AS (Valladolid)

El conejito Duracell del Madrid

- TOMÁS RONCERO

Si Santiago Bernabéu levantase la cabeza, diría sin titubeos que un jugador del Real Madrid debe ser como Nacho. De apellido Fernández. Madrileño de la tierra de Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares). Un chaval aplicado, comprometi­do, responsabl­e, entusiasta, feliz con lo que hace y donde lo hace. El Roma le tentó hace dos veranos con muchos ceros, pero tras consultar con su familia y con su templada conciencia llegó a una bendita conclusión: no hay dinero que compense dejar de pertenecer al Madrid. La afición lo ve. Nacho siempre está ahí. Nunca falla.

Su profesiona­lidad extrema le ha llevado a convertirs­e en una rara avis en el fútbol de élite. Nunca se lesiona. El canterano casi nunca es baja por tarjetas (en la última Liga le sacaron ante el Sevilla una amarilla injusta que acarreaba suspensión y Apelación se la quitó). Tiene el umbral del dolor muy alto y nunca le ha visto un entrenador poner mala cara cuando le ha tenido que corregir un movimiento. Es central, pero ha hecho partidazos como lateral zurdo y diestro. Si le pusiesen de mediocentr­o también sacaría notable alto. Es su nota media desde que está en el Madrid. El Bernabéu es su segundo hogar, su universida­d, su casa, su vida. Cuidar a Nacho es cuidar la esencia. Ojalá se quede muchos años entre nosotros. Corazón blanco.

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