Lecciones de un desastre
La abultada derrota ante Francia agrava la crisis del rugby inglés
God save the kings’. ‘Dios salve a los reyes’, titulaba el domingo con sorna, en referencia al himno inglés, L’Equipe. Se ufanaba de la severa derrota infligida por Francia a Inglaterra (10-53) el sábado en el Seis Naciones, la peor en 113 años de partidos internacionales en Twickenham.
No fueron solo los guarismos. Sobre todo fue la perenne sensación de dominio francés e incapacidad local, de estar viendo un David contra Goliat, comparativa en la que Inglaterra nunca puede ser David. Porque allí se inventó el juego, porque es uno de los países que más recursos destina a este deporte y porque organiza una de las ligas más potentes del mundo. Como en el caso de Gales, el problema no es coyuntural sino estructural. Empieza en la base y arroja sus consecuencias más visibles en el XV de la Rosa.
Inglaterra ha vivido por encima de sus posibilidades para competir con el Top 14 francés. Cuando han venido mal dadas, pandemia mediante, el modelo se ha revelado insostenible. Este año han quebrado dos clubes de la Premiership, Worcester y Wasps. Implosiones que han suscitado una investigación por parte del comité parlamentario encargado de los asuntos deportivos. La conclusión más palmaria de esta fue que el liderazgo en el rugby inglés es ahora mismo “inerte”.
De la cúspide a la base de la pirámide. Según Statista, en 2016 jugaban al rugby en
Inglaterra al menos dos veces por semana cerca de 260.000 personas. El doble que en 2021, el último año con datos. Se ha producido una fuga hacia otras disciplinas, alimentada por estudios recientes que demuestran que el rugby de élite genera un riesgo de sufrir enfermedades neurodegenerativas por encima de la media.
Y de vuelta a la cúspide, a la RFU, que en diciembre despidió a Eddie Jones, un 73% de victorias, tres títulos del Seis Naciones (Grand Slam en 2016) y una final mundialista. Cese resultadista que paradójicamente alivia la situación del sucesor, Steve Borthwick. Si su nombramiento no funciona, por mucho que se dispare en el pie con decisiones impopulares como la de sentar a Owen Farrell, será porque el nivel de la Rosa es la punta del iceberg que está perforando el casco del rugby inglés, si nadie lo remedia pronto un nuevo Titanic.