A La Roja le costó romper con un pasado unido a la furia
en 1929: “Desde las seis de la mañana ya nos echábamos al campo a correr a pie, a lanzar peso y disco, hacer ciclismo y pruebas de salto.
Así podíamos luego realizar alardes de resistencia, como jugar, por ejemplo, en un mes catorce, quince y más partidos”, argumentó. Con Bru nació el mito de la furia, alimentado durante tantos años, con éxitos puntuales como el cuarto puesto en el Mundial de Brasil de 1950 gracias al gol de Zarra y a la WM del entrenador Benito Díaz, que no seleccionador, cargo que ostentó Guillermo Eizaguirre.
Aunque hubo incipientes conatos de revolución, como los tempranos de José María Mateos (1922-33) o los vividos bajo la base de la contracultural
Quinta del Buitre ya en los ochenta, a España le costó romper con su pasado. Hasta el fracaso de Clemente y su método tan contestado no se apreció un cambio de mentalidad. El giro se inició tímidamente con Camacho, pero fue Luis Aragonés el hombre que terminó de liberar a la Selección. Luis promocionó el papel de los jugones y señaló a los centrocampistas. Sus listas contaron hasta 58 jugadores, con Casillas (3.780 minutos) y Xavi (3.385) como emblemas. “Nos juntó a los pequeños, Iniesta, Cazorla, Cesc, Silva, Villa... Con Luis hicimos la revolución, cambiamos la furia por el balón y le demostramos al mundo que se puede ganar jugando bien”, apuntó Xavi en una carta abierta en
Legado