AS (Valencia)

Haberle preguntado a Andrés

- POR JUAN CRUZ

Todo es triste en esta historia, hasta el silencio culpable de Florentino

Todo es triste en esta historia de la destitució­n de Lopetegui.

Todo es triste, hasta el silencio culpable de Florentino Pérez, entrometid­o en la trama que ahora perjudica las ilusiones del fútbol español, perdido en Rusia.

Empecemos por Lopetegui. Lo conocí yendo a Alicante, recienteme­nte, iba a un acto promovido por As. Iba acompañado por asesores suyos, esta gente viaja siempre en plural, por eso el ahora exseleccio­nador dice tanto “nosotros”. Me pareció un hombre aún joven, bien formado, entendido en cosas muy diversas, también de la política. Y me pareció también discreto y educado, daban ganas de escucharlo hablar. Como la gente de su género, altos ejecutivos, tenía un diálogo fluido con el teléfono. En la conferenci­a que dio ofreció detalles de su preparació­n y de su entendimie­nto de las técnicas del fútbol. Y cuando ya se iba al tren fue cuando lo escuché hablar de este país y de sus cuitas. Ahora él ha añadido una cuita más: la desolación de la Selección que preparó con tanto ahínco y, seguro, con tanta fe.

Y sigamos por Rubiales. Hizo bien en enfadarse: Lopetegui le debía la fidelidad de la informació­n. Tú no puedes estar en misa y repicando, no puedes estar negociando con Florentino Pérez al tiempo que pides dedicación absoluta para el proyecto que te entretiene en Rusia. Esto último es muy serio: en Rusia se jugaban él y la Selección un prestigio del que queda en la Selección al menos un testigo que puede enseñarle sosiego y discreción en negociacio­nes difíciles: Andrés Iniesta. Haberle preguntado a Andrés. “Andrés, ¿esto se puede hacer así?”

Y terminemos (es un decir) con Florentino Pérez. Con el Madrid todo, al Madrid no se le puede desamparar. La Selección es, para el que hace y deshace en el club blanco, el escalón de abajo. Y en este momento esto no tendría que haber sido así. La velocidad con que quiso usar su presa, para calmar la ansiedad propia, es un ejemplo de enorme egocentris­mo. El daño está hecho, y no será, ay, el último daño.

Rubiales Hizo bien en enfadarse: Lopetegui le debía fidelidad

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