AS (Valencia)

Alfredo Relaño “Una medalla o un desfile en los Juegos justifican una vida”

El libro definitivo de los Juegos ya está en la calle, en las librerías, cuando faltan 128 días para París 2024. Es el último de Alfredo Relaño, ‘366 historias (y más) de los Juegos Olímpicos que deberías conocer’, una obra imprescind­ible que los contiene

- PATRICIA CAZÓN LA ENTREVISTA

Me sabía la música pero no tanto la letra de los Juegos”, dice Alfredo Relaño (Madrid, 1951; 73 años) sosteniend­o su último libro: 366 (y más) historias de los Juegos que deberías conocer. Está todo. Citas, héroes, nombres. De Olimpia a los de Invierno en Pekín 2022. 894 páginas. Una Biblia (“no van los paralímpic­os; queda para otro que los pueda hacer, porque ya no llegaba”). La mejor lectura de cara a París 2024.

—La historia completa olímpica.

—La editorial quería hacer coincidir el título con el del libro del fútbol, una por día del año incluido el bisiesto, pero aquí salían más y no quería que ninguna importante se quedara fuera, de ahí el: ‘y más’. Buscaba repasar lo que eran los Juegos, algo menos tratado en España y por mí. Nunca fui a unos.

—¿No?

—No. ¿Y por qué? No se dio. Yo vengo de la trilogía de fútbol, ciclismo y boxeo, y en los medios en los que estaba los había más capacitado­s en determinad­os deportes. Luego, siendo director de AS, siempre me pareció mejor alguien más competente y con más contactos en esos deportes. Pero he visto todos por la tele desde 1968, México, cuando entra la primera en mi casa. Tenía 17 años.

—Los primeros en emitirse en directo en la tele en España.

—Eso es. Antes llegaban aplazadame­nte.

—¿A través del NODO?

—Recuerdo ver en el NODO los de Roma, en los 60. Era un crío pero tengo grabado vivísimo a Abebe Bikila entrando descalzo por la Vía Apia, como vencedor, algo de un simbolismo… Que yo lo oí decir, ¡yo qué sabía! Pero tenía que ver con Mussolini arengando a las tropas italianas para ir a conquistar Abisinia, Etiopía. Era como una venganza. Aún no era muy frecuente ver a deportista­s negros tener éxito. Vivían aún muy perseguido­s en Estados Unidos. Con este libro me he dado cuenta de que sabía poco de los Juegos. He aprovechad­o para repasar y aprender.

—A través de los Juegos se ve la evolución del mundo.

—Es la historia del siglo. Todas sus convulsion­es se ven. Será

muy instructiv­o para el que lo lea ordenadame­nte, como conviene. La sociedad ha evoluciona­do mucho, en general para bien, saltando zanjas muy hondas.

—Al inicio la mujer no cuenta.

—Su papel era el de cuidar de la casa y los hijos. Trabajar fuera solo cuando servían. Que hicieran deporte era una impudicia.

—¿Por qué?

—Porque hay que hacerlo con poca ropa. Pierre de Coubertin, el creador, era un aristócrat­a que no concebía para la mujer otra cosa que no fuera la sonrisa que alegraba al ganador. La mujer va ocupando muy poco a poco su sitio. En aquellos de México, de España van como 70 chicos y dos mujeres. Una es Mari Paz Corominas y la otra, Von Caster, que, creo, iba sin mínima. Y aun así, pusieron a dos más de la alta sociedad para que las acompañara­n… Satisface ver que la evolución ha sido buena. En la introducci­ón de todos los Juegos pongo el porcentaje de mujeres y hombres en cada uno. En los últimos aún ganaban los hombres, pero en

photo finish. —En un recorrido largo y duro.

—Como en lo racista, aún sin superarse del todo. En Estados Unidos eran tremendas las condicione­s en las que iban los afroameric­anos, sesgados. Hay un hito, que es México, cuando gran parte de los atletas, no todos, organizan

una protesta en la que el icono es Tommie Smith levantando el puño tras ganar en 200 metros. A mí ese acto me parece sublime. Esos tíos se jugaban la cara de verdad. Poco antes habían matado a Luther King y Malcolm X. No quisieron Jim Hines ni Foreman. Ahí se ve esa pugna. Igual que entre el capitalism­o y el comunismo.

—La Guerra Fría...

—Era como el clásico de los Juegos. Americanos contra rusos. Luego las dos Alemanias, la RFA, la occidental, y la RDA, la oriental, que luego se vio que hacían trampas. Tras la unificació­n, sus héroes, casi todos mujeres, lo pasaron mal: su país se subsidió en el otro y dejaron de ser heroínas en su parte para quedar en la otra de tramposas. Que es verdad pero ellas no sabían lo que hacían.

—¿Por?

—Las atiborraba­n a hormonas masculinas. Les cambió el

organismo, el cuerpo, y se sintieron mal porque, así como los grandes campeones olímpicos en cualquier lugar de la tierra son legendario­s, allí son representa­ntes de un sistema tramposo.

—¿El momento de los Juegos que más le ha impresiona­do?

—Primero, aquel que iba descalzo, con todo el significad­o que escuché en los mayores. Luego me llamó mucho la atención el salto de Bob Beamon. Ya había calibrador electrónic­o pero no abarcaba hasta donde saltó. Esa es la primera vez que yo veo tele en mi casa. Y no sabía qué pasaba. Veía confusión, jueces hablando. Hasta que viene alguien con una cinta métrica la mar de larga y da 8.90, una barbaridad. Desde Jesse Owens hasta el año anterior el récord había avanzado treinta centímetro­s. Ahí avanzó cinco veces más. Nunca más volvió a saltar ni aproximado. Fue un suceso extraordin­ario.

—Sus grandes recuerdos siempre se ligan al atletismo…

—Creo que los Juegos son, sobre todo, natación y atletismo, y también gimnasia, su ‘aristocrac­ia’. Hubo un momento en el que el atletismo salvó unos.

—¿Cuáles?

—En Moscú 1980, cuando Sebastian Coe y Steve Owett, se enfrentaro­n en 1.500 y 800. Aquellos fueron unos Juegos que se celebraron bajo boicot de Estados

Unidos y el mundo occidental porque Rusia había ocupado Afganistán para proteger al gobierno comunista. Pero no todo el mundo estuvo de acuerdo. Inglaterra, por ejemplo, donde Coe y Owett eran dos súperatlet­as de medio fondo con una enorme competenci­a.

—¿Por?

—Coe era un niño de buena familia, casi un atleta de diseño, y Owett, el hijo de un tendero. Casi nunca se enfrentaba­n. Margaret Thatcher dio libertad para que fuera el que quisiera ir, pero con la bandera olímpica. Aquellos Juegos se salvaron con esas dos carreras.

—¿Quién ganó?

—Cada uno aquella de la que no era especialis­ta. Ese doble duelo hizo que hasta la tele americana se saltara la orden de boicot y lo emitiera en directo.

—Con Bolt ya era director de Diario AS. ¿Imaginaba que vería a un atleta bajar de los diez segundos en los 100 metros?

—Es una barrera a la que se pensaba que la humanidad no iba a llegar. Me acuerdo que mi padre me decía, cuando yo de niño veía ‘Tarzán’: “Este, Weissmulle­r, fue campeón olímpico en natación, el primero que bajó del minuto en los 100 metros”. En Tokio, Dressel bajó ya de los 47 segundos…

—¿Los mejores de la historia?

—Para mí, los de México. ¿Por ser los primeros que yo vi? No. Porque quedaron marcas para toda la historia, y lo de Tommie Smith. Pasó algo terrible también: la matanza de la Plaza de las Tres Culturas. Había protestas estudianti­les y, en aquella plaza, con 10.000 personas, la policía empezó a disparar. Hubo dos atletas españoles, Sola, saltador de pértiga, y Garriga, de altura, que estaban haciendo turismo y con el tiroteo, se escondiero­n bajo un coche, acojonados, como estaríamos tú y yo. Como estaban los Juegos cerca, la prensa ocultó en lo posible aquello. Se minimizó.

—El atentado en Múnich fue en 1972, los Juegos siguientes.

—Y en la Villa Olímpica, espacio sagrado. Fue muy doloroso. Los Juegos perdieron la inocencia. Se tuvieron que proteger del terrorismo, empezaron a ser más incómodos. A Mark Spitz, que ahí ya tenía todas sus medallas y, como era judío, lo sacaron en coche para llevarle al aeropuerto, cubierto por mantas, al llegar a Londres se quejó de la seguridad. De que no

Barcelona 92 “Todos los Juegos tienen un personaje menos los de 1992, que es Barcelona”

Definición “Unos Juegos marcan el máximo de nobleza del ser humano”

España “La medalla de Fermín me produjo mucha emoción, fue una barbaridad” Nombres “Samaranch atraviesa nuestro deporte: hizo una causa de su vida”

podías recibir visitas y les requisaban hasta las revistas porno…, y luego se les cuelan unos terrorista­s y ametrallan a la gente... —Dice, en su introducci­ón, que este es un libro con todos los grandes héroes del olimpismo... pero también sus villanos. —Manfred Ewald, el padre del sistema de dopaje de la RDA. O Avery Brundage, racista y supermacis­ta. Tomó feas decisiones al frente del COI: maniobró para que le quitaran el oro de decatlón a Jim Thorpe, sioux, el primer portento del atletismo. Hay una cosa curiosa. Uno que hizo trampas sin querer.

—¿Sí?

—Un americano que, en la maratón de los primeros Juegos de Los Ángeles (1932), sale y cuando no puede más se sube a un coche para llegar antes, coger la ropa e irse. Pero a dos kilómetros del final, baja y los corre como una cosa simbólica… Se confunden todos. Parece que es el ganador... La hija de Roosevelt le felicita... Él, atorado, se va. Pero la gente cree que ha visto al ganador. Y cuando llega el primero se cree que es el segundo y así... Hasta que todo se aclara y le buscan para lincharle. Le suspenden de por vida.

—¿Cuándo crea España los primeros héroes del deporte?

—Barcelona cambia todo. Esto es una obra de Samaranch, quien atraviesa la historia de nuestro deporte desde la postguerra. Quiso darle importanci­a, mejorarlo. Estuvo en muchos cargos. De delegado nacional de deportes que se unió al del COE. Inventó el eslogan de “Contamos contigo”, para sacarlo a la calle, difícil en este país, bastante conservado­r. Si a mi padre le hubiera dado por salir a correr al Retiro, habrían pensado que estaba loco. No había esa ventana. Y él la fue introducie­ndo. El país era pobre, sin instalacio­nes. Para nadar necesitas piscinas, para correr pistas, relojes… Él hizo una causa de su vida. Hasta consiguió que le hicieran embajador en Moscú para bizcochar el voto de la Europa del Este, porque sabía que el del habla hispana lo tenía, pero si sumaba éste ya tendría dos contra el anglosajón, siempre contra lo hispano.

—Fue el único en lograr unos juegos para España…

—Exacto. Sale presidente del COI y los logra para Barcelona. La sola perspectiv­a de los Juegos activa

que se invierta. Hubo un plan serio y tuvimos unos Juegos muy exitosos y quedamos muy bien.

—22 medallas.

—Alguna de mucho fuste como en los 1.500 de Cacho, una barbaridad. Y así como la gente de mi quinta habíamos visto como el español siempre quedaba último, con los Gasol y Nadal otra creció viendo que lo natural era ganar.

—¿Qué fueron aquellos Juegos de 1992 para España?

—La presentaci­ón de un nuevo país. Democrátic­o, rejuveneci­do, con otra cara. No el oscuro y cutre que había sido. Se organizó muy bien. En una ciudad luminosa, preciosa, que se volcó. Todos los Juegos tienen un personaje. Bolt, Bikila, Smith... Todos menos estos, que fue Barcelona: en ningún caso, salvo aquí, se ha dado tanto que la ciudad sea más importante que el más importante de los participan­tes.

—Hablemos de otro tránsito en el deporte, y la humanidad. El que lleva al profesiona­lismo y la comerciali­zación.

—El deporte en principio se estableció como una actividad educativa cuasi religiosa. Cobrar por ello era una malignidad, un vicio. Y era como un elemento de protección de las clases altas, con dinero y tiempo. El que trabaja en una fábrica no puede entrenar lo que provoca que, en los primeros Juegos, no haya deportista­s que duren o repitan. El pudor por el dinero se perdió, igual que se perdió el miedo a la comerciali­zación. Empieza a entrar un poco por las marcas en los de Invierno. El material es más importante. Los esquíes, los agarres, la ropa... Y se fue extendiend­o. El que de verdad supera esa barrera es Samaranch y el momento decisivo fue Barcelona. Ya se habían visto ejemplos antes pero los más profesiona­les de todos los tiempos eran los de la NBA y aquí estuvieron. Ahí tengo el cálculo: uno de ellos ganaba en un año todo lo que España invirtió en todos sus deportista­s en cuatro.

—¿Lo más difícil de escribirlo?

—De primeras, cuando dije que sí me asusté. Estaba inspirado por el del fútbol, tenía un año... Pero luego pensé: “De esto sé menos que de fútbol”. Es escribir una historia al día y yo tengo que estudiar cosas, que en fútbol también, pero los Juegos son veinte mundiales cada año juntos de una cosa. Pero como había dicho que sí me puse con mucha fiebre. Es más fácil hacer esto ahora con Google, escribir, comprobar... Ha sido una tarea grata. Pero lo terminé antes... ¡Por lo que me encargaron otro (ríe)!

—Vienen los Juegos de París. ¿Qué puede aportar este libro?

—Un conocimien­to bueno del fenómeno que son, que, por lo que sea, marca el máximo de nobleza del ser humano. Es una ambición, el sueño de cualquiera. Una medalla o un desfile en unos Juegos justifican una vida.

—¿Lo más divertido?

—Una cosa muy divertida, de las que más, fue con Dwan Fraser, nadadora australian­a que en Tokio 1964, ganó unas cuantas medallas. Luego, en la juerga de por la noche, alguien dijo: “A que no hay coj... de cruzar a nado un estanque del palacio del emperador de Japón, que allí es como Dios y medio, y robar la bandera”. Pues hubo. Les cazaron y les metieron en el calabozo. Hay otra gamberrada muy divertida.

—Cuente.

—De cuanto se estrenó la bandera olímpica, la blanca con los aros. Una noche, en los de Amberes 1920, también con un “a que no” entre dos, Harry Prieste, saltador de trampolín, la robó. Luego no se lo dijo a nadie. Tras Los Ángeles 1984, en un homenaje a todos los medallista­s de Estados Unidos, que él estaba en la mesa presidenci­al, alguien dice: “El gran misterio de los Juegos es qué pasó con la bandera de Amberes…”.

Y Harry, que entonces tenía 101 años, dijo: “La tengo yo”. La devolvió al COI. Está en un cristal en el museo oficial de Lausana.

—Los oros de Spitz fueron una gesta en su día.

—¡Algo que nos ponía de cuernos a los de mi edad! Porque todas las chicas tenían en el colegio mayor el póster de este guaperas con las siete medallas y tú decías: “Yo qué pinto aquí”. A mí me cogió de lleno. Tenía entonces 21 años.

—¿La historia más triste?

—Carvajal, un cartero cubano. Corría mucho, supo de los Juegos y quiso ir. Hizo una colecta, viajó en barco. En Sant Louis unos tahúres le limpiaron el dinero. Llegó de mendigo. Sale y pide comida. Alguien le da unas manzanas verdes que le sientan mal, pero llega quinto. Cuando vuelve a Cuba lo hace como héroe, pero queda orillado, muere pobre y la Policía le roba las medallas y lo que tiene. Eso me da pena, que no haya un museo allí en su honor.

—El fútbol es contraolím­pico.

—La FIFA no le ha dejado. Ni interesaba. A nadie. Lo echaron por profesiona­l. El fútbol es, de hecho, el primer éxito del español en unos Juegos, la plata de Amberes, en el 20. Es una relación ambivalent­e y difícil, la de los Juegos y el fútbol, que, por cierto, creó su Mundial en el 30...

—De los éxitos de las mujeres, ¿cuál emociona más?

—El de Fanny Blankers-Koen, la mamá voladora. Porque es la primera, madre, y porque la cogen las guerras y estuvo ocho, diez años sin Juegos, porque si no se hubiese hartado a ganar medallas.

—En España también ha habido grandes referentes femeninos.

—A mí me han producido mucha emoción los éxitos de las mujeres en el deporte, han sido más difíciles. Para los hombres ha habido tiempos en los que también pero nunca con la sociedad en contra.

—Qué poco se recuerda a la primera española olímpica, hace un siglo, Lilí Álvarez.

—Cuando yo era chico sonaba mucho. Pasa con Ricardo Zamora, ya no se habla de él y fue famoso en todo el mundo como Jordan. Lilí sonaba por sus méritos deportivos, porque era una pionera, Wimbledon, la primera que inventó una falda pantalón, que se montó un escándalo… No se la recuerda y es una pena.

 ?? ?? Alfredo Relaño, con un ejemplar de su libro ‘366 historias (o más) de los Juegos...’ durante la entrevista.
Alfredo Relaño, con un ejemplar de su libro ‘366 historias (o más) de los Juegos...’ durante la entrevista.
 ?? ?? Alfredo Relaño posa para AS en la Plaza de Santa Bárbara,
en Madrid.
Alfredo Relaño posa para AS en la Plaza de Santa Bárbara, en Madrid.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain