AS (Valencia)

El Clásico del nieto

- DESDE LA GRADA JUAN CRUZ

En una epifanía para un nuevo aficionado que acude por primera vez a ver un Clásico con sólo siete años, y encima animando al equipo rival del local, el autor reflexiona sobre el triunfo.

El estreno. Mi nieto se llama Oliver y es madridista. Tenía ilusión de verlo en una ocasión como esta, la primera vez que ve un partido de fútbol en un campo grande, entre equipos de altura. Y no hay más altura que la de un Clásico. Hizo su primer viaje a Barcelona; todo fue estreno para él. También estrenó una tristeza que yo conocí cuando tenía trece años, seis más que él, y el Benfica apeó al Barça de la Copa de Europa. Entonces yo estuve tres días sin salir de casa. Él reaccionó con más valentía ante la derrota. Estoy aún más orgulloso de él.

El estadio. Para un muchacho como Oliver el Camp Nou es un acontecimi­ento anunciado. Ya los chicos lo saben todo del funcionami­ento de esta industria que no es el fútbol de 1961, cuando gracias a la radio nos imaginábam­os hasta la forma del balón y las correrías pausadas de

Kubala o los pases que entonces ordenaba don Luis Suárez. Pero aun así, a este aficionado madridista tan de mi familia le impresionó la visión del estadio. Echa de menos a Cristiano, es natural, pero tiene a Modric ya

Marcelo como héroes de repuesto. Antes del partido me explicó la teoría de que el Barça no se ha acostumbra­do a estar sin

Messi, mientras que el Madrid ya sabe cómo se juega sin Cristiano… Al final del partido estaba rabioso; y lo hizo saber de varias maneras. Una de ellas fue, aficionado al fin, afirmando su pasión, su creencia de que su admirado

Isco remontará este momento. Y de Lopetegui dice lo que ahora dicen los aficionado­s. Me ilustró a mí mismo acerca de quien era yo cuando tenía su edad y el Barça perdió gravemente pero yo no pude abandonarl­o.

Abandono. En la diástole y la sístole del campo, esos bramidos o esos suspiros de los culés, estaba también el desasosieg­o o la esperanza de Oliver, que, como muchos, también los barcelonis­tas, creyeron con razón que esa sensación de abandono madridista de la primera parte tenía su fin. El gol de Marcelo, al que el nieto adora, levantó sospechas sobre la integridad azulgrana, y ahí empezó un asedio madridista que no tuvo el éxito temido porque la pólvora balística (de Bale) está bajo mínimos. Fue meritorio el lance renovador de Lopetegui al que le iba la figura en el resultado, pero Valverde movió una ficha por la que ahora se dan pocos euros, Dembélé. Y luego, además, se atrevió con Arturo Vidal. Y resultó que uno y otro pusieron al Barça a funcionar otra vez, a reactivar a Luis Suárez, que en el campo es mejor que por la televisión. Y poco a poco la grada que ocupa ahora Lionel Messi empezó a sentir que el equipo ha tenido en cuenta que no ha de darle disgustos al ausente.

El baño. No me gustan las palabras baño, manita ni otros sucedáneos. El campo es muy duro con los visitantes, en el Camp Nou y en cualquier parte; cuando el Barça ganaba ya por suficiente vino mi buen amigo Paco, veterano barcelonis­ta distinguid­o por su bondad y elegancia. Coincidió su saludo con esos olés malhadados con los que la afición coreó jugadas sucesivas del equipo azulgrana. El fútbol tiene una envergadur­a moral que no resiste la tentación de la burla.

Actitud. Ahora, con un aficionado madridista tan querido a mi lado, he comprendid­o mejor hasta qué punto estas heridas son tan antideport­ivas o innecesari­as. Ganó el Barça, y ganó muy bien. Oliver resistió con emocionant­e dignidad. No culpó. Fue un digno perdedor. Seguro, pues, que será un ganador feliz y justo. Estoy orgulloso de haberle acompañado a su primer Clásico.

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