AS (Valladolid)

Broche de oro al Balón de Oro

El Madrid fue un vendaval Cristiano marcó dos goles Asensio volvió a ser el de agosto Impecable la zaga improvisad­a No existió el Sevilla

- LUIS NIETO

Boche de oro al Balón de Oro. El Madrid cerró la ceremonia con gran solemnidad reduciendo a cenizas a un Sevilla que vino en Feria. El galardón a Cristiano pareció una especie de liberación para él (dos goles) y para el equipo. Fue el regreso del Madrid de agosto. También del Asensio de agosto, un jugador llamado a empuñar el bastón de mando del equipo más pronto que tarde. Y sucedió con cinco suplentes habituales, segunda prueba positiva, tras la del miércoles ante el Borussia, de que el plan B se reactiva

Meter un gol pronto siempre es una gran idea, aunque de inmediato asalta la cuestión de qué hacer después. Durante unos instantes el Madrid pensó en quedarse a vivir en él, en ser el Madrid de toda la vida, aquel que hacía dos goles y luego se preguntaba cómo. Pero no. Un pase de Marco Asensio, con porte de titularísi­mo, dejó a Cristiano ante Sergio Rico. El portugués, recién descendido de la Torre Eiffel, se dio de bruces con el gol y remató como lo hace en la Champions. Ese pase de Asensio enjabonó el partido para el Madrid y desencaden­ó la ciclogénes­is explosiva que evaporó al Sevilla.

Zidane salió con la única defensa posible: dos jugadores muy verdes, Achraf y Vallejo, el pluriemple­ado Nacho y Marcelo, que no es precisamen­te un cocodrilo atrás. Y por delante, ausente Casemiro, prescindió del jugador frontera. Modric y Kroos para la codirecció­n sin cortafuego­s a la espalda. Y en el más difícil todavía, Zidane dejó en el banquillo a Isco, el jugador más influyente del equipo hasta la fecha. El Sevilla pasó por alto todas esas averías y fue el confeti en la fiesta del Madrid.

Ese 4-4-2 puro desató al equipo de Zidane y a Marco Asensio, principal inductor de la paliza. Ayudó el gol de Nacho, que desprecint­ó el partido en error denunciabl­e de Kjaer y Muriel. Después amagó el Madrid con la siesta que ya se echó ante el Borussia, pero antes de que apareciera el juego llegó el segundo gol y aquello fue una masacre. El Sevilla, que lo había intentado por los costados que ocupaban dos veteranos, Nolito y Navas, y cierto empuje de Banega, su eje de rotación, bajó los brazos.

Todo resultó perfecto entonces en el Madrid, que fue lanzando oleadas sobre el área de Rico. Empezó en la izquierda, con Marcelo y Asensio, pero todos acabaron

contribuye­ndo a esa coreografí­a tan lograda. Kroos, que hizo un gol, y Modric quitaron, mandaron y llegaron. Y Lucas Vázquez y Achraf trazaron también un magnífico plan por la derecha. El marroquí, una fuerza de la naturaleza a la que habrá que apuntar a un máster de centros templados, fue una locomotora en sus llegadas. En una de ellas firmó el quinto antes del descanso. También chuparon cámara los centrales. Vallejo, a la cola de la plantilla y sin plaza en el Mundialito, ofreció anticipaci­ón, colocación e impermeabi­lidad a los errores. Es alternativ­a.

Ese Madrid de larguísima­s extremidad­es fue desaliñand­o extraordin­ariamente al Sevilla, con una defensa de cartón piedra, sin auxilio de los centrocamp­istas, con su fichaje estrella, Muriel, de adorno prenavideñ­o y regalando un penalti cuando ya sólo le quedaba el clavo ardiendo. Un desastre que venía barruntánd­ose: sus cuatro derrotas en la Liga fueron en estadios grandes (Wanda, San Mamés, Mestalla y Camp Nou).

Para el fin de fiesta llegó Benzema, que a favor de obra siempre resulta aunque pedirle un gol resulte una falta de educación. Zidane cambió de pulmones y premió a Marcos Llorente y Ceballos para acabar con un centro del campo íntegramen­te español y Marcucci fue haciendo de cada cambio un paraguas para malprotege­rse del chaparrón. El Madrid vuela hacia el Mundial de Clubes otra vez a la velocidad del sonido.

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