AS (Valencia)

Miriam Blasco “El oro en Barcelona 92 me hizo ser pregunta del Trivial”

- P. CAZÓN /

Judo

“Del judo me enamoré por Valladolid y campeona olímpica fui por Alicante”

Accidente

“La muerte de Sergio me dio fuerza: sólo si yo era oro se le recordaría”

La primera campeona olímpica de la historia de España fue ella: Miriam Blasco (Valladolid, 1963). En judo, Barcelona 1992. “Para mí no valía otra cosa que el oro”. Era triste, iba con dedicatori­a: a su entrenador Sergio Cardell, fallecido un mes y medio antes en un accidente de moto.

➥ Su madre tenía una tienda de deportes y su padre era profesor de educación física.

—El deporte formaba parte de nuestra vida (ríe). Soy la mediana de nueve hermanos, ocho chicas y un chico. Mi padre era un enamorado del deporte. Nos llevaba los fines de semana a correr al pinar en Valladolid. Nos apuntó a dos a judo, a dos atletismo, a dos a gimnasia… —O sea, que podía haberle tocado cualquier otro deporte.

—Atletismo por ejemplo, que no me gustaba nada correr cuando íbamos al pinar. Pero fue judo. Mi padre tenía un amigo con un gimnasio. “Trae a tus hijas”. Nos apuntó a dos. —¿Con quién fue?

—Con mi hermana un año mayor. Pero ella lo dejó al poco. No le gustó y, además, no se le daba bien. Yo tenía ya cinturón naranja y ella aún blanco-amarillo. —¿Qué le gustó del judo?

—Tenía ocho años e imagino que revolcarme, las volteretas… Era un poco chicazo y me gustó mucho. Era muy ágil, se me daba bien y me sentía identifica­da.

El judo es un deporte muy noble. —¿Había niñas? —En mi época no, competía con niños. Es que hace tantos años (sonríe). Y fíjate cómo cambió después todo. El judo en España fueron resultados de mujeres. Yo, Isabel (Fernández), Yolanda (Soler), Almudena (Muñoz)... Pero entonces no había ni categorías. Nunca competí en un campeonato de España junior. Siempre en senior, con los chicos. —¿Y les ganaba?

—A algunos sí. Pero entrenando con hombres subías mucho el nivel. Estás con gente de mucha más calidad, velocidad, potencia, es mucho mejor. Yo recuerdo que la gente fuera del judo me decía: “Ah, ¿pero ese no es un deporte de chicos?”. —En Belgrado, 1989, ganó la primera medalla de bronce de un español en judo.

—Sí, en judo he sido pionera en todos los resultados. Recuerdo que quedé campeona de España por primera vez en 1988, con 25 años. Había quedado siete veces tercera y dije: “O quedo campeona o me retiro”. —Entonces hacía ya seis años que vivía en Alicante.

—Me fui cuando a mi padre le jubilaron por una enfermedad y la familia se vino a vivir a Madrid, a la sierra. Para mí era empezar aquí de cero o, como tenía a mi novio en Alicante, irme allí, con gente de judo. Dije: “Me voy”. Tenía 19 añitos. Del judo me enamoré en Valladolid pero a hacer judo me enseñaron en Alicante. Técnicamen­te, la alta competició­n. En Valladolid no hubiera sido campeona olímpica. —En Alicante estaba Sergio Cardell, que se convirtió en su entrenador. ¿Cómo llegó a él? —Era el entrenador de mi exmarido, entonces mi novio. Yo ya le conocía porque iba los veranos a Alicante. En Valladolid no le dedicaba casi nada al judo, tres horas a la semana. Al llegar a Alicante, Sergio me dijo: “Si entrenando eso has sido tercera de España, tómatelo más en serio”. —¿Cómo fue tomárselo más en serio?

—Entrenar todos los días y hacer cosas que en Valladolid no. A mí el judo suelo no me gustaba mucho y, cuando tocaba, intentaba no ir. “No, no, aquí es todo”. Y, fíjate, luego el suelo ha sido una de mis técnicas favoritas para ganar combates decisivos. —Es campeona de España en 1988, no se retira, sigue.

—Y ese año en Pamplona quedo subcampeon­a de Europa. Ahí empieza el Plan ADO, Barcelona, todo. Sergio se sienta y me dice: “Quedan cuatro años para 1992, por qué no”. Él se fue a Seúl, a ver los Juegos. “Si entrenamos cuatro años, tú puedes ser campeona olímpica”. —¿Y usted qué pensó?

—Imagina. “¿Quieres volar?”. “Ah, vale”. Era como soñar despierta, soñar en grande. Sergio confiaba en mí más que yo

misma. Yo daba clase en dos colegios y dejé uno. Él también dejó cosas y nos pusimos a entrenar mañanas y tardes. —¿Cuántas horas?

—Empecé cuatro al día y terminé con seis. A nosotros se unió Josean Arruza, que era psicólogo y profesor de educación física. Inventó un sistema de entrenamie­nto muy metódico. Con preparació­n psicológic­a, pautas, visionados. Fue pionero y yo, su conejillo de indias. Gané el bronce en el Mundial, fui campeona del mundo en 1991… —Y tenía unos calcetines de la suerte, ¿no?

—La gente me dice: “¿Eres superstici­osa?”. “No, pero tenía unos calcetines...”. De los que te pones al salir del tatami. Gordos, rojos, con bolitas. Una vez salí y... no estaban. Desde entonces saqué alguna medallita pero ni me clasifiqué para los Juegos de Atlanta, o sea... (ríe). Decía: “¡Los calcetines!”.

—También competía con el cinturón de Sergio, su entrenador. —Sólo en los Juegos de Barcelona. En junio de 1992, un mes y pico antes, Sergio se mató en un accidente con la moto de mi marido, esa que yo había comprado al ser campeona del mundo. Fue un palo... Me sentí terribleme­nte mal. Me costó mucho superarlo. Pensaba: “Y si no hubiera sido campeona del mundo...”. Y si, y si, y si. Competí con su cinturón por tener algo que me diera más fuerza aún. Tenía que conseguirl­o más todavía, más por él. —Durísimo.

—Sí, Josean, que estaba en San Sebastián, se vino conmigo e hizo lo contrario a cualquiera. Hablaba de él todo el tiempo. No era tabú. Hacíamos simulacros de competició­n. Claro, yo siempre miraba al tatami a ver dónde estaba Sergio y Sergio no estaba. Trabajamos todos los factores que me podían pasar. Fue un trabajo bueno y muy, muy duro. —Decía: “Si gano la gente va a saber quién era Sergio”.

—A mí no me valía la plata, no me valía nada. Yo lo que quería

era ganar y saber que, ¿cuántos años han pasado?, ¿26?, y mira: estamos hablando de él. Si yo no hubiera ganado, Sergio no existiría y en Alicante una rotonda no llevaría su nombre. —¿Lo lleva?

—Sí. Me llamaron para ponerme a mí una Avenida. “En vez de a mí, a Sergio”. “Pues a ti y a Sergio”. Ganar me parecía el mejor homenaje. Muchas veces también he pensado que, si él no hubiese fallecido, yo no habría quedado campeona. No hubiera tenido tanta fuerza. Había algo superior que me hacía ganar porque sí. —¿Cambió Barcelona el deporte en España?

—Fue Barcelona, el plan ADO, el creer en los deportista­s. Antes, si no invertías un duro, no te preocupaba­s, por qué iba a haber resultados. En cuanto lo hicieron mira donde llegamos. —Dice que uno de sus momentos de aquellos Juegos fue estar en la inauguraci­ón, ¿por? —Normalment­e el judo empieza y si lo hace por tu peso... No vas, claro. Yo competía el cuarto día, en 56 kilos, y se empezó por pesados, y yo decía que quería y quería, y fui. Sí, es uno de mis mejores recuerdos. —Cuéntemelo.

—Imagínate al príncipe, ahora rey, ahí con la bandera: “Vamos equipooo”.

Fue muy bonito entrar al estadio. Un pabellón lleno chillando tu nombre impresiona pero entrar a un estadio y que, de repente, parezca que se te cae encima... Te pone la piel de gallina. La vibración que ahí había, la energía, era brutal, brutal. —Eran los Juegos de España.

—Claro, ganar en tu país, con tu público, el himno. Es que eso es muy grande. Me siento una privilegia­da. Podía haber ganado en otros Juegos pero no, lo hice en los Juegos clave. —Hacía unos meses que Blanca Fernández Ochoa había ganado la primera medalla olímpica de una mujer en España. Fue en los Juegos de invierno. Usted

fue la primera en los Juegos de verano. Y el primer oro. —Y al día siguiente fue Almudena. Y estaban las chicas de hockey, Theresa Zabell… Yo porque coincidí un día pero qué más da. Hombre, por una parte dices: “Eres una pregunta de Trivial”. —¿Lo es?

—(Sonríe) Sí. “¿Quién fue la primera mujer...?”. Pero a veces me parece un poco injusto. Pioneras fuimos todas las mujeres de Barcelona 1992. —¿Hasta entonces era más difícil hacer deporte siendo mujer? —Sí notabas invisibili­dad. Eso es en lo que más ha cambiado. Yo quedé campeona del mundo y nadie sabía quién era. Ahora Carolina lo es y todo el mundo la conoce, Mireia... A mí se me conoció por ser campeona olímpica. —¿En qué era mejor en el judo?

—Aguantaba bien la presión, psicológic­amente era fuerte. Ahí Josean hizo una labor estupenda. Me da mucha pena que, de Barcelona, él haya sido el gran olvidado. Que con el fallecimie­nto de Sergio, el morbo, entre comillas, no se hablase de Josean. Y yo jamás hubiera sido campeona olímpica sin él. Me hubiera hundido y no hubiese existido su método. Cambió muchas cosas, estrategia­s que Sergio y yo teníamos, con las que no hubiésemos ganado. —¿Cómo cuáles?

—Yo cuando llegó el sorteo y lo vi... La coreana primero. Después la japonesa, la cubana, la inglesa... El peor que me podía

tocar. Pero daba igual quién estuviera delante, las habíamos estudiado a todas. Yo tenía libretas: “la coreana”. La gané cómo tenía apuntado que lo haría. —¿Y cómo era?

—Yo tenía tres técnicas muy buenas y ella dos. Lo que hicimos fue que, con un desplazami­ento, moverme de una forma diferente, dejarme a mí con una técnica y a ella con ninguna. —Qué bueno.

—Cuando empezamos el combate ella se quedó a cuadros. “¿Para dónde se mueve esta chica?”. Y, claro, como yo sólo puedo hacer una técnica y ella ninguna, empiezan a sancionarn­os a las dos por no atacar. Primera sanción, segunda, tercera, la siguiente es descalific­arnos. La gente en la grada no entendía nada. Pero eso había pasado en el Villa París aquel año, la descalific­ación de un coreano por no atacar. Ella era coreana. Y yo eso también lo sabía… —¿Entonces?

—Cuando ve que nos van a descalific­ar, se mueve y yo la marco ippon. —Llega a la final, ante la inglesa, ¿qué siente?

—Yo sólo quería que ese día se acabara lo antes posible. “Que se acabe, que lo haga de una vez”. Llevaba tanta presión, tantos días... Lo recuerdo el combate más difícil. Pero salió también en lo previsto. —¿Cómo?

—Yo le marco un yuko y ella a mí un koka. O sea, ella tres puntos y yo cinco. Al final, cuando quedaban treinta segundos, yo intentaba correr por el tatami. Aunque me sancionara­n eran sólo tres puntos, no hubiese perdido. No puedes irte corriendo, pero me habría ido (ríe). —¿Y cuándo se vio en el podio, con el himno, el pabellón coreando el nombre de Sergio? —Fue un: “Lo hemos conseguido”. Una satisfacci­ón pero también un oro lleno de tristeza. Un... ufff. Sobre todo por sentirte responsabl­e. Cuando te haces más mayor, ves todo de otra manera, y Sergio fue una parte importante de mi carrera pero hubo más gente, y yo no fui responsabl­e de su muerte. Pero me costó tiempo quitarme esa carga de encima (silencio). —¿Dónde tiene la medalla?

—En casa, en una caja. —Se retiró poco después.

—Claro, no estaba Sergio. Tras Barcelona competí en una categoría superior. Y fui campeona de España, medalla en unos Europeos… Pero no me clasifiqué para los Juegos. Me faltaron los calcetines (ríe). Me dediqué a entrenar. A Atlanta fueron Yolanda e Isabel como alumnas mías y las dos quedaron bronce. —Tras usted, en los Juegos, el judo era siempre medalla. —Hasta Sydney. Ahora tenemos un campeón del mundo (Niko Sherazadis­hvili), la primera vez en la historia. Hay centros que lo están haciendo muy bien, pero influyen tantas cosas. Lesiones, sorteos, rivales y que el judo es así, que en un segundo pierdes. Han pasado cuatro Juegos sin medalla, ¿pero cuántos terceros puestos hemos perdido? —Fue senadora por el Partido Popular. ¿Pensó en hacer política? —No. Tras retirarme, me dediqué a entrenar, llevaba el centro de tecnificac­ión de Alicante… Y ahí ves cuántos problemas hay en el deporte. El futuro del deportista, su formación, las pocas ayudas. En unas jornadas pregunté: “¿Qué pasa con el mecenazgo?”. “Pues hazlo tú”. Y me llamaron para ser senadora. “¿Qué puedo hacer yo ahí?”. Pero mi hermana Carmen, la que empezó judo conmigo, estudió derecho, es profesora, y me dijo: “Muchas cosas”. Mi primer proyecto fue el Proac, que está en el CSD, con asesores que ayudan a los deportista­s a estudiar, becas. Antes tú si estudiabas te quitaban la beca porque no priorizaba­s. —¿Fue duro dejar el judo?

—No. Siempre he admirado a Rafa Nadal, a Isabel Fernández, gente que han sido campeones y quieren volver a serlo. ¿Yo? Lo fui del mundo, de Europa y olímpica y había cumplido una etapa, no quería volver a serlo. Igual

que fui entrenador­a y logré resultados. O en política, que igual: cuando conseguí la seguridad social del deportista, me fui. —¿No había?

—No. Gente 15 años de su vida con beca ADO y sin seguridad social. Yo lo había vivido. Dices: “Jo, no sé cuántos años de mi vida dedicados a España y no he cotizado nada”. Ese dinero lo conseguimo­s de los derechos televisivo­s, con LaLiga y la unificació­n de su venta: el 1% ya se destina a ello. —¿Ahora qué hace?

—Me estoy reinventan­do. En deporte ya he dado todo lo que tenía. Hago mucho voluntaria­do, ayudar en otros ámbitos. Y doy charlas, conferenci­as, viajo… —¿Se vio más a la mujer desde Barcelona 92? —Yo hice el anuncio de Cola Cao y ya, no hubo más. No se supo aprovechar su impacto. Ahora hubiera sido distinto. Entonces aún estábamos muy verdes. Londres sí marcó un antes y un después para la mujer. Barcelona fue un boom para el deporte español pero no para la mujer.

—Aunque en Alicante sí dejó una calle con su nombre.

—Y en Valladolid un pabellón. Se pelearon por mí y me dejé querer (ríe). Soy pucelana y a mucha honra, pero deportivam­ente soy alicantina. Y es un honor cuando veo: Avenida Miriam Blasco. La gente jovencita me dice: “Te llamas como la Avenida”. “No, no: es la Avenida que se llama como yo...”.

Sorteo

“Fue el peor. Pero daba igual quién me tocara. Las estudié a todas...”

Sensación

“Barcelona fue el boom del deporte español y Londres el de la mujer”

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1992. Miriam Blasco, campeona olímpica en judo, en Barcelona 92.
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