AS (Valladolid)

Este sí es el Madrid

Asensio lanzó la carga final cuando mandaba el PSG El Madrid fue mejor hasta el descanso Doblete de Cristiano Impresionó Neymar

- LUIS NIETO

Fue un partido de tambores y violines, un conciertaz­o a la altura de lo que figuraba en el programa y con final feliz, que merecerá refrendo en el Parque de los Príncipes. El Madrid empezó y acabó con su porte imperial de la Champions, pero tuvo un largo episodio del que ha sido en esta Liga. La salida de Asensio lo reactivó. Y Cristiano marcó su territorio, ese que nadie conoce como él.

El PSG anima o aterroriza según se lea su alineación de atrás hacia adelante o al revés. Dos equipos en uno: un tridente diabólico, especialme­nte Neymar, y un coro que no anda a su altura y que, salvo el brillante Rabiot, tartamudea en la salida de balón, es incapaz de apaciguar al adversario con posesiones largas y regala pelotas en terreno pantanoso. Un equipo al que el Madrid hubiera domado soberaname­nte en otro tiempo, pero que ahora se le agiganta. Incluso con Isco, cuarto centrocamp­ista con el que Zidane le dio gusto al público y que entregó la iniciativa al Madrid un tiempo. Fue el pulso de un conjunto contra un trío fabuloso que haría bueno a este PSG y a cualquiera.

Nadie mejor que el Madrid conoce el protocolo de la Champions, en la que ha envuelto lo mejor de su historia: una salida en explosión con doble efecto, el ablandamie­nto del adversario y la militancia de la grada. Esa acometida superó la expectativ­as del PSG en el que Emery tomó decisiones de riesgo: Kimbembe, Berchiche y Lo Celso. A los dos últimos les pudo el Bernabéu. Especialme­nte al argentino, que condujo al Madrid al empate en un penalti en el que Rocchi castigó más la intención que la contundenc­ia por un agarrón a Kroos. A Lo Celso se le aflojaron las piernas.

Esa inercia no la perdió el Madrid durante toda la primera mitad, en la que estuvo notablemen­te por encima salvo en el marcador porque en su costosísim­o talent show no ha encontrado Al Khelaifi centrocamp­istas de alta costura como Modric, Kroos o Isco (100% de acierto en el pase en la primera mitad). Antes del minuto 5 el Madrid ya había disfrutado de dos buenas oportunida­des, forzando errores muy cerca de Areola, con una presión cooperativ­a y esforzada muy por encima de la media del curso. Todo lo que le pasó con la pelota fue estupendo. Sin ella, fue otra cosa. Nacho, prótesis de

todo, se tragó el sapo de Neymar, el verdadero hecho diferencia­l del PSG, al que se le aprecia la magia de serie y la jerarquía que aquí no le quita Messi. También resultó gratifican­te Mbappé, jugador al que se adivina un largo reinado. De él partió el tanto del PSG, en envío que Cavani dejó pasar, Nacho rechazó y Rabiot colocó en la red. La factura de la desatenció­n en las segundas jugadas está siendo estratosfé­rica en este Madrid. Esta tendrá que pagarla Modric, que abandonó al francés en mitad del viaje. Luego se redimió.

El gol no le quitó al Madrid ese tremendism­o que tantas veces le ha servido de burladero. Antes y después de él, Cristiano pudo marcar. En la primera le partió la cara a Areola de un pelotazo y en la segunda se precipitó. Pero el partido era del Madrid y volvió a subir a cubierta con el penalti de pardillo de Lo Celso, que manoteó sobre Kroos hacia la perdición. Le perdonaron la segunda amarilla.

El empate dejó sensacione­s encontrada­s en el Madrid. Por un lado salvaba la cuenta de protección y por otra dejaba escapar su momento. Porque en la segunda mitad, siguiendo una molesta costumbre, se cayó del cartel. Neymar desplegó aún más la alas y Rabiot hizo de mochilero de lujo. Cundió el pánico. Navas salvó un gol de Mbappé y Ramos dos más, con una mano para el debate. Isco pasó a la versión retórica y Benzema quedó en zona de exclusión. Fue un desmayo de cabo a rabo, algo que ya vio el Bernabéu en el último Clásico. Y de repente, Emery paró el motor. Prescindió de Cavani para doblar el lateral derecho. Paso atrás. Paso en falso. Y Zidane tiró de Bale, Lucas Vázquez y Asensio. Tres pasos adelante. Un arrimón. Porque el balear, suplente insólito, metió el volantazo que esperaba el Bernabéu. Futbolísti­co y emocional. En un centro suyo empató de rebote Cristiano y un Madrid descamisad­o se echó entonces sobre ese PSG acobardado que volvió a su pesadilla del Camp Nou. Asensio también le dio el tercero a Marcelo. Y después el equipo buscó el cuarto. Fue el Madrid de antes, el Madrid de siempre.

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