AS (Valladolid)

“El Masters lo gané por la mujer de Kirk Douglas” Manolo Orantes

Manolo Orantes nació en Granada en 1949 pero sus recuerdos son de Barcelona. El recogepelo­tas del Club de Tenis la Salud alzó el US Open (75) y el Masters (76).

- ALBERTO MARTÍNEZ LA ENTREVISTA

Echa la vista atrás y... ¿Qué siente?

—Que el deporte es un placer y nunca es sufrimient­o. Recuerdo una charla con Álex Corretja cuando era aún joven. Él se quejaba. Le dije que éramos unos privilegia­dos, que la gente paga por hacer deporte y él, en cambio, tenía la oportunida­d de ser millonario si lo hacía bien.

—O sea, usted fue el privilegia­do de la familia.

—Sí. Mis dos hermanos trabajaban pero yo tuve esta suerte, y ellos estaban encantados. Si me daban esta oportunida­d debía aprovechar­la, y fue fantástico.

—El tenis es fuerza mental. ¿Lo comparte?

—Hay tres bases: la mente, la técnica y el físico. Pero la cabeza domina todo. El tenis es muy duro, para mí es el deporte más exigente junto al ciclismo. Dependes solo de ti, juegas cada día, no sabes cuánto tiempo ni contra quién… El desgaste es increíble. Fijémonos en Nadal, que se debe recuperar de lesiones, y vuelve a ser número uno y juega mejor. No vi a nadie como él. Cuando la gente duda de Nadal, al año siguiente lo hace mejor. Eso es fuerza mental.

—Usted no tuvo la infancia de Nadal. ¿Cómo empezó con la raqueta?

—El día que cumplí dos años, el 6 de febrero de 1951, llegué a las barracas del Carmelo, a Barcelona. Toda mi familia se trasladó de Granada en busca de trabajo. Mi madre murió cuando tenía seis meses. Mi padre trabajaba en lo que podía y también mis tíos. Descubrí el tenis de casualidad.

—Al lado de esas barracas se ubica el Tenis la Salud. ¿Allí empezó?

—Con ocho años. Mis amigos me animaron a ir en verano al club a recoger las pelotas de los socios que iban a jugar. Nos pagaban ocho pesetas. Algunos de ellos, nos regalaban las raquetas cuando ya estaban viejas o rotas. Nos divertíamo­s jugando partidos entre nosotros y dando pelotazos en la pista de frontón. Observaba además cómo Manuel Rincón, que era entrenador, enseñaba la técnica a los socios. Y apareció el boom de Santana.

—Un pionero.

—Puso de moda el tenis gracias a su título de Roland Garros en el 61. Y había empezado también de recogepelo­tas. Con 11 o 12 años, Pedro Mora, otro entrenador del Club la Salud, dijo: “Nosotros tenemos un recogepelo­tas que puede ser campeón”. Me vio maneras y me empezó a dar clases.

—Un auténtico autodidact­a. ¿Tenía facilidad para practicar otros deportes?

—Jugaba al fútbol en el barrio, y se me daba bien. El presidente deportivo del Tenis la Salud me dijo: “Manolo, a lo que hubieras jugado, lo harías bien”. Era disciplina­do, no me ponía límites... Siempre creí que eres tú el que tiene que demostrar las cosas y no creer que todo te cae del cielo.

—¿Cuál fue su primer viaje internacio­nal?

—Mi primer viaje fue a Montecarlo con apenas 16 años. Viajamos en un 600 el entrenador, su mujer y tres jugadores. Las

US Open 1975 “Tras ganarlo le regalé mi raqueta al Príncipe. No sé si se acordará”

maletas las llevábamos en el techo. Tardamos 12 horas en llegar.

—¿Y cuándo dio el salto?

—En el 66, con 17 años, había ganado el Mundial júnior en Miami. En el 67 me metieron en el equipo de la Copa Davis por necesidad. Todo esto fue importante para mí, aunque me daban al inicio unas palizas increíbles. Me abrió las puertas de hablar con los campeones. Llegamos a la final de la Davis y jugamos en hierba ante Australia. Me surgió una oportunida­d. Un técnico de allí dijo que le gustaba, que me quedara tres meses entrenando en hierba. Se llamaba Harry Hopman. Aprendí a volear, sacar mejor y ser más agresivo.

—¿Y el inglés?

—Empecé a aprenderlo con 15 años cuando me interné en la Blume de Barcelona gracias a una beca. En el mundial júnior de Miami viajamos tres chicos solos, dormimos en casas con familias e hicimos una gira. Empezábamo­s a entender.

—Su carrera dio para muchos éxitos y anécdotas. Un tal Bjorn Borg le fastidió Roland Garros. ¿Le suena?

—Había jugado contra él en la Copa Davis y le había ganado. McEnroe y Borg eran tremendos. Son jugadores que desde el primer día ya ves que eran diferentes. Empecé esa final a jugarla muy bien. A Borg no le gustaba medirse contra mí. Él era agresivo y le gustaba jugar desde el fondo, muy parecido a Nadal. Le ganaba 6-1 y 4-2, pero reaparecie­ron mis problemas en la espalda. Y me remontó. Ese año me pasó en muchas finales.

—Para remontada la suya a Guillermo Vilas en el US Open de 1975…

—Hay una anécdota muy buena con esto. El actor Kirk Douglas y su mujer vieron ese partido que comenta. Perdía dos sets a uno y en el tercero íbamos 5-0 y 40-15. Vilas tuvo cinco puntos de partido. Era el último encuentro del día, caía la noche y la gente se iba ya a su casa. Acabé ganando. Al día siguiente, en la final, mucha gente se preguntaba qué hacía yo si había perdido el día anterior… Me dieron 40.000 dólares por ganar ese torneo.

—¿Y Kirk Douglas qué hizo?

—Un año después, en el Masters que gané, Douglas y su mujer estaban en el palco. Jugaba la final ante Fibak, un polaco. Me iba ganando dos sets a uno y 4-1 en el tercero con saque para él. En un descanso, la televisión le hizo una entrevista a la mujer de Douglas. Le preguntó: “¿Esto está hecho ya para Fibak?”. Y ella le contestó. “No tiréis la toalla. El año pasado lo vi remontar a Orantes en el US Open. Seguro que lo hará de nuevo”. Me dio alas. En ese momento alcé el puño. Acabé ganando gracias a ella.

—Volvemos a la mente…

—Sí. Nunca puedes sentir que te has dejado algo.

—¿Qué supone el reconocimi­ento de AS?

—Me encanta que me recuerden lo que viví y poder estar en esa fiesta del deporte, como que me incluyeran en el Salón de la Fama del tenis. Recuerdo, además, que en el 75 le regalé una raqueta al Príncipe Felipe. Ahora es el Rey, no sé si se acordará de aquello.

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