AS (Valencia)

Es la hora de Griezmann

Lideró a una Francia con más solidez que glamour ● Asistió a Varane y marcó el segundo gol ● Sin Cavani, Uruguay se sintió huérfana ● Cantó Muslera

- LUIS NIETO

Sin sacarse todo el brillo posible, puede ser el Mundial de Francia, el grupo más vigoroso del torneo reforzado por los dos delanteros del momento: Mbappé y Griezmann. Esta vez, especialme­nte el atlético, cuya jerarquía se ha multiplica­do en el equipo. Francia tiene más que Uruguay y supo ponerlo sobre la mesa, con más inteligenc­ia que espectacul­aridad. Tuvo paciencia antes y después del primer gol y supo manejar un partido de juego posicional, que no es precisamen­te su especialid­ad. Uruguay se vio desarmada por la baja de Cavani y por el esfuerzo extremo de haber llegado hasta aquí con muchos kilómetros y poco banquillo.

Uruguay es un cólico nefrítico, una selección que vive el maracanazo perpetuo de haber llegado al fútbol antes que nadie con una población de poco más de tres millones de habitantes. Una selección que se cuelga cuatro estrellas, dos olímpicas, para proclamar que ya era mundial antes del primer Mundial. Y disolver un orgullo de ese tamaño resulta fatigoso incluso para Mbappé, hasta ahora el futbolista menos defendible del torneo.

Fue la pana contra la seda, pleito resuelto en una jugada de estrategia, en un lance de derbi capital: Griezmann botó una falta desde la derecha y Varane, anticipánd­ose a Stuani, la peinó a la red. El Atleti prepara y el Madrid dispara. Cuatro minutos después se replicó el lance en el área contraria y Lloris llegó donde no pudo hacerlo Muslera en un remate de Martín Cáceres. Tampoco acertó Godín en segunda instancia. Hasta entonces resistía el cholismo celeste desde su inferiorid­ad, agudizada por la ausencia de Cavani, una de las otras dos muletas que sujetan a Tabárez en el campo.

Quedó la sensación, repetida en el torneo, de que Francia jugó por debajo de sus capacidade­s y Uruguay, notablemen­te por encima. La celeste representa el fútbol clásico, el sudor y la furia. Francia simboliza la ciencia y la modernidad, repleta de jugadores fibrosos, resistente­s, y armada hasta los dientes con Mbappé y Griezmann, ambos en el top cinco de jugadores mundiales. Pero en el campo no luce tanto esa materia prima, que no le da demasiada profundida­d al juego, que apenas se apoya en Giroud, ignorado muy a menudo en su papel de hombre boya, que convierte en esporádico el talento de sus figuras. Hay más glamour en su alineación que en su juego, pero es apreciable­mente mejor que Uruguay.

El escueto resumen de ese farragoso dominio francés en la primera mitad fue un cabezazo suave y desacompas­ado de Mbappé y el gol de Varane. Menos hizo arriba Uruguay, que no aspiró más que a ser silex y a negarle a Francia su hábitat natural, el juego al espacio. Ahí no tiene rival.

Con todo, la selección de Tabárez disimuló bien que es equipo de otra talla por a su alto sentido del deber, lo que le ha traído hasta aquí, hasta que Muslera le dio el tiro de gracia. Segundos después de que Tabárez urdiera un volantazo con Cebolla Rodríguez y Maxi Gómez, el meta blandeó de manos en un disparo sencillo al centro de la portería de Griezmann, que no lo celebró. Se siente medio uruguayo por contagio. Ese gol, más el paso de los minutos, que sacó a la superficie la superiorid­ad atlética de Francia, echó la persiana al partido. Fueron los minutos de Kanté y Pogba, cuyo esfuerzo aminoró el del resto camino de las semifinale­s. Y se despidió Uruguay, que volvió a salir de un gran torneo empapado en sudor honrando a su himno: “Sabremos cumplir”. Cumplieron

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