AS (Valencia)

La gloria de Julen Lopetegui

- ELÍAS ISRAEL @elias_israel

En el nombre de Agerre II.

Julen clavó sus rodillas con los brazos en alto y dejó embargarse por la alegría y lloró de alegría. Esas lágrimas que tanto derramó, y que le rompió el alma ver en la cara de los suyos al volver de Rusia, se tornaron en la felicidad de lo que es, un enorme entrenador que no merecía tan injusto escarnio, un relato tan mentiroso. Después de un año difícil, tremendo en lo emocional, Julen volvió a ser feliz en el Sevilla. Seguro que

Agerre II, su padre, querrá fumarse un puro para festejarlo. Habrá que dejarlo. Se lo merecía

Navas, en su tercera juventud, el último tango de Banega, las apuestas por el milagroso Bono y por De Jong en el día más señalado. El Sevilla de Monchi tiene un señor entrenador.

Quién supiera sufrir como el Sevilla. Contra el United hizo un máster de resilienci­a, se agarró a la actuación imperial de Bono. Ante el Inter mezcló el tremendo sufrimient­o de verse cerca del título con estar físicament­e bordeando todos los límites en los jugadores más importante­s del equipo. A todos se sobrepuso. Roma, Wolves, Manchester United e Inter es un camino de gloria majestuoso para ganar tu competició­n fetiche. En un año excepciona­l, un título no menos excepciona­l.

Dos equipazos para una gran final. Un primer tiempo espectacul­ar, de poder a poder, una montaña rusa, con dos equipos capaces de levantarse con grandeza de los golpes más duros. En el descanso tuvo que haber corrección de los técnicos, descontent­os con la cantidad de ocasiones concedidas. Lukaku perdonó el 3-2 e hizo buena la chilena de Diego Carlos, los detalles que marcan una final y que cambian la película para la sexta gloria del sevillismo.

Messi no puede irse así. Imposible no dedicarle una reflexión a su posible marcha. El funambulis­mo es un pésimo ejercicio cuando hablamos del futuro del mejor futbolista de la historia. La última imagen de Messi no puede ser la del capitán roto en el descanso de un partido, ni la de la estrella caída tras la derrota más estrepitos­a de la historia barcelonis­ta. Bartomeu tiene fecha de caducidad. Su legado será el de un pésimo presidente. El de Messi, pase lo que pase, será el del futbolista superlativ­o que cambió para siempre la historia del Barça. Dejar marchar al argentino no garantiza una mejora deportiva, pero sí un agujero definitivo al plan de negocio. Si se va, perderá Messi, perderá el Barça y perderá LaLiga, un socavón de dimensione­s estratosfé­ricas.

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