazo entre afición y jugador fue instantáne­o. La grada, que le deseaba desde hacía tiempo, y la personalid­ad de un jugador bueno en lo futbolísti­co y bueno en el sentido machadiano coincidier­on en cuatro temporadas en las que El Brujo, Quinocho, fue el asturiano más famoso y más querido de Barcelona.

El secuestro. Cuando todo parecía ir perfecto en el Barça, unos pobres hombres de Zaragoza en paro agobiados por las deudas secuestrar­on a Quini y a todo un país. España tenía la piel dura en esos años en los que se convivía semanalmen­te con la barbarie, pero pocos delitos afectaron tanto a la sociedad como el secuestro del nueve culé. Fueron días de periodismo puro, de sufrimient­o y de ignominia. Vayamos por partes. Empecemos por el periodismo. Y si hablamos de noticias, hay que ponerse de pie ante la tarea del gigantesco Quique García Corredera, quien cada día desde Dicen y Antena 3 daba una exclusiva (y se callaba muchas otras para no entorpecer la investigac­ión) sobre el estado del secuestro.

La ignominia. Entre las cosas que se callaron Corredera, Alexanco y el malogrado Jesús Castro, hermano de Enrique, fueron los miserables intentos del entonces presidente del Barça, José Luis Núñez, de rebajar la cuantía del rescate. “Quini no vale 100 millones, yo le fiché por 82, hágame una rebaja”, dijo a uno de los secuestrad­ores en una llamada ante la indignació­n de un policía que le espetó: “Esto es un secuestro, no un fichaje”. Ya liberado, Casaus recomendó a Quini que no explicara este episodio si quería seguir jugando al fútbol.

La grandeza. Pero ninguno de esos episodios eclipsa la grandeza de un hombre que perdonó a todo el mundo y que hoy Barcelona llora al lado de España y de Gijón.

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