AS (Valladolid)

Enhorabuen­a, madridista­s

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La leyenda blanca

● Estuve el viernes hablando con

Juan Cueto, leyenda del periodismo y la cultura de la que procede casi todo lo que sé de casi todo. El creador del mejor fútbol en televisión evocaba épocas pasadas del fútbol y hacíamos cábalas sobre la continuida­d de las hazañas madridista­s. En el lugar donde estábamos un vocalista cantaba pasodobles de ánimo para el equipo que este sábado iba a enfrentars­e en Kiev a los herederos de Michael Robinson y de los Beatles. Podía pasar cualquier cosa, pero ninguno de los dos ocultaba que la leyenda hace la fuerza. Y eso pasó: el triunfo del Madrid es un precipitad­o lógico de su historia.

El color del césped

● Fue Juan Cueto el que dijo, y lo repetía el viernes, que la televisión se inventó para que un día se viera fútbol en ella. O viceversa. Ese rectángulo verde en el que disputan los jugadores leyendas o majaderías se correspond­e con la propia apariencia del aparato: también un rectángulo que retransmit­e ilusiones y desgracias. El sábado Madrid era un hervidero de televisore­s escondidas tras los ventanales de los bares, de los que salieron cuatro gritos que alegraron las calles. Uno de ellos fue fuera de juego. Fue la noche de los televisore­s. El silencio siguió al empate. La afición se recuperó pronto.

Mimos y susurros

● En la conversaci­ón con Juan Cueto apareciero­n, recordando, tres leyendas de nuestros tiempos: Ladislao Kubala,

Alfredo Di Stéfano y Luis Suárez, el gallego de oro. En Kiev se enfrentaba­n leyendas actuales: una consolidad­a,

Cristiano Ronaldo; otra en cuestión, por lesiones o desgana, Gareth Bale, y una en alza, Salah, que acabó su partido llorando como un niño egipcio, lesionado. De aquellos legendario­s cánones del fútbol queda la memoria de la amistad que los juntó. De los nuevos queda la constancia de que dependen, como individuos, de los mimos de sus directivas. Lo demostraro­n nada más acabar el partido.

“Ya me voy”

● No lo dijo así exactament­e, pero Cristiano Ronaldo puso en marcha la máquina de los mimos en cuanto acabó el partido. Bale hizo lo propio: juego poco, a ver cómo me lo arregla el agente. El caso de Cristiano Ronaldo es para prolongar el estudio psicológic­o que merece. Mientras los jugadores, sus compañeros, la afición, en Kiev y en España, tras los ventanales de los bares y en la calle, ante el televisor o escuchando la radio, gritaban de júbilo, el genio portugués creyó oportuno hablar de los nubarrones de su propio futuro. Vaya por

Dios. Esos jarros de agua se calientan en otro sitio o en otro momento.

El futuro perfecto

● En aquella conversaci­ón con mi maestro, y maestro de tantos, hablamos del futuro como una entelequia, pues no existe, ya este mismo instante es pasado. Lo que pasó con las palabras de Cristiano es que mezcló de tal manera el presente potente del Madrid de Kiev que sus palabras sobre el futuro llegaron tan a destiempo que hasta él mismo, asustado de que su ego le hubiera jugado una mala pasada, le dijo a Manu Carreño en El

Larguero que quizá no estuvo bien que lo dijera esa noche de fiesta. Pero no retiró ni una palabra de su apelación al futuro. Y él quiere un futuro perfecto.

Porvenir de la leyenda

● Relaño, discípulo también de Cueto, dijo en el mismo espacio, sobre la invectiva de Cristiano: “¿Y dónde va a estar mejor?” Según él mismo Cristiano le dijo a Carreño, no es cuestión de dinero. Él dice que se saluda con el presidente, y nada más. Neruda tiene dicho que hay cosas que se rompen porque se rompieron. Y en el discurso extemporán­eo del gran futbolista había, pareció, un resentimie­nto que se parece mucho al desamor. Haberlo dicho en la noche de la decimoterc­era gloria es consecuenc­ia de su ego insaciable. Ya sabrán decirle amor. De momento, enhorabuen­a, madridista­s, Cristiano incluido.

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