AS (Valladolid)

Ni doce disparos tumban a Alisson

Un Atleti superior se estrella contra el portero del Roma Saúl tuvo dos palos Gris Griezmann, bien Thomas

- PATRICIA CAZÓN

Ellos han conseguido que parezca normal, que lo sea. Quinto año consecutiv­o, que suene esa música para el Atleti. The Champiooon­s, otro martes más en la oficina desde que Simeone habita en su banquillo. Ayer sonaba en Roma, por primera vez, ciudad eterna, como el sueño rojiblanco, que ayer se estrelló con los guantes de un portero. Mereció los tres puntos. Por juego y ocasiones pero terminó como en Valencia, 0-0. Tan diferente fue.

La posición de Thomas, en el centro, junto a aquel de quien es heredero en trono y funciones, el gran capitán, Gabi, tres partidos después titular, liberaba a Saúl y el Atleti pronto quiso explotar ese arma; su zancada. Filipe que corre por la izquierda y la pone rasa para que, por detrás, en segunda línea, por sorpresa aparezcan Saúl y su zancada para enviar el balón al palo con el ímpetu de un obús. Primer aviso. Tardaría en llegar el segundo porque, aún con la madera temblando por el impacto, el Roma bajaría el balón al suelo, dejaría de jugar buscando contras, sólo balones en largo. Así llegarían las carreras de Defrel, los duelos intensos en la banda Filipe-Peres y se equilibrar­ía el partido, aunque durante un rato el Atlético siguiera presionand­o la salida del balón romano casi a los pies de su portero, Alisson.

Como dos púgiles sobre el ring, comenzaron a sucederse los golpes. Nainggolan casi marca con un zapatazo lejano pero se topó con el guante de Oblak, la mano milagrosa de cada partido y, en la jugada siguiente, Manolas le saca el gol a Koke en la línea de gol y Alisson el rechace a Griezmann. Nada. Sería la tónica de la noche que, en ese momento, tenía los focos sobre Vietto. Otro tren más se le estaba escapando en Roma. Elegido por Cholo por delante de Correa, Gameiro o Torres, parecía un niño entre hombres. Todo le quedaba grande. Lo primero el partido. Naiggolan le miró hasta con lástima al rebanarle un balón en una contra que el argentino corrió como si por pies tuviera tortugas y el árbitro directamen­te ni le miró dos jugadas más tarde. Si lo hace pita penalti. Tan clara fue su mano en el área.

Con un mano a mano suyo (errado, claro) y un disparo de Thomas (alto) fue como regresó el Atleti a la segunda parte. Si Vietto desespera, sobre los músculos de Thomas cuelga Simeone y toda una afición sus esperanzas. Con ningún pase fallado en la primera parte, su mapa de calor pintaba de rojo todo el verde del Olímpico de Roma. Y tras el descanso fue a más. El Atleti borró al Roma creciendo sobre el equilibrio y la consistenc­ia que el ghanés le daba al centro del campo, las carreras de Filipe en la izquierda, siempre cuchillo, y los cambios.

Cuando en el minuto 62 Simeone sacó de su banquillo a Carrasco (por Gabi) el campo ya era un tobogán hacía la portería de Alisson: Correa ya llevaba cuatro minutos en el campo y en ellos ya había pisado más veces el área chica romana que Vietto en los 58 anteriores. Cada vez que tenía el balón había un rumor en la grada. Peligro, peligro. En el Atleti ya había once hombres. Bueno, diez y medio, porque Griezmann había sido aquel remate en la primera parte al rechace de Koke y nada más.

Simeone le sacó del campo (por Gaitán) cuando Roma ya tenía un héroe y no llevaba capa sino guantes: Alisson, un frontón al final del tobogán rojiblanco. Porque mientras la amenaza del Roma eran los desmayos de Perotti ante Juanfran cada vez que pisaba el área, el Atleti atacaba por dentro, por fuera y teniendo el balón pero cada una de sus ocasiones se estrelló contra el portero. Porque lo intentó Carrasco con un zapatazo brutal y lo paró, y lo intentó después Correa y lo mismo, y lo intentó Saúl, por último, con un cabezazo que igual. Parada. El rechace se convirtió en la ocasión más clara, también para Saúl que, a dos pasos suyos, toda la portería ante él, vencida ante su zancada, envió el balón alto. Mientras se apagaba esa música, The Champiooon­s, Allison se miraría el traje: lleno de magulladur­as estaba, herida mortal ninguna.

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