Juanfran “Si no la gana el Atleti, que la Liga sea para el Girona”
Se formó en ‘La Fábrica’ blanca pero dice que sus valores y su forma de ser le identifican más con el Atlético, con el que jugó 355 partidos y ganó siete títulos. Desde que se retiró no para de embarcarse en proyectos: comentarista, vicepresidente del Intercity, una clínica de medicina...
Como dijo él mismo en su despedida, Juanfran Torres (Crevillente, Alicante, 1985) nació ‘vikingo y el destino lo transformó en ‘indio’. En ese proceso de conversión, rebautizó a gran parte de su entorno familiar y de amistades, de firme inclinación blanca. Criado en la cantera del Madrid, el extremo reconvertido a lateral, incorporó las rayas rojas a su vida en 2011, cuando llegó desde Pamplona para abrazar por primera vez la fe robjiblanca. Tras ocho temporadas, 355 partidos y siete títulos, el Atleti es y será siempre parte de su vida.
—No es sencillo hablar con usted…
—Estoy siempre muy liado porque participo en muchos proyectos. Soy vicepresidente deportivo del Intercity, club de 1ª RFEF, soy comentarista en televisión, tengo una clínica multifuncional de medicina y fisioterapia y estoy con la selección española de creadores de contenido en redes sociales con otros
También juego al pádel, tengo una agencia de representación y también una empresa de organización de eventos deportivos. Mi mujer me dice que trabajo más que cuando jugaba, pero es tan grande el vacío que me ha dejado el fútbol que necesito llenar el tiempo con muchas cosas. —Las derrotas del Madrid han sido en el Metropolitano... de la plantilla. Kroos y Modric siguen a un gran nivel y se han reforzado con criterio para hacer un equipo muy físico con gente como Camavinga, Valverde o Tchouameni. Además, Rodrygo me parece impresionante. Cuando hablo con jugadores que se enfrentan a ellos dicen que físicamente están un peldaño por encima del resto. Es muy difícil igualarles en eso. Hay que prepararse y jugar a ‘nivel dios’ para poder competir contra ellos.
na vez, cuando éramos pequeños, en quinto de primaria, la profesora nos preguntó en clase si sabíamos por qué subía la marea de ese mar que casi podíamos oler desde el patio. Tú fuiste el único que levantó la mano, rasgando mucho los ojos como hacías siempre que mirabas a la pizarra, y dijiste muy tranquilo: “Por la luna”. Me dejaste asombrado. Eras listísimo y sabías ese tipo de cosas antes que el resto.
Soy es la boda de Jaime, pero no te podremos ver. No podré hablar contigo de la NFL, ni del Racing, ni de Bellingham, ni del derbi.
iempre jugábamos a penaltis en la playa. Una tanda a diez. Tú y Juan contra Manuel y yo. Jamás os pudimos ganar. Íbamos bien, pero luego nos veníamos abajo psicológicamente. Te lanzabas a la arena con tu corpachón en una especie de insólita estirada, como el seminarista de la foto de Ramón Masats, y luego te levantabas agitando el puño, haciendo la garra. Eras de hielo. Tirabas los penaltis muy lento, con la frialdad de un psicópata. Una tarde recuerdo que estábamos a punto de ganar, había una chica mirando, y yo mandé el balón hasta el Cormorán de puritita presión. Me sentí como Roberto Baggio en Pasadena.
Hace poco estuve jugando en casa de Edu, en la Sierra, con una máquina recreativa que tiene con todos los juegos del mundo, incluyendo el Street Fighter II y el Goldeneye. De todos ellos, elegí el Tecmo Cup, un extrañísimo juego mitad fútbol y mitad “Elige tu Propia Aventura” que tú me enseñaste en Noray y con el que fuimos campeones del mundo juntos. Gané un partido antes de irme a la cama y fue sentirte de nuevo ahí a mi lado, aliento de galletas y viernes. Apagué y me quedé un rato a oscuras en aquella casa enorme, acordándome de ti. Pero no te escribí. No sé por qué.
Hoy es la boda de Jaime y no podrás estar. Da igual. Los del banco azul te esperamos. Ponte fuerte (pero tampoco tan fuerte), que tenemos que jugar la revancha de penaltis y luego ir al Lupa. Y darnos un baño en la Segunda mientras hablamos de Ebi Smolarek.
AMandé el balón hasta el Cormorán de puritita presión. Me sentí como Roberto Baggio...
lgún día, si tengo un hijo, le preguntaré si sabe por qué sube y baja la marea en la playa. Esperaré a ver su cara de asombro y luego le diré que me lo enseñó un amigo muy listo de clase. Un amigo al que siempre derroté a penaltis, añadiré después sin sonrojo alguno.