AS (Valladolid)

Campanada y carnaval

Un Madrid de sonrojo también se abandona en la Copa Hazaña de un Leganés extraordin­ario Fracaso completo del plan B Sólo queda una bala

- LUIS NIETO

Resulta que el Leganés, que no es lo que parece, vino a pasar y no a pasear, gesto que alguien (un alguien colectivo) pasó por el alto en el Madrid. De haber concluido que la Copa puede ser el único consuelo de un mal curso, Ramos no hubiese sido titular, Cristiano o Bale no hubiesen pasado un mal rato en el palco o el equipo no hubiese exagerado su dejación de funciones. Pero el Madrid se creyó clasificad­o en Butarque y acabó despidiénd­ose de la Copa en una noche de sonrojo.

Incapaz de acabar con su volatilida­d y de recuperar para la causa (ya sólo le queda una, la Champions) a la mitad de la plantilla menos noble, el Madrid se redujo a una aburrida reunión de un grupo desanimado e inapetente que pretendió quitarse de en medio un partido con el mínimo gasto. El final fue un fracaso atronador.

Al otro lado del campo y del mundo se ofreció un Leganés de una pieza, nada cobardón, alejado de las barricadas, presionand­o hasta el ático. Desde el entrenador, con su alineación atrevida, hasta Beauvue y Amrabat, pareja diabólica. No existió otro equipo en la primera mitad. El Madrid desoyó la primera advertenci­a, un disparó de Beauvue al palo, y se metió luego en un enredo inexplicab­le que salpicó a todos. Asensio, primer emprendedo­r, desapareci­ó al primer soplido. Lleva demasiado tiempo sin cantar bingo. Poco más duró Isco, que un día abanderó este equipo y hoy se confunde con el abatimient­o general.

Algo mejor le fue a Benzema, una adicción de Zidane. Buscaba el deshielo y sólo encontró un gol insignific­ante.

Lo demás, lo que ilusionó en verano, es ahora cartón piedra: Achraf quema kilómetros sin provecho delante ni detrás. Metió en un lío a Nacho y entre los dos le regalaron el 0-1 a Eraso. Amrabat se lo comió. Llorente es peso mosca en el equipo. Casi nada pasa por él. Theo amenaza ruina. Kovacic es la mitad que en agosto. Casilla inquieta. Sólo Lucas Vázquez está fuera de toda sospecha. El equipo había llegado hasta aquí por la vía de servicio de sus suplentes sudando la gota gorda, pero el Leganés es de otra pasta. Un equipo bien hecho, sin complejos, muy armado frente a las dificultad­es, el único amo hasta el descanso.

Cuando el Bernabéu cargaba la escopeta, a vuelta del vestuario, empató Benzema, tras gran pase de Lucas, pero antes de que pudiera pestañear, Gabriel, en cabezazo a la salida de un córner, elevó el tono del drama. A esta también llegó tarde Theo.

En aquel estruendo Zidane fue disparando todo lo que le quedaba: Carvajal, Modric, luego Mayoral, lo más parecido al gol que guardaba en la despensa. Y sacó de pista a Isco, al que el público, quizá de modo infundado, veía como solución y quería dentro. Hubo pitada. Ese último empujón voluntario­so sólo sirvió para darle el papel de superhéroe a Champagne y para ponerse aún más en evidencia. Ahora sí que sólo tiene una bala.

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