AS (Valencia)

Crisis de nervios en Buenos Aires antes de la soñada final

Las calles transpiran la rivalidad

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En una esquina de Buenos Aires un hombre le pregunta a otro: “¿Cómo llevas estas semanas?” El segundo responde: “Me cuesta dormir, no tengo hambre; el otro día hasta me bajó la presión”. La conversaci­ón sigue. “Estoy igual. No aguanto otra final así”.

Las calles de la capital argentina son una experienci­a interesant­e para tomarle el pulso a la sociedad bonaerense, y en esta semana no se habla de otra cosa que no sea el Boca-River. Ni la huelga aeroportua­ria, ni la cumbre del G-20 le quitan el protagonis­mo a un duelo que está precedido por una atmósfera más tensa que en el duelo en la Bombonera.

Ésta vez no habrá margen de error ni posibilida­d de revancha, y los protagonis­tas lo tienen claro. River optó por abstraerse, y el plantel se resguardó en un búnker a 70 kilómetros de Buenos Aires desde donde se trasladará hasta el Monumental. Boca apeló a la emotividad: 50.000 personas llegaron el jueves a la Bombonera para darle el último aliento.

La condición de inmortalid­ad que tendrá el ganador y la posibilida­d de recordarle al otro durante años este partido, han alimentado las burlas, y los insultos que en Argentina se dan de forma tan colorida y ocurrente. Un clima en ebullición que afecta a casi todos: Boca-River agrupan al 70 por ciento de los hinchas del país. “Los argentinos no somos buenos, ni malos: somos exagerados”, me dice un taxista porteño. Y probableme­nte esa frase sea la que mejor resuma las horas previas a un duelo al que ya no le caben más rótulos. “La final del siglo, la final del mundo, la final soñada”. Quizás sea más apropiado decir: el partido que todos temen perder.

Eternidad El campeón recordará durante años el logro sobre el rival

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AMBIENTE. Los hinchas de River se concentran en las calles.

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