Plantilla y pandemia, decisivas
El segundo año de la era post-Cristiano Ronaldo se aventuraba igual de duro que el primero para el Real Madrid. Casi nadie, y me incluyo, pensaba que los blancos podrían ganarle la Liga al Barça de Messi, que el año anterior les había sacado casi veinte puntos de en la tabla clasificatoria. En otros torneos podría haber más oportunidades, pero en treinta y ocho partidos, el factor de tener al mejor jugador del mundo era muy difícil de contrarrestar. Sin embargo, en la primera parte del campeonato ya se vieron malos síntomas en los azulgranas, endebles fuera de casa y sólo regulares en el Camp Nou. Pero el Madrid no andaba mucho mejor, con tropiezos aquí y allá, que mantenían el favoritismo en los culés para llevarse de nuevo el torneo de la regularidad. Pero la pandemia de la COVID-19 lo cambió todo. La concentración de once partidos en cuarenta días sometió a un riguroso examen a las plantillas, donde el estado físico y el fondo de armario iban a ser definitivos para aguantar tal estrés competitivo.
El Madrid volvió a un nivel sorprendente y el Barça se cayó en el tercer partido, el del empate en Sevilla, cuando Piqué
compareció exhausto ante las cámaras para decir que iba a ser imposible ganar el título. Qué mal debía de ver a los suyos para rendirse a falta de ocho jornadas para el final. La excusa del VAR
no pudo disimular el deterioro del equipo azulgrana y el batacazo que se estaban pegando. Messi lo radiografió después del ridículo ante Osasuna. La cuarentena disolvió los pocos lazos de unión que quedaban en el Barça, mientras que Zidane
la aprovechó para reforzar los que le unían a la vieja guardia de su plantilla. Y el resultado no ha podido ser mejor. Sus datos así lo confirman: 10 partidos consecutivos ganando (más un empate), ha marcado en los 11 partidos (nunca ha estado por debajo en el marcador), seis encuentros sin encajar... Un bloque.