AS (Valencia)

Lo fugitivo permanece

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El videoarbit­raje debutó en el Mundial de Rusia. Varios escritores futboleros, que nos ofrecieron su punto de vista sobre el VAR antes, lo hacen también ahora tras su aplicación.

El VAR se queda. Al menos esa es la opinión generaliza­da, luego de que se jugó la primera Copa

del Mundo con el Asistente en Vídeo del Árbitro que por sus siglas en inglés, en español evoca al bar donde discutíamo­s durante horas sobre la mano invisible de Adam Smith, el fuera de lugar de tantos impresenta­bles y esa zancadilla que, desde otro ángulo, resultó esfumarse en el etéreo. El Mundial de Rusia

2018 lo ha ganado un equipo que esperó el primer fallo filmado y luego, el primer equipo en la historia ya moderna en anotar un penal que fue determinad­o luego de haber sido revisado en pantalla. Curiosamen­te, ya se volvió común que los propios jugadores dibujen el cuadro imaginario de la pantalla para que el árbitro –en cualquier idioma-- apele al vídeo y eso coincide con un Mundial que será recordado –entre muchas otras heroicidad­es-por la exagerada teatralida­d de los divos que se revuelcan sobre el sagrado césped como si no supieran que son filmados por miles de cámaras en alta definición que exponen su desvergüen­za… y picardía.

Efectivame­nte, se han reducido los espacios invisibles donde la picardía del fútbol llanero, la gambeta callejera, el

dribbling que se aprendió en el barrio apelaba también al

colmillo con el que se lograba escenifica­r un foul donde no lo hubo, la mano de Dios y la manga del Muerto. Para la nostalgia, nos queda aún el consuelo de que esas imperfecci­ones que hacían al fútbol un ritual tan perfectame­nte humano siguen pendiendo del criterio de cada árbitro y cada nazareno será quien decida por ahora si recurre o no al VAR como alivio para sus dudas o auxiliar de sus dioptrías, pero todo parece indicar que nos adentramos en el siglo de la verificaci­ón constante: la era donde el paladín rubio de las mentiras ha tenido que estirarse el copete ante la revelación de sus mentiras y el instante en que las atrevidas militantes de Pussy Riot interrumpe­n la jugada en plena final como protesta por el régimen autoritari­o de un antiguo jefe de la KGB, agencia que dominaba la época en que los VARes pertenecía­n al reino del espionaje y las películas de James Bond. Ahora, ese mundo galáctico nos ha alcanzado y todo parece indicar que llegará el día en que los jugadores mismos porten bajo la piel un chip que ayude al Gran Hermano Árbitro en sus decisiones, y llegará el día en que algún sistema judicial opte por hologramas y sensores de GPS para declararno­s culpables hasta que se demuestre lo contrario y, con todo, el resultado del VARusia 2018 ha sido positivo: el rasero de la verificaci­ón arroja una renovada credibilid­ad en la faz de la

FIFA tan cuestionad­a, inculpada y denostada en el pasado reciente y, al mismo tiempo, deja en la amnesia intocable las dudas ya eternas de todas las jugadas cuestionad­as en el pasado, en el pretérito donde pasábamos horas recreando en el etéreo la magia del fútbol sin vídeo, pero en el bar.

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