Mané, con un hat-trick, hizo añicos al Oporto
Arrasó el Liverpool. José Sá falló en el primer gol red
Demasié para el Oporto. Una trituradora pasó por el estadio de los dragones (ejem). Los dragones fueron arrasados por un Liverpool poderoso, intenso, de principio a fin. Marcó cinco goles y dejó aclarada la diferencia entre el actual campeonato inglés y el portugués y, si se apura el resto. Y este Liverpool explosivo ni siquiera figura en las quinielas para ganar la Champions.
La voluntad, la ilusión del Oporto duraron unos minutos, los que tardaron Mané, Salah y Firmino en hacer de las suyas. El planteamiento del equipo local de presionar sobre la defensa, la parte más débil -es un decir- del Liverpool se desmoronó en cuatro minutos, del 25 al 29, cuando los insaciables Mané y Salah marcaron sus goles, el primero con cierta ayuda del portero Sá, el sustituto de Casillas, que veía desde el banquillo el desaguisado que se avecinaba. Es difícil presionar cuando atrás hay un fenómeno como Van Djik que pone el balón a los pies de un delantero colocado a 50 metros, nada que hacer.
La consistencia grupal del Oporto duró poco porque el Liverpool nunca se sintió amenazado. Los aguijonazos de Brahimi se producían demasiado lejos del área y la potencia física de Marega languidecía con el discurrir de los minutos. Otávio, es verdad, estuvo a punto de abrir el marcador pero el Liverpool iba haciéndose con el campo, impetuoso, explosivo, insistente.
Es cierto que en su ímpetu -ataca hasta con seis hombresel equipo inglés se olvida de su portería, pero para aprovechar esos agujeros hace falta una determinación que el Oporto había perdido con los minutos. Para desespero de Klopp, sus delanteros se permitieron alguna frivolidad que impidieron irse al descanso con un marcador más favorable.
El segundo tiempo se inició con la misma idea del Oporto, presionar y presionar, pero aún con peores frutos. A los ocho minutos Mané ya marcó el tercero. El técnico local sacó la bandera blanca a falta de media hora para acabar: quitó a Brahimi, el único que hacía algo ofensivamente. Lo peor es que quedaba media hora de juego y a Klopp no le gusta bailar, con el baile se pierde tiempo, se marca el paso, y el Liverpool no juega al paso, juega al trote, a velocidad de vértigo, sin mirar el marcador. Así que cayeron dos goles más. Hasta cinco.