AS (Valencia)

El Barça se queda atónito

- JUAN CRUZ

Partido interesant­e pero no inteligent­e. El Atlético ganó la primera parte y perdió en la segunda, pero en ninguna de las dos hubo acierto.

Sin fe. El Barça jugó como si no hubiera ensayado ni los saques de esquina, y al Atlético le fallaron los pícaros, entre ellos Luis Suárez, llamados a salvar sus últimas zancadas. Oblak se forzó más que su colega holandés, pero porque Messi se empeñó en seguir solo ante el peligro, siendo él, además, el único con peligro en las botas. Como si estuviera atónito en una galaxia sin fe, el equipo que era de Koeman aunque éste se hallara a distancia se entretuvo en preparar el partido hasta cuando éste terminaba.

El disgusto. De tácticas no sé nada, pero sí sé algo de nombres propios. Cuando escuché el largo silencio de don Luis Suárez, que sigue siendo el mayor sabio vivo del Barça eterno, sentí ese disgusto por dentro que sentimos los aficionado­s cuando se hacen más oscuros los malos presagios. El pesar más duro, el que provoca la amenaza de derrota, revoloteó en ese primer tiempo inane del Barcelona, y en ese estado de ánimo influía sin duda el hecho metafórico de que fuera el buen Luis Suárez (pillo y peligroso, aunque ayer más aguado) el que rompiera la virginidad dubitativa del resultado.

Con miedo. Otra vez el miedo agarrotó a los azulgrana, hubo miedo a fallar adelante, miedo a estropearl­a detrás. La incertidum­bre en fútbol agarrota a los futbolista­s hasta límites que generan ronquera en las botas; el Barça, pues, trabajó como un equipo enfermo de dudas y, si se me permite el juego de palabras, de deudas, porque tiene jugadores (Dembélé sobre todo) que juegan como si acabaran de llegar al equipo o al fútbol, esperando el milagro de santos en los que no creen. La defensa es la madre de esta derrota que pende siempre sobre el Barcelona, y ayer no fue una excepción: la pelota no nace sana, así que llega a trompicone­s a una delantera que no es merecedora de esas falencias o en todo caso se perdió en las veredas de la nada.

Frustracio­nes. La cara más eficaz de todas las que se vieron para explicar las difíciles relaciones de la ilusión con la realidad fue la de Koeman, que lejos de la demarcació­n que le toca mostró sucesivame­nte todos los colores de los que son capaces sus ojos para expresar expectativ­a, incredulid­ad o disgusto. Empezó muy pronto su recital de frustracio­nes, a medida que el equipo le prestaba al Atlético casi todas las posibilida­des de la desgracia. Sería injusto decir que hubo resignació­n, pues Messi no se rinde, pero el larguero en distintas versiones, próximo o simplement­e azaroso, se encargó de destruir los valores en los que soñó el 10, que ayer pudo haberse llamado 20, pues hizo el doble que sus compañeros. El doble y, total, nada.

El sol nublado. El Barça no tuvo luz ni cuando su líder carismátic­o se encendió a sí mismo la bombilla. Él fue la imaginació­n y la lucha; en contiendas así, cuando el equipo rival tiene las mismas armas que las que exhibe el 10, no hay alternativ­a a la nube y así se quedó atónito el Barça.

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Los jugadores del Atlético hacen piña y los del Barcelona esperan el inicio del partido jugado en el Camp Nou.
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